Víctor Flores Olea
Tradicionalmente, en materia
de política exterior América Latina no ha sido una prioridad para los
gobiernos de Estados Unidos, y menos aún para el de Donald Trump, ya que
nuestro subcontinente raras veces ha encarnado verdaderos intereses
estratégicos de ese país. En vista de la consigna America First
proclamada por el presidente, la política hemisférica desarrollada por
otros mandatarios estadunidenses simplemente parece ahora como una
estrategia defensiva en materia de política exterior. Nuestra región no
representa una prioridad para el gobierno de Trump, sino tal vez el
defensivo.
Además de las evidentes asimetrías en materia de poder político y
bienestar social, existen grandes diferencias entre las culturas
políticas de las dos Américas, lo que ha convertido las relaciones
intercontinentales en un terreno particularmente complicado. Para
América Latina, los ejes políticos centrales son, precisamente, los
temas que resultan determinantes para el presidente Trump (comercio,
medio ambiente y migración), tanto frente a sus votantes como en lo que
se refiere a su posicionamiento internacional. Por ello, es casi
inevitable que haya un conflicto de intereses permanente en el
hemisferio occidental. Pese a la retórica agresiva y racista de Trump,
la política exterior concreta de Estados Unidos en la región está
marcada por una continuidad respecto a las medidas bilaterales y
multilaterales. Los modelos de desarrollo conservadores vigentes en
muchos países de América Latina permiten, además, que Washington siga
manteniendo un esquema tradicional de dominación.
Como se ha demostrado en la VIII Cumbre de las Américas celebrada en
Lima, no han apoyado suficientemente las actividades de la OEA ni se
fortaleció a la organización interamericana en sus esfuerzos orientados a
la solución de conflictos. Podemos decir, entonces, que “la estrategia America First
se orienta sobre todo a las relaciones bilaterales”. Es lógico entonces
que el presidente Trump rechace importantes elementos observados en la
política tradicional de Estados Unidos hacia América Latina, como la
promoción de acuerdos de libre comercio, el apoyo a organizaciones
multilaterales o el respaldo a procesos democráticos de la misma forma
en que también lo ha hecho a escala mundial.
Para el gobierno de Trump, como para el de Obama, el tema central fue
y ha sido el de frenar la inmigración (sobre todo a México y
Centroamérica) y redujo aproximadamente en 30 por ciento la inmigración
ilegal en la frontera con México en 2017. Como medida de seguridad
nacional, el presidente impulsa la expulsión masiva de los ilegales
pertenecientes a la población hispana, que con 18 por ciento representa
la minoría más grande y de más rápido crecimiento en Estados Unidos.
Dentro de las pocas iniciativas orientadas a América Latina, Washington
prioriza entonces su temor a un
desbordedel crimen organizado extendido en la región.
Aunque la histórica
migración laboralmexicana mostró una tendencia descendente en años recientes, Trump teme ahora que se registren nuevas olas migratorias, que podrían dar cabida a criminales, narcotraficantes y tal vez terroristas. El peligroso triángulo de comercio, migración y cambio político y económico convierte a México en el mayor factor de riesgo para la política exterior de Trump en América Latina.
Colombia es considerada tradicionalmente por Estados Unidos como su
aliada más leal en Sudamérica. El Plan Colombia, dirigido a estabilizar a
un Estado debilitado durante décadas por el conflicto armado, ha sido
alabado por distintos ocupantes de la Casa Blanca. Sin embargo, la
amenaza de Trump, que apunta a señalar a Colombia como
poco confiableen sus compromisos contra el cultivo y el tráfico de drogas debido al aumento en la producción, afecta gravemente a ese país.
Durante largo tiempo, dentro y fuera de la región, se subestimó la
posición deChina como socio clave de América Latina en materia de
comercio e inversión. Sin embargo, en los pasados cinco años, el gigante
asiático firmó amplios acuerdos de asociación estratégica con siete
países: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela.
Desde 2017, Pekín es el principal socio regional de Sudamérica en el
área exportadora; fue un año en el que las exportaciones e importaciones
latinoamericanas hacia y desde China aumentaron 23 por ciento y 30 por
ciento, respectivamente, en parte porque la cantidad de medidas
proteccionistas existentes en ese país es muy inferior a la que impone
Estados Unidos.
Además, en la década pasada, las inversiones chinas en la región
aumentaron en 25 mil millones de dólares para alcanzar un total de 241
mil millones y, según lo anunciado por el presidente Xi Jinping, en los