Economista y periodista argentino, quien dirigió Clacso.
Evidentemente, las crisis enseñan. Hacen caer las máscaras de quienes
aparecían ante los ojos del público como “periodistas” –serios,
independientes, bien informados– y los revela como lo que son: agentes
de propaganda, publicistas de los grupos dominantes para quienes este es
el mejor de los mundos posibles. Un mundo en donde ocho individuos
tienen más riquezas que la mitad de la población mundial y el 1% más
rico tiene más que el 99% restante del planeta. Para quienes están en la
cima de esa pirámide pretender cambiar este mundo es una locura y una
amenaza a sus intereses y privilegios. Por eso organizan una legión de
publicistas disfrazados como “periodistas” o “académicos” que se
encargan de engañar a la gente sea mintiendo u ocultando lo que el común
de los mortales no debe jamás saber. ¿El mensaje? El mismo que
propalara Margaret Thatcher: este el el mundo que hay, no hay otro, “no
hay alternativas”.
La desesperación por abortar cualquier pretensión de cambio,
cualquier aspiración a construir una sociedad más justa, humana,
amigable con la naturaleza es tan grande que en su edición del 8 de
Agosto el periódico conservador La Nación publica las opiniones de dos
de sus habituales colaboradores perpetrando sendos exabruptos que los
descalifican para seguir posando como analistas políticos. Andrés
Oppenheimer en la edición impresa comienza con un título que anticipa la
sutileza de su escrito: “Maduro es un dictador”. Y pocas horas después,
en la edición online de ese mismo diario, Loris Zanatta, un historiador
italiano especializado en el estudio del nacionalismo católico y el
peronismo, ganado por su ofuscación levanta la apuesta de su colega y de
un plumazo Maduro ya no es un dictador sino un déspota que preside un
estado totalitario.
En épocas normales jamás me habría ocupado de personas que dicen lo
que estos dos publicistas. Pero vivimos en un mundo que se acerca
temerariamente a su autodestrucción, “tiempos interesantes” según la
conocida maldición china que inspiró a Eric Hobsbawm, y en épocas como
esta quien calla otorga. Lo que transmiten los editorialistas de La
Nación no son ideas sino como dijera Octavio Paz (ese sí que era un
intelectual fuera de serie, lástima que involucionó hacia la derecha)
simples “ocurrencias”, casi el grado cero de la capacidad de
simbolización de los humanos. A ambos los reprobaría en un examen y les
exigiría que antes de presentarse nuevamente leyeran con mucho cuidado
algunos de los textos clásicos en la teoría y la filosofía políticas
antes de volver a hablar de dictaduras y totalitarismos. Leer a Carl
Schmitt, Sheldon Wolin, Franz Neumann, Hanna Arendt, Max Weber,
Barrington Moore, Giorgio Agamben, Domenico Losurdo, Perry Anderson,
Juan Linz y, entre nosotros, a Gino Germani para no incurrir en
papelones como los que me veo obligado a comentar. Creo que es una falta
de respeto para con los lectores hablar de dictadura apelando al
Diccionario de la Real Academia Española o al Merriam-Webster. A falta
de teóricos reconocidos y respetables en el campo de la ciencia política
Oppenheimer cita una autoridad extravagante: el Asesor de Seguridad de
Donald Trump, H. R. McMaster, quien según nuestro autor estuvo en lo
cierto cuanto declaró que Maduro “no sólo es un mal líder: ahora es un
dictador”. McMaster no parece demasiado calificado para dictar cursos de
teoría política o hablar de estos temas. En medio siglo de profesión su
obra jamás la he visto citada en los textos que estudian el tema. Es un
general del ejército con un doctorado en historia de Estados Unidos y
un rudo crítico de las “políticas blandas” aplicadas por la Casa Blanca
en Vietnam, cosa que lo pinta de cuerpo entero. Haber destruido un país y
matado a más de tres millones de vietnamitas reflejan la escandalosa
“blandura” de Washington para este troglodita.
Pero las opiniones del imperio no se discuten sino que se acatan y
entonces si McMaster lo dijo Maduro “debe ser” un dictador y Oppenheimer
se apoya en la autoridad del general para fundamentar su conclusión.
