La Jornada
Nicolás Maduro está muy lejos de ser el dictador que le endilgan los pulpos corporativos
occidentales, brazo mediático de la guerra de cuarta generación contra Venezuela. La expresión ha sido acuñada también por algunos gobernantes carentes de la mínima moral para juzgar al mandatario venezolano.
Sé que mienten porque he visto a Maduro actuar varias veces en
Venezuela, sea en un mitin, o dentro de su círculo de colaboradores o en
una cena con la dirección político-militar chavista y un grupo de
intelectuales y artistas de numerosos países. El hombre que he visto es
noble, modesto, inteligente y de verbo elocuente, forjado en la
persuasión desde sus precoces años de activista revolucionario y luego
líder sindical del metro de Caracas, donde fue conductor de autobuses.
Escucha atentamente, es fraterno con sus compañeros y con la gente del
pueblo y muy cálido con los militantes solidarios con Venezuela.
Estoy seguro que lo mismo puede pensar quien lo vea y observe
cuidadosamente expresarse en la tele. Es más, hice la prueba con dos
amigas: una sicóloga y otra crítica de arte, ambas académicas con
estudios doctorales, que no conocen a Maduro y apenas lo han visto en
las noticias, ni tienen la política entre sus prioridades. Eso sí, las
dos son auténticamente progresistas y plenamente conscientes del engaño
masivo a que someten a sus audiencias los
medios. Envié a ambas la entrevista realizada el 18 de agosto al caraqueño por el veterano periodista y revolucionario venezolano José Vicente Rangel. Pedí a mis amigas que la vieran detenidamente y con ojo crítico. Palabras más o menos las dos coincidieron en lo siguiente: es un hombre bueno y, además de su talla de líder, es evidente que no puede ser un dictador.
No me cabe duda que otro tanto pueden decir las personas desprejuiciadas que vean su estelar conferencia de prensa de tres días después.
He tomado como ejemplo estas dos comparecencias del mandatario por
desarrollarse en un momento decisivo de su ejecutoria y de la Revolución
Bolivariana, en pleno funcionamiento de la Asamblea Nacional
Constituyente (ANC), cuando contrariamente a la versión mediática,
apreciamos a un líder victorioso, en pleno control de la situación,
cargado de propuestas y a un proceso revolucionario capaz de remontar
grandes derrotas, como la sufrida en las elecciones legislativas de
2015, y de reinventarse audazmente y poner en práctica en el momento
exacto y, por ello, muy exitosamente, una iniciativa tan riesgosa como
las elecciones a la ANC.
La serenidad, la paciencia y el aplomo que se aprecia en
Maduro en ambos documentos, engrandece más a este hombre, quien acaba de
asestar una importante derrota a la guerra no convencional contra
Venezuela, que libran y seguirán librando Estados Unidos y las derechas.
Su objetivo es acabar con el peligroso ejemplo que es para el mundo la
revolución bolivariana. No menos importante, apoderarse de su petróleo y
abundantes recursos naturales. Venezuela es hoy uno de los cuatro
escenarios donde puede estallar una guerra mundial si no logramos
pararla a tiempo con una gran movilización internacional.
Maduro propone restablecer el diálogo con la oposición en el marco de
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y pide al
papa Francisco que el Vaticano retome la mediación. La propuesta se
encuadra en el espíritu de verdadera unidad e integración
latino-caribeña que representa la Celac, en contraste con el servilismo
de la OEA, criatura imperial. Habla de la recuperación económica,
política y moral de la revolución como objetivos inmediatos. El ex
pelotero y roquero y ex canciller recuerda reiteradamente que Venezuela
necesita y quiere la paz pero está muy bien armada y cuenta con un
magnífico sistema de defensa antiaérea ruso. Asegura que se cumplirá el
calendario electoral como fija la Constitución y subraya que en octubre
habrá elecciones de gobernadores y que todos los partidos de oposición
ya postularon sus candidatos. Nadie honesto podría negar que es un
demócrata y un hombre de instituciones.
Maduro merecería ya el mayor respeto y admiración por la sola proeza
de haber conducido digna y creativamente hasta aquí el timón de la
revolución y el Estado que le entregaran el gigantesco Hugo Chávez y el
pueblo venezolano.
Twitter:@aguerraguerra
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