La asunción de Luis Alberto
Parra Rivero como presidente de la Asamblea Nacional venezolana pone al
órgano unicameral de ese país su-damericano más cerca del sainete que de
la actividad legislativa que, en teoría, debe ejercer.
Durante una sesión confusa, tumultuosa, abundante en
descalificaciones e insultos, pero donde al parecer no se dejó
constancia documentada de votación alguna, Parra se juramentó en su
nuevo cargo, pronunciándose por
despolarizar a la nacióny
salir de esta desgracia, en alusión precisamente a la caótica reunión de la que emergió como presidente.
Así, de manera intempestiva, el ex diputado de la antimadurista Mesa
de Unidad Democrática para las elecciones legislativas de 2015 y ex
integrante del también opositor partido Primero Justicia (que lo había
expulsado de sus filas) desplazó a Juan Guaidó, quien formalmente
ocupaba la presidencia de la asamblea, aun cuando hace casi un año se
proclamara
presidente encargadode Venezuela, cualquier cosa que ello significara. (Tal vez para definir mejor su estatus jurídico, Washington, y después varios países europeos se apresuraron a reconocerlo como
presidente interinode su país.)
Encargado o interino, Guaidó no tuvo ocasión de manifestar su
descontento con la asunción de Parra: se negó a ingresar al recinto
parlamentario porque pretendía hacerlo –
o todos o ninguno– junto con diputados inhabilitados por el Tribunal Supremo de Justicia, aunque después dijo públicamente que un contingente policial le había impedido la entrada.
No estuvo presente, pues, durante la elección que proclamó a su
sustituto. Sin arredrarse por el contratiempo, el dirigente de Voluntad
Popular encabezó una sesión paralela que a falta de sede se realizó en
las instalaciones del periódico El Nacional –reconocido antimadurista– y en ella, previsiblemente, legisladores de la oposición lo ratificaron en su puesto.
El resultado es que, más allá de consideraciones legales que en este
caso vienen a ser lo de menos, la Asamblea Nacional de la República
Bolivariana de Venezuela tiene ahora dos presidentes.
Pero las cifras de las dos elecciones –la que eligió a Parra y la que
ratificó a Guaidó– revelan que en el mejor de los casos hay un serio
desajuste aritmético: tras la sesión del palacio legislativo se informó
que habían concurrido 140 diputados (84 de los cuales –81 según otras
versiones– habrían votado a favor del nuevo presidente); tras la de El Nacional se comunicó que habían ratificado a Guaidó cien legisladores, todo lo cual suma 240.
Pero sucede que el número de diputados que integran la Asamblea
Nacional es de 167. Y la explicación según la cual en la sesión de
Guaidó participaron exiliados o refugiados en el extranjero no basta
para explicar el fenómeno, porque aun dando por buena esta improbable
versión, quienes se encuentran en esa situación no pasan de una
treintena.
Por otro lado, resulta paradójico que uno de los dos presidentes –que
en su momento rivalizaban para oponerse al gobierno de Nicolás Maduro–
cuente con el respaldo de éste. Luis Parra, en efecto, no sólo recibió
el apoyo explícito de numerosos opositores al presidente pero no por
ello aliados de Guaidó, sino también de los diputados chavistas afines
al titular del Ejecutivo, lo que lo convirtió de facto en un
aliado del mismo. Un aliado no muy confiable dados sus antecedentes
partidarios, aun cuando es sabido que en política las alianzas siempre
penden de un hilo.
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