Como ha sido estudiado
por la filosofía, por ejemplo en la escuela de Frankfurt con autores
como W. Benjamin, una patología de nuestra época histórica es el olvido o
negación de la memoria. La “memoria passionis” del sufrimiento e
injusticia, que se realiza en la experiencia actual de la com-pasión y
justicia liberadora con las víctimas de la historia, con los pobres de
la tierra y con los “testigos” (mártires) por este compromiso y
militancia por un mundo mejor, más libre, justo y fraterno. Una de esas
realidades que hay que re-cordar, llevar en el corazón y hacer memoria
es del movimiento obrero y social con sus militantes ejemplares. Tal
como fueron, por ejemplo y solo dar unos nombres, Diego Abad de
Santillán, Rosa Luxemburg. Salvador Seguí (el Noi del Sucre), Cipriano
Mera, Ángel Pestaña, Melchor Rodríguez, Julián Besteiro, Guillermo
Rovirosa, Simone Weil, Enmanuel Mounier, Lorenzo Milani, Dorothy Day,
Manuel Sacristán o Francisco Fernández Buey.
Todos estos hombres y
mujeres o tantos militantes anónimos que se desconocen y podríamos
citar, con sus luces y sombras (aciertos o errores), desde sus diversos
ideales o motivaciones éticas, políticas, culturales, espirituales o
religiosas nos presentan una serie de rasgos y caracteres comunes,
compartidos que debemos tener en la memoria. Estas claves comunes nos
dan el perfil e ideal de una más auténtica militancia tal como
transmitió lo más valioso o bueno, verdadero y bello de todo este
movimiento obrero y social. Lo primero que queremos resaltar es que
estas personas y militantes entregaron toda su vida de forma
desinteresada (a fondo perdido), gratuita y radical (profunda) a estos
valores e ideales solidarios y de justicia con los obreros, pueblos y
pobres de la tierra. Y pusieron estos valores e ideales por encima de
cualquier ideología e ideologización de la realidad, que para ellas no
eran absolutas, sino dichos valores e ideales con las relaciones
fraternas, justas y solidarias con los otros seres humanos que es lo
esencial.
Frente a todo sectarismo e integrismos, era una
mentalidad abierta, cooperativa y solidaria: que valoraba todo lo bueno,
verdadero y bello del otro, que buscaba la unión en los valores e
ideales compartidos con los otros; respetando las diversas creencias,
ideas y diferencias que no restaban para esta militancia común e ideales
o valores compartidos; que ponía en primer lugar la vida y dignidad de
la persona, el respeto a la integridad física, moral y social del otro.
De ahí que la militancia se realizaba desde una lucha activa no violenta
y pacífica por la justicia, sin dejarse atrapar por el odio, la
venganza y la violencia hacia el otro. Experimentaron en sus propias
carnes que, como se sabe, la violencia ensucia el alma y las causas más
justas como nos muestra la historia. En esta línea, trataron de evitar
el prejuicio y sectarismo con el otro, con sus creencias e ideas, que no
deja fructificar la relación, el encuentro y convivencia fraterna.
Es una militancia vivida desde la honradez, moral y espiritualidad o
mística (que no sólo se reduce al hecho religioso, aunque lo incluye
desde la fe que tenga cada persona) con los principios, valores e
ideales compartidos, universales que nos constituyen como humanos. Ellos
comprendieron y experienciaron muy bien que el problema o la cuestión
no sólo se centra en la estructura o sistema totalitario e injusto como
es el capitalismo, los fascismos o un comunismo tipo colectivista
(colectivismo). La cuestión de fondo asimismo es el hombre burgués,
individualista, posesivo e insolidario que es esclavizado por los ídolos
de la riqueza-ser rico, del poder y poseer, de la violencia y del
consumir, del lujo y del tener que se pone por encima del ser persona,
fraterna y solidaria. Además, al mismo tiempo, que buscaron una sociedad
distinta y un mundo renovado, vivieron y promovieron una conversión
(cambio) personal, una humanidad nueva con una transformación del ser
humano en su mentalidad, conciencia, corazón, alma y espíritu.
