Perú
Finalmente, se salieron
con la suya: Ollanta Humala y Nadine Heredia abrieron hoy los ojos tras
las rejas. Los comentaristas de la TV y los columnistas de la “prensa
grande” baten palmas; en tanto que la Clase Dominante, sonríe
satisfecha. El Juez Concepción Carhuancho dictó “prisión preventiva”,
acatando a pie juntillas el recursos que presentara el Fiscal Juárez
Atoche. “Cayó la noche”, entonces, para quienes ejercieran el
gobierno en el régimen pasado, pudieron proclamar los diarios de hoy, 14
de julio del 2017. “Día histórico”, lo llamaron.
Cuando en
julio del 2011, Humala derrotó a Keiko Fujimori y ganó los comicios
presidenciales, hubo muchos que se proclamaron “Ollantistas”. Se
hicieron ilusiones con una figura improvisada, sin ideología y sin
partido, sin experiencia política y sin entorno definido; sin
antecedentes, ni ejecutoria alguna. Hoy, ya no hay “Ollantistas”.
Pronto, quienes se ilusionaron, perdieron la ilusión, y denostaron del
caudillo por el que había batido palmas. Y es que éste se mostró tal
como había sido: un hombre sin valores ni principios.
Cuando
Huamala ascendió al Poder, la derecha tembló. Y eso, ocurrió por dos
razones: porque el Comandante les trajo a la memoria el espectro de Juan
Velasco Alvarado y el Proceso del 68; y porque su figura bloqueaba el
paso a quien era su verdadera carta de gobierno y de poder: Keiko
Fujimori, por la que apostaron el santo y la limosna en procura de
recuperar un poder que parecía escapárseles de la mano luego de la caída
del “chinito de la yuca”, en noviembre del 2011.
Para asegurar
la victoria de Keiko, fue que ella -la clase dominante- inventó aquello
del “peligro del chavismo” tras Humala. Jugó hasta el fin con el
supuesto peligro de una “amenaza” que realmente nunca existió. Ollanta
no era, objetivamente, garantía de nada. Y así lo dijimos en su momento.
Era indispensable -si- votar por él, por dos razones: porque implicaba
la derrota de la Mafia, y porque abría camino a un nuevo escenario, otro
en el que sería posible desplegar una lucha abierta concretada en
cuatro retos esenciales que la Izquierda estaba llamada a enfrentar:
forjar la unidad más amplia, organizar al pueblo, elevar la conciencia
política de las masas y promover y alentar las luchas sociales. Ninguno
de estos propósitos seria objetivamente posible de volver el reinado de
la Mafia, como no lo fue durante el régimen siniestro de fines del siglo
pasado.
Lamentablemente, hubo quienes no entendieron esto y pensaron más bien en alcanzar “cuotas de Poder”
a la sombra del caudillo. Le lanzaron loas, entonces y obtuvieron
mendrugos: algunos nombramientos y puestos en la estructura del Estado.
Cuando la gestión hizo crisis, salieron pitando; y, en lugar de hacer
una autocrítica sincera reconociendo su oportunismo, optaron por llenar
de improperios a Humala tildándolo de “traidor”. Y luego, varios de
ellos, se pusieron a la cola de la Mafia para denigrar su gestión.
El Gobierno de Humala fue mediocre porque no aportó nada destinado a
encarar los retos que agobian aún a la población. Reformas pequeñas y
vagas, nunca pusieron en peligro el poder del capital financiero ni la
oligarquía nativa. Pero ella, nunca se curó del susto y juró, desde un
inicio, escarmentar a ese, y a cualquier “modelo” que pudiese surgir
amenazando sus predios. Para “atenuar” esa ira, y cediendo a la presión
de indecisos, y a requerimientos de una “intelectualidad” oportunista,
Humala suscribió una “carta de intención” mediante la cual asumió el “compromiso” de no afectar para nada el Poder de la clase dominante. Y cumplió.
Pero ya la arena estaba marcada. La guerra se inició desde el primer
día, cuando el nuevo Mandatario juró su cargo honrando no la
Constitución del 93, sino la del 79, lo que fue considerado como una
“intolerable afrenta” por Martha Chávez y sus acólitos, en el Congreso
de la República. Fue ese el punto de partida. Luego vendría la carga de
los seiscientos.
En las condiciones actuales, a Ollanta Humala y a
su esposa Nadie Heredia, se les ha acusado de todo: lavado de activos,
receptación de dinero ilegal, violación de derechos humanos; han sido
los “cargas centrales”, pero también se ha hablado hasta la saciedad de
“despilfarro”, “mal manejo de recursos del Estado”, “usurpación de
funciones” y otros.
En pocas palaras, se ha buscado condenarlos
por cualquier cosa. Para “los de arriba”, lo importante, siempre, fue
ponerlos tras las rejas, como una manera de escarmentar a todos; y
advertir a la ciudadanía: así terminan, los que se atreven, aunque ese atrevimiento, se haya quedado sólo en palabras, o intenciones, no importa: castigarlos igual.
Los procedimientos judiciales contra Humala se proyectan, pero aun no
se han concretado. Las Comisiones Parlamentarias -copadas por la Mafia-
han emitido dictámenes, pero el Poder Judicial, aun no ha dictado
sentencias. Las investigaciones se procesan, pero aun están en los
preámbulos. La “prensa grande”, sin embargo vino ya, desde hace un buen
tiempo, exigiendo cárcel para Humala.
Como se sabe, como
secuela de la “guerra sucia”, en el Perú hay 15,000 desaparecidos. Pero a
un vociferante titular de la TV, le importa una higa el destino de
14,995 de ellos. Pone el grito en el cielo por los 5 de Madre Mía porque
por ellos puede incriminar a Humala. Y cuando lo hace, púdicamente
calla, por cierto que esos crímenes ocurridos en 1992, se produjeron
cuando el Presidente de la República era Alberto Fujimori quien, con
Hermoza Ríos y su Estado Mayor, diseñaron, e impusieron, una guerra de
exterminio contra las poblaciones nativas. Contra ellos, nada; contra
Humala, todo.
En el año 2006, no era un “delito” recibir aportes
en dinero del exterior para el efecto de campañas electorales. Todos lo
recibieron -incluido Alan García, Keiko Fujimori y PPK-. Pero si eso
ocurrió con Humala, si es delito. Aun hoy hay quienes reciben fondos
-incluidos de USAID, la agencia de la CIA para el “desarrollo”; pero
eso, tampoco se castiga. Así es la cosa.
Alejandro Toledo se fue
del país y se negó a volver, siendo requerido por la justicia. Alan
García, vive en el exterior, y viene a pasar “un fin de semana” en Lima,
sin que nadie hable de “peligro de fuga”. Keiko Fujimori hace de las
suyas, no obstante que Marcelo Odebrech la sindica como receptora de
“activos”. Tampoco eso, importa. Importa, Humala, sí.
Después de
todo, el tema debiera servir de lección: La clase dominante, no perdona.
Aunque te inclines ante ella, aunque te dispongas a servirla
dócilmente, aunque le saques bandera blanca y te rindas; igual. No
perdona.
Algunos dirán “la traición no paga”. Es cuestión de
matices. Lo que importa, es el mensaje; que nadie se meta, ni en
palabras, a discutir el poder de los que mandan, Cuando eso ocurra, carne pa’ los leones. No hay otra.
Gustavo Espinoza M., del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula. pe
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