Teólogo, filósofo y escritor brasileño. Conocido por su apoyo activo a los derechos de los pobres y marginados dentro del marco de la Teología de la Liberación, y además al movimiento ecologista.
Es difícil quedarse callado después de haber presenciado la funesta y
desvergonzada sesión de la Cámara de los Diputados que votó contra la
admisión de un proceso del STF contra el presidente Temer por crimen de
corrupción pasiva.
Lo que la sesión mostró fue la real naturaleza de nuestra democracia
que se niega a sí misma. Si la medimos por los predicados mínimos de
toda democracia que son: el respeto a la soberanía popular, la
observancia de los derechos fundamentales del ciudadano, la búsqueda de
una equidad mínima en la sociedad, la incentivación a la participación,
el bien común, además de una ética pública reconocible, ella se presenta
como una farsa y la negación de sí misma.
Ni siquiera es una democracia de bajísima intensidad. Esta vez se
reveló, con nobles excepciones, como una cueva de gente denunciada por
crímenes, de corruptos y ladrones a la orilla del camino para asaltar
los centavos de los ciudadanos.
¿Cómo iban a votar a favor de la apertura de un juicio al presidente
por el Supremo Tribunal Federal si cerca del 40% de los diputados
actuales hacen frente a varios tipos de procesos ante la Corte Suprema?
Existe siempre una conspiración secreta entre los criminales o acusados
como tales, al estilo de las famiglie de la mafia.
Nunca en mi ya larga y cansada existencia oí que algún candidato
vendiese su sitio o se deshiciese de alguno de sus bienes para financiar
su campaña, sino que recurrió siempre a empresarios y a otros
adinerados para financiar su millonaria elección. La caja 2 se
naturalizó y las propinas fabulosas fueron creciendo de campaña en
campaña a medida que aumentaban los intercambios de beneficios.
Esta vez, el palacio de Planalto se transformó en la cueva principal
del gran Alí-Babá que distribuía bienes a cielo abierto, prometía
subsidios por millones e incluso ofrecía otros beneficios para comprar
votos a su favor. Este solo hecho merecería una investigación de
corrupción abierta y escandalosa a los ojos de los que guardan un mínimo
de ética y de decencia, especialmente de la gente del pueblo que se
quedó profundamente horrorizada y avergonzada.
Efectivamente, ningún brasilero merecía tanta humillación hasta el punto de que tantos sintieran vergüenza de ser brasileros.
Los parlamentarios, incluidos los senadores, representan antes los
intereses corporativos de los que financiaron sus campañas que a los
ciudadanos que los eligieron.
Hemos tenido ya suficiente distancia temporal como para poder
percibir con claridad el sentido del golpe parlamentario dado con la
complicidad de parte del estamento judicial y con apoyo masivo de los
medios de comunicación empresariales: desmontar los avances sociales en
favor de la población más pobre, que fue siempre, desde la colonia, al
decir del mayor historiador mulato Capistrano de Abreu: «castrada y
recastrada, sangrada y desangrada». Y también el de alinear a Brasil con
la lógica imperial de los USA en lugar de tener una política externa
«activa y altiva».
Las clases oligárquicas (Jessé Souza, ex-presidente exonerado del
IPEA por el actual presidente, nos da el número exacto: 71.440
supermillonarios, cuya renta mensual, generalmente por la
financierización de la economía, alcanza los 600 mil reales por mes),
nunca aceptaron que alguien venido de abajo y representante de los
supervivientes de la tribulación histórica de los hijos e hijas de la
pobreza, llegase a ocupar el centro del poder. Se asustaron al verlos
presentes en los aeropuertos y en los centros comerciales, lugares de su
exclusividad. Debían ser devueltos al lugar de donde nunca deberían
haber salido: la periferia y la favela. No sólo los quieren lejos, van
más allá: los odian, los humillan y difunden este inhumano sentimiento
por todos los medios. El pueblo no es el que odia, lo confirma Jessé
Souza, sino los adinerados que los explotan y con tristeza y por
obligación legal les pagan sus miserables salarios. ¿Por qué pagarles,
si pueden trabajar siempre gratis como antiguamente?
Historiadores de la talla de José Honorio Rodrigues, entre otros, han
mostrado que siempre que los descendientes y actualizadores de la Casa
Grande perciben políticas sociales transformadoras de las condiciones de
vida de los pobres y marginados, dan un golpe de estado por miedo a
perder su nivel escandaloso de acumulación, considerado uno de los más
altos del mundo. No defienden derechos para todos, sino privilegios de
algunos, es decir, los de ellos. El actual golpe obedece a esta misma
lógica.
Hay mucho desaliento y tristeza en el país. Pero este padecimiento no
será en vano. Es una noche que nos va a traer una aurora de esperanza
de que vamos a superar esta crisis rumbo a una sociedad –en palabras de
Paulo Freire– «menos malvada», y donde «no sea tan difícil el amor».
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