Tal como ha estudiado la ciencia social, no sólo basta transformar las
estructuras sociales y los sistemas económicos o políticos injustos sino
el espíritu que anida en el ser humano que inter-actúa con esta
realidad socioestructural, la mentalidad y conciencia como puede ser la
burguesa, capitalista o burocrática-estatalita. Como os enseñaba
Mounier, la revolución será económica o no será, pero al mismo tiempo
debe ser moral o no es. De ahí que lo más valioso de toda esta
militancia del movimiento obrero y social es una renovada antropología,
cultura y ética frente a estos ídolos burgueses e individualistas o
egolátricos como la riqueza-ser rico y el poder. Una persona con un
estilo de vida sobria, austera y de pobreza solidaria en el compartir la
vida, los bienes y las luchas liberadoras por la justicia los pobres,
obreros u oprimidos.
Como nos enseña el pensamiento
personalista o latinoamericano con filósofos como el ya citado Mounier o
el jesuita mártir I. Ellacuría, que recoge muy bien todo este este
espíritu militante, se trata de impulsar la civilización del trabajo y
la pobreza frente a la del capital y la riqueza. Es la primacía de la
vida de la persona y del trabajador que siempre tiene la prioridad sobre
el capital (beneficio, mercado, producción…). El ser humano con su
trabajo, dignidad y derechos como es un salario justo está por encima de
la economía, del estado o del partido que debe servir a las necesidades
de la humanidad, al bien común, a la justicia y desarrollo humano e
integral de los pueblos. Y es la existencia desde la pobreza solidaria
en la comunión de vida, de bienes y luchas liberadoras con los parias
(pobres) de la tierra. En oposición a los ídolos de la riqueza-ser rico,
de la propiedad y del tener que como falsos dioses sacrifican la vida y
dignidad de las personas. Esta vida del compartir solidario con el
destino universal de los bienes, con la justa distribución de los
recursos, está antes que la propiedad que no es un derecho absoluto e
intocable. La propiedad tiene siempre, a la vez, un carácter personal y
social con la equidad en el reparto de los bienes y recursos, para que
todos tenga acceso a esta propiedad.
Se observa pues como el
movimiento obrero y social se realizó en esta militancia cultural y
moral, con la promoción de una ética solidaria internacionalista en la
fraternidad universal con los pobres de la tierra que va más allá (está
por encima) de naciones, patrias o fronteras; frente a un nacionalismo
burgués, excluyente e insolidario. Una vida asociada con los otros, con
el asociacionismo solidario e internacionalista que confluye y une a
todo el tejido de organizaciones o movimientos emancipadores por la
liberación integral con los pobres u oprimidos, que va cristalizando en
redes globales de solidaridad mundial. Dentro de este asociacionismo, el
matrimonio y la familia fue una célula vital de fraternidad solidaria,
sociabilidad y militancia. Un matrimonio y familia que se constituía en
la fidelidad del amor, valores e ideales de la mujer y el hombre con la
vida fecunda de los hijos que se expresa en el servicio, compromiso,
pobreza solidaria y militancia por la justicia. En contra de la familia
burguesa, posesiva, consumista e individualista encerrada en la
egolatría.
Asimismo, este asociacionismo y militancia cultural
promovió la lectura, formación y educación integral con la creación de
ateneos culturales o casas de la cultura y del pueblo, con editoriales,
libros y publicaciones como periódicos o revistas. Se fue consciente de
la importancia trascendental de la formación de la conciencia, de la
promoción cultural y educativa, de la información u opinión pública con
una sensibilización y concienciación en todos estos valores, ideales y
militancia. La lectura, educación, formación y cultura es esencial para
impulsar el conocimiento y comprensión valorativa de la realidad, para
una conciencia ética y pensamiento crítico que nos vaya liberando de
toda esclavitud, dominación, opresión e injusticia. Tenemos así todo
este legado fecundo del que podemos aprender y nutrirnos para una
cultura, compromiso y militancia más real, para este otro mundo posible y
necesario que nos vaya llevando a la realización humana, felicidad y un
sentido más profundo o trascendente de la vida. Como nos recordaba
constantemente uno de estos militantes, J. Gómez del Castillo,
podemos perderlo todo menos los ideales , con ellos todo está ganado,
ellos nos posibilitarán seguir viviendo con sentido y luchando en una
existencia realizada.
Agustín Ortega Cabrera,
Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Departamento de
Psicología y Sociología, ULPGC), Experto Universitario en Moral, Doctor
en Humanidades y Teología (UM-ITM). Es profesor e investigador de la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador y en el Centro Universitario
de Estudios del Seminario Diocesano de Ibarra. Investigador en la
Universidad Loyola Andalucía.
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