Extraño dictador, como señalaba Eduardo Galeano a propósito de Chávez,
en un país donde su “dictadura” convocó a 21 elecciones y las dos que
perdió fueron inmediatamente aceptadas por el “dictador”, mientras que
la oposición “democrática” nunca reconoció sus 19 derrotas. Dictador que
acaba de convocar nuevas elecciones para alcaldes y gobernadores, y que
si la oposición -que dice contar con la mayoría del apoyo popular- se
presenta puede ganarlas sin ningún problema. Que según el ex presidente
James Carter el dictador de marras cuenta con un sistema electoral que
es de los mejores del mundo, más transparente y confiable que el de
Estados Unidos. Que acepta que funcione una Asamblea Nacional que tiene
tres “diputruchos” y que desobedeció la orden del Tribunal Superior de
Justicia de convocar a nuevas elecciones para reemplazarlos con
diputados legalmente electos. Que admite que el presidente de la
Asamblea Nacional, Julio Borges, visite al Jefe del Comando Sur de
Estados Unidos rogándole que envíe tropas a Venezuela para restaurar el
orden, regrese al país sin ser molestado, convoque a conferencias de
prensa para denunciar al “dictador”, continúe con su investidura
parlamentaria y su actividad política hasta el día de hoy y nadie lo
haya denunciado por lo que en la Argentina sería un gravísimo delito de
infame traición a la patria. Que tiene que vérselas con un enjambre de
medios de comunicación opositores que hicieron de la mentira y la
difamación su modo de ejercer el periodismo. Si Maduro es un dictador
entonces don Andrés tendrá que acuñar alguna nueva categoría teórica
para asignar en su tipología a demócratas tan eminentes como el golpista
e hipercorrupto Michel Temer; Juan Manuel Santos, que cierra sus ojos
antes los siete millones y medios de desplazados por el paramilitarismo y
el narcotráfico y los asesinatos diarios de líderes sociales; Enrique
Peña Nieto, que preside sobre una inmensa pila de cadáveres, además de
los 43 chicos de Ayotzinapa y los 8 periodistas asesinados en lo que va
del año; Horacio Cartes y su abierta complicidad con los negocios del
narco y nuestro Mauricio Macri, con Milagro Sala como presa política, el
activista y defensor de los pueblos originarios Santiago Maldonado como
“desaparecido” y la tentativa de nombrar dos jueces de la Corte Suprema
por decreto. Si Maduro es un dictador, que por favor me diga como
caracterizaría a estos personajes y el sistema que han montado para
ejercer su poder. La ciencia política le estará muy agradecida.
Si lo de Oppenheimer es un exabrupto, lo de Zanatta ya se inscribe en
otra dimensión: un disparate en donde Chávez termina siendo peor que
Videla o Pinochet. Decir que por obra del “líder totalitario” Maduro
(émulo “sudaca” de Hitler o Stalin, según este distinguido profesor) se
ha “eliminado la política” en Venezuela, o que en ese país las
elecciones “son rituales plebiscitarios llamados a ratificar la unidad
del pueblo” habla de una ceguera que sólo un fanatismo desatado puede
ocasionar. Porque, ¿cómo explica don Loris que la oposición haya
obtenido la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional? ¿También Hitler y
Stalin tuvieron parlamentos con una mayoría absoluta en contra? No
recuerdo haber leído algo así. ¿La política eliminada de Venezuela?
¡Pero si ese país es probablemente el más politizado del mundo!
Seguramente de América Latina, Estados Unidos, Canadá y de toda Europa.
Tal vez en algún país de Asia o África haya alguno más politizado que
Venezuela, pero tengo la sana costumbre de no hablar de lo que no sé. Me
pregunto: ¿habrá alguna vez visitado Venezuela el profesor Zanatta,
parándose a conversar con la gente común y corriente en una esquina de
Caracas, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto? Y, el colmo del disparate,
afirmar “que el chavismo, el castrismo y el peronismo clásico, al igual
que sus antepasados, no son dictaduras simples, sino fenómenos
totalitarios” constituye una aberración teórica e histórica que delatan
los efectos tóxicos de algunas sustancias sobre el cerebro de las
personas y que las desconecta por completo de la realidad,
proyectándolas hacia las capas superiores de la estratósfera. Mi maestro
y director de tesis doctoral, Gino Germani, se estará revolviendo en su
tumba al escuchar tan solemne disparate contra el cual luchó toda su
vida. Nunca fue peronista pero combatió sin piedad a quienes veían en
ese movimiento una re-encarnación de los totalitarismos europeos. Volver
con esa cantinela a estas alturas de la historia es un error tan
grosero que la Universidad de Bologna debería someter a su profesor a un
jurado académico y apartarlo de su cargo por mala praxis, por el
imperdonable pecado de confundir ciencia con propaganda. Pecado en el
también incurre con fruición su colega en La Nación, Andrés Oppenheimer.
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