De la dictadura a la "CEOcracia"
La Tinta
En el año 1990 el
agricultor Sergio Tomasella, miembro de las Ligas Agrarias, hizo acto de
presencia en Buenos Aires para declarar sobre las constantes vejaciones
a los derechos humanos que se llevaron a cabo en el transcurso de la
última dictadura cívico-militar-clerical, entre 1976 y 1983.
En el año 1990, el agricultor Sergio Tomasella dijo: “Es
una línea continua: aquellos que le arrebataron la tierra a los indios
siguen oprimiéndonos con sus estructuras feudales […] Los monopolios
extranjeros nos imponen cosechas, nos imponen productos químicos que
contaminan la tierra, nos imponen su tecnología y su ideología, todo eso
a través de una oligarquía que es dueña de la tierra, y controla a los
políticos. Pero debemos recordar que esa oligarquía es también
controlada por los monopolios, por esos mismos: Ford Motors, Monsanto, o
Phillip Morris” [1].
En el año 1990, el agricultor Sergio
Tomasella dio justo en la tecla de un elemento que considero fundamental
y que me gustaría recoger inmediatamente para volver en discusión en la
agenda política un problema de grave importancia que es necesario
considerar.
Primero, algunas salvedades: ¿Qué son los derechos humanos?
Podríamos definir brevemente los derechos humanos como aquellas
condiciones que los Estados tienen por obligación garantizar (tales como
el respeto y la libertad sexual, política, religiosa, de expresión, de
circulación, así como la no-discriminación étnica, etcétera) ya que son
constituyentes radicales de la dignidad humana. Se puede pensar que
cualquier violación a los derechos humanos debería ser, por lo tanto,
categorizada como un delito de lesa humanidad: un delito que va en
contra de la calidad humana, en contra de la humanidad en su totalidad.
El asesinato sistemático de un grupo social determinado, por la causa
que sea, es un caso paradigmático de este tipo de delitos que,
lamentablemente, sigue estando bastante presente en la realidad
tercermundista (y primermundista también), pero no es el único.
Si
bien el poder coercitivo siempre será necesario para sostener un
sistema económico que tiende a la destrucción paulatina y sistemática de
los pueblos -el caso Santiago Maldonado es ejemplar en estos momentos;
por cierto, señor Presidente, señora Ministra, ¿A dónde está Santiago
Maldonado?– considerando la definición que acabamos de formular sobre
“derechos humanos”, cualquier tipo de política económica que
reconfigure el paradigma productivo y social de una manera tal que entre
sus consecuencias produzca relaciones de pobreza sistemática,
feudalismo, colonialismo, precariedad, miseria, y posterior muerte por
hambre, tristeza, desesperación, tiene que ser inevitablemente un delito
de lesa humanidad que atenta contra los derechos humanos fundamentales.
¿Por qué? Porque el hecho de que un Estado tenga la obligación de
garantizar a toda su población un techo, salud, educación, trabajo, y
posibilidades, forma parte (al menos desde mi punto de vista) de la
lista de derechos humanos fundamentales. Porque se trata de una cuestión
de vida. Y la ausencia de ese Estado, la ausencia de esa garantía,
atenta directa y proporcionalmente a la vida misma. Atenta,
entendámonos, en una cuestión de largo alcance.
No es casual que
la identificación del binomio capitalismo-libertad que tan gallardamente
el genocida número uno de la economía gringa, el premio Nobel de
Economía Milton Friedman, intentó imponer a diestra y siniestra de la
mano de todos su ejército de intelectuales, sólo se haya podido aplicar a
un número muy particular de países a lo largo del globo gobernado por
dictaduras represoras y desaparecedoras, o por democracias que de
democracia sólo tienen el maquillaje y un puñado de medios de
comunicación monopólicos.
Es violencia seguir sosteniendo la idea
de que la democracia es simplemente la elección por el voto de la
mayoría: es una idea que se está cayendo por su peso muerto y que hay
que reformular, que reconstruir. La inevitable determinación de los
distintos sistemas que estructuran los mecanismos de comunicación y
construcción de ideas como la publicidad, los medios, las redes, y
–sobre todo– la fabricación de un inconsciente colectivo que está
virando peligrosamente hacia la derecha, son elementos de importancia
radical para interpretar cómo la democracia no es algo tan simple como
ir a votar a fin de año: y es necesario mencionar esto, es necesario
volver a decirlo, puesto que justamente una de las mayores operaciones
que los medios de masas y las redes están activando políticamente en el
inconsciente colectivo es la idea contraria, la identificación de
democracia con elecciones; de capitalismo con libertad.
Por lo
tanto, una política económica (como lo es la política económica
neoliberal) que niega directamente el accionar del Estado frente a la
economía y que intenta construirse como natural y objetiva (a través de
diversos procesos de manipulación discursiva) es, desde mi punto de
vista, parte central de las violaciones a los derechos humanos que todo
el tercer mundo (cuyo caso paradigmático es el África en su conjunto)
sufre.
Si antes las empresas utilizaron a las Fuerzas Armadas
para regular el tejido social y aplicar sus políticas comerciales en el
Estado, son ahora las mismas empresas las que, a través de las urnas,
acceden al Estado y regulan ellas mismas el tejido social. El pasaje del neoliberalismo al ceoliberalismo; de una dictadura a una ceocracia.
Operación que, a fin de cuentas, no es más que otro de los tantos mecanismos de colonialismo contra el que tenemos que combatir.
Nota:
[1]
Testimonio tomado de La doctrina del Shock, Naomí Kleín (pp. 172-173),
tomado a su vez de A Lexicon of terror: Argentinian and the legacies of
Torture, Marguerite Feitlowitz (pp. 159).
No hay comentarios:
Publicar un comentario