David Brooks
La Jornada
Activistas salieron a las calles ayer en Chicago, Illinois,
para condenar a los grupos neonazis y supremacistas blancos,
que no son algo nuevo en Estados Unidos, pero pasan por
un buen momento desde la llegada de Donald Trump a la p
esidenciaFoto Afp
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Con amenazas de guerra nuclear, intervenciones militares en los países del
traspatioque no se hinquen ante el poder imperial, y el Klan y los neo-nazis festejando su odio, todo sólo en una semana, de repente el futuro fue sustituido por el pasado.
Unas 24 horas después de que Trump comentó que está contemplando una opción militar para Venezuela, ya que en ese país
la gente está sufriendo y se están muriendo, en Charlottesville, Virginia, ultraderechistas armados golpearon a manifestantes pacíficos, y en un incidente terrorista –equivalente a los atentados recientes en Europa usando vehículos como armas– un blanco asociado con los neonazis atropelló a 20 personas, matando a una mujer. El gobernador declaró estado de emergencia y la Guardia Nacional se preparó para entrar en acción. Todo esto en un país donde circulan más de 300 millones de armas en manos privadas, y donde en promedio mueren a balazos 93 personas todos los días, siete de éstas menores de edad.
Lo ocurrido el sábado en Charlottesville, Virginia, no es nada nuevo,
pero sí es diferente, porque los participantes ahora afirmaron que
forman parte de las filas de Trump. David Duke, ex líder de un sector
del Ku Klux Klan, declaró ahí:
vamos a cumplir con las promesas de Donald Trump. Las imágenes de los cientos de asistentes al acto denominado
Unir a la derechano ocultaron quiénes eran: esvásticas, águilas fascistas, consignas de
sangre y tierra(de la frase nazi blut und boden), algunos coreando
los judíos no nos remplazarán, junto con banderas de la Confederación y muchos con cachuchas y pancartas con
Trumpo su consigna de campaña
Haremos grande de nuevo a Estados Unidos.
La respuesta ambigua y tardía de Trump el sábado –lamentando la violencia y el odio de
todos los bandossin condenar a los supremacistas blancos– fue tan aguada que líderes de su propio partido lo criticaron. No es la primera vez que Trump rehusa condenar expresamente este tipo de actos de violencia por gente que forma parte de su base, y que afirman que lo llevaron al triunfo. La semana pasada hubo un atentado terrorista contra una mezquita en Minneápolis (el presidente ha guardado silencio sobre ese incidente).
Son agrupaciones que marchan al estilo nazi, una de los cuales, Vanguard America, tiene un manifiesto que se titula Fascismo Americano, combinadas con agrupaciones
supremacistas blancascon largas y sangrientas historias de linchamientos y asesinatos de afroestadunidenses, activistas de izquierda y actos violentos antisemitas, y, por supuesto, violencia contra migrantes de países no europeos.
Esto no es nada nuevo. En este país, ha habido más de 30 atentados de
terror cometidos por estadunidenses blancos desde el 11 de septiembre
de 2001, cuyas víctimas son la mayoría de los estadunidenses afectados
por el total de actos de terror. En 1995, el peor atentado terrorista en
terreno estadunidense antes del 11-S fue cometido por ultraderechistas
estadunidenses, quienes detonaron una bomba en un edificio federal en
Oklahoma City que mató a 168 personas (incluyendo 19 niños) e hirió a
500 (para ver la lista completa).
La historia del fascismo en Estados Unidos ha estado presente
desde los años 30 del siglo pasado, incluida la fundación de un Partido
Nazi Americano. Pero ahora ellos, junto con las agrupaciones de
supremacía blanca que tienen siglos de antecedentes en un país cuya Casa
Blanca –y gran parte de su economía– fue construida por esclavos
negros, gozan de un nuevo momento gracias a Trump. Ahora el Klan puede
marchar en público sin cubrir sus rostros con una capucha.
Pero la semana pasada empezó con otro tipo de nostalgia: Trump amenazó a Corea del Norte con
fuego y furianuclear. A pesar de que los generales y jefes diplomáticos, incluyendo el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, de inmediato buscaron tranquilizar a sus ciudadanos y aliados en otras partes del mundo al solicitar que, en esencia, no le hicieran caso al comandante en jefe, el ahora resucitado Dr. Strangelove de la Casa Blanca siguió amenazado. Peor aún, algunos empezaron –es en serio– a calcular las dimensiones mortíferas de un hipotético conflicto nuclear. Por su parte, analistas financieros estaban tratando de calcular que efecto tendría un guerra entre dos poderes nucleares sobre los mercados, reportó el Wall Street Journal.
Aunque el mensaje de los adultos en el kínder de Washington
insistieron que no había guerra inminente, algunos medios indicaron que,
con los protocolos que existen, si el comandante en jefe ordena un
ataque nuclear, no requiere de la autorización del Pentágono ni del
Congreso, y no existe un mecanismo que pueda frenarlo más que la
renuncia de los altos mandos militares o, aunque no se sabe porque no
hay precedente, se considera que su gabinete lo puede declarar
mentalmente incapacitado.
Y, también con nostalgia por otros tiempos, cuando Estados Unidos era
grande, el
presidente m
ás presidencial, según él, declaró que si el gobierno de Venezuela no hace lo que él dicta, no descartará una
operación militar. A Trump no le han informado que, a estas alturas, es de mala educación amenazar a América Latina con otra intervención militar gringa (eso se hace ahora de otra manera, suavecito, con lo que llaman diplomacia y dólares para apoyar las fuerzas de la
democratización).
Las cosas están tan alarmantes que muchos apuestan, para dormir un
poco más tranquilos, que los generales controlarán al civil demente en
la Casa Blanca.
Aún no se sabe si esos países latinoamericanos o la ONU que, por su
supuesta preocupación por la democracia y la crisis socioeconómica
exigieron que el gobierno de Venezuela cambiara sus políticas, ahora
ofrecerán el mismo tipo de
intervención humanitariaen Estados Unidos en nombre de poner fin a la violencia aquí, asistir a uno de cada seis estadunidenses que padecen hambre y rescatar a esta democracia.
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