La gravedad de nuestra crisis generalizada hace que nos sintamos como un barco a la deriva, a merced de los vientos y de las olas. El timonel, el presidente, está acusado de delitos, rodeado de marujos-piratas, en su mayoría (con nobles excepciones) igualmente corruptos o acusados de otros delitos. Es increíble que un presidente, detestado por el 90% de la población, sin ninguna credibilidad ni carisma, quiera gobernar un barco a la deriva.
No sé si es obstinación o vanidad, elevada a un grado estratosférico.
Pero, impávido, sigue ahí en palacio, comprando votos, otorgando
beneficios, corrompiendo a ya corruptos para evitar responder en el STF a
las duras acusaciones que le son imputadas. Es prácticamente prisionero
de sí mismo, pues dondequiera que aparece en público, oye pronto el
grito: “fuera Temer”.
Es una vergüenza internacional haber llegado a este punto, después de
haber conocido la admiración de tantos países por las políticas
valientes hechas en favor de las grandes mayorías empobrecidas gracias a
los gobiernos progresistas de Lula y Dilma.
La difamación de los opositores, apoyados por grupos ligados al stablishment internacional,
que quiere alinear a todos con sus estrategias, puede intentar
satanizar la figura de Lula y deshacer el mérito de los beneficios que
él propició a los desheredados de la tierra. No están consiguiendo
llegar al corazón del pueblo. Este lo sabe y testimonia: «A pesar de
errores y equivocaciones, es innegable que Lula siempre amó a los pobres
y estuvo de nuestro lado. Más que el pan, la luz, la casa, el acceso a
la educación técnica o superior, nos devolvió dignidad; somos gente, ya
no estamos condenados a la invisibilidad social».
Quieren destruir a Lula como líder político y como persona. No lo
conseguirán, porque la mentira, la deformación, la voluntad rabiosa y
persecutoria de un juez justiciero, que juzga más por la rabia que por
el derecho, jamás van a desfigurar a alguien que se transformó en un
símbolo y en un arquetipo en Brasil y en el mundo.
Dicen los analistas de la psicología profunda de C. G. Jung que quien
se transforma en símbolo por la saga de su vida y por el bien que ha
hecho a los otros, se vuelve indestructible. Se volvió símbolo de un
poder político benéfico para los más desvalidos de nuestra historia,
marcados con muchas heridas. El símbolo penetra en la profundidad de las
personas. Ahorra palabras. Habla por sí mismo. El símbolo posee un
carácter numinoso que atrae la atención de los oyentes, hasta de los
escépticos. El carisma es la irradiación más potente que conocemos. Lula
tiene ese carisma que se traduce en la ternura para con los humildes y
en el vigor con el que lleva adelante su causa libertaria. Ellos, antes
silenciados, se sienten representados por él.
Además de símbolo, Lula se transformó en un arquetipo del líder
cuidador y servidor. Este tipo de líder, según los mismos analistas
junguianos, sirve a una causa que es mayor que él mismo, la causa de los
sin nombre y de los sin vez. Ellos sostienen que este tipo de líder
hace cosas que parecen imposibles. Evoca en sus seguidores los
arquetipos escondidos de superarse también y de sentirse parte de la
sociedad. Esto se expresa en las palabras de muchos que dicen: “al
votarle a él, nos estamos votando a nosotros mismos. Hasta hoy teníamos
que votar a nuestros opresores, ahora votamos a alguien que es uno de
nosotros y que puede reforzar nuestra liberación”.
La actuación política de Lula tiene una relevancia de magnitud
histórica. Él tiene conciencia de este desafío formulado por uno de los
mejores entre nosotros, Celso Furtado, en su libro Brasil: la construcción interrumpida
(1992): «Se trata de saber si tenemos un futuro como nación que cuenta
en la construcción del devenir humano. O si prevalecerán las fuerzas que
se empeñan en interrumpir nuestro proceso histórico de formación de un
Estado-nación» (p. 35).
Lo que nos duele es constatar que el gobierno actual se empeña en
interrumpir ese proceso, con la violación de la democracia y de la
constitución, con los ajustes y las privatizaciones y hasta con la venta
de tierras nacionales a extranjeros.
Se dejan neocolonizar para ser meros exportadores de commodities,
en vez de crear las condiciones favorables para concluir la fundación
de nuestro país. Además de corruptos, son vendepatrias, cínicamente
indiferentes a la suerte de millones de personas que de la pobreza están
cayendo en la miseria y de la miseria en la indigencia.
Tenemos que guardar los nombres de estos políticos traidores de los
anhelos populares. Representan más sus intereses personales y
corporativos o los de aquellos empresarios que les financiaron las
campañas, que los intereses colectivos del pueblo. Que las urnas los
condenen, negándoles la victoria a través del voto.
*Leonardo Boff es articulista del JB online, teólogo, filósofo y escritor.
Traducción de Mª José Gav
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