Si uno quiere
caminar por un terreno escabroso y llegar con la cabeza y las dos
piernas intactas debe mirar atentamente cuáles son los obstáculos y qué
es razonablemente practicable para llegar a buen fin. Lo que suceda en
México de aquí a 2018 sin duda tiene su dinámica propia determinada por
la estructura social, la historia y las condiciones del país pero
dependerá fuertemente del curso de la economía y de los acontecimientos
mundiales y, fundamentalmente, de lo que pasa en casa de nuestro vecino
del norte que padece los efectos devastadores del ciclón Donald.
Ahora bien: ¿cómo está la economía mundial? En Estados Unidos y en
Europa la fuerte baja de las materias primas y de los alimentos provocó
una muy leve mejoría del producto interno bruto pero la burbuja
especulativa bancaria podría volver a explotar y, sobre todo, aumentan
las tensiones sociales mientras los países mal llamados
emergentes(incluso Rusia, dependiente del gas y del petróleo y China misma) tienen serias dificultades que en el resto del mundo son aún mayores.
El precio del petróleo, en un lapso corto predecible, subirá muy poco
a pesar de las crecientes compras chinas (China compra 40 por ciento
del petróleo que exporta Venezuela, contra sólo 20 por ciento de Estados
Unidos y es el principal comprador del petróleo de Angola). Lo mismo
sucederá con los precios de los alimentos y de los minerales que
crecientemente exportan tanto México como otros países dependientes para
compensar la caída en otros rubros. La renegociación del Tratado de
Libre Comercio de un modo aún más favorable a Estados Unidos agravará la
situación del campo y de la industria alimentaria mexicanas y la
consiguiente disminución de ingresos de la población reducirá también el
consumo. Las exportaciones intrarregionales (hacia Brasil o Argentina,
por ejemplo) se reducirán igualmente ante la crisis en esos países.
Presumiblemente, China aumentará de aquí a 2018 su papel de gran
inversionista y gran comprador de materias primas (y hasta de tierras,
como en Argentina y en África) y Estados Unidos retrocederá en ambos
campos debido al desarrollo de tendencias proteccionistas
a la Trumppero el alivio chino para otros países dependientes necesitará fundamentalmente de la paz en Extremo Oriente (y en todo el mundo, ya que un conflicto con China podría desatar una guerra mundial).
Las maniobras militares conjuntas estadunidenses-sudcoreanas en la
frontera con Corea del Norte son una provocación y podrían dar origen a
retorsiones del enloquecido régimen norcoreano, lo cual hace que los
gobiernos de Seúl y de Tokio vivan desde ya con la espada de Damocles,
en este caso nuclear, sobre la cabeza. Un ataque a Corea del Sur o a
Japón, como los que amenaza continuamente Corea del Norte, o un ataque a
este último país, como los que amenaza continuamente Trump, significa
una guerra como la de Corea en 1950 con la participación de otros países
(por lo menos, de Estados Unidos y de China).
Washington, Pekín y Pyongyang poseen armas nucleares y si
Estados Unidos pensó ya en la guerra de Corea en utilizar proyectiles
atómicostácticos, con Trump probablemente no vacilaría en recurrir a
ellos o a armas aún peores y lo mismo haría el régimen norcoreano, que
se juega su supervivencia. De ahí a la guerra mundial más destructiva de
la historia no hay más que un pequeño paso.
Ella provocaría una breve alza del precio de todas las materias
primas, pero las destrucciones serían tan enormes en los grandes centros
industriales chinos, estadunidenses, japoneses o europeos que los
consumos de todo tipo disminuirían brutalmente en lo que quedase en pie
en un mundo catastrófico.
Existe la posibilidad de que la división en la burguesía
estadunidense lleve a destituir a Trump, pues éste es demasiado torpe
como para dirigir una potencia que está perdiendo su hegemonía
tecnológica y militar. Eso permitiría una tregua y una relativa
distensión. Pero si, para bien de la humanidad, se pudiera evitar la
guerra que la política de Trump prepara a mediano plazo, queda sin
embargo la actual ofensiva del gran capital contra los trabajadores en
el terreno de las leyes laborales, de las jubilaciones y pensiones, de
los salarios indirectos (educación y sanidad gratuitos), y de los
derechos democráticos y derechos humanos.
Esta ofensiva está en curso en todos los países pues en todos ellos
se suceden los ataques contra los sindicatos, contra las organizaciones
obreras y populares y en todos se persiguen las diversidades sexuales,
se aleja la edad para jubilarse, se roban los fondos de las jubilaciones
–o sea, los salarios diferidos de los trabajadores–, en todos ellos
empeoran las condiciones de la educación y de la sanidad (que son
considerados
gastosestatales cuando son inversiones para el futuro), se persiguen salvajemente a los inmigrantes, hay asesinatos diarios y violencias contra las mujeres o se pisotean los derechos más elementales.
La dominación del capital financiero también requiere reducir al
mínimo en todos los países los márgenes democráticos. De ahí la
violencia policial en Estados Unidos, la militarización y el estado de
excepción en Francia, las desapariciones en México o Argentina, las
intervenciones militares imperialistas en cualquier país.
¿México con su territorio actualmente militarizado y sus decenas de
miles de muertos y desaparecidos y con la anulación diaria de todas las
conquistas de la Revolución Mexicana- sería una excepción, una isla de
bonanza en la que se pudiesen hacer elecciones limpias y respetar sus
resultados? ¿No es más realista organizar a las víctimas de la
discriminación, de la violencia, de la explotación y opresión del
capital para luchar por la liberación nacional y social?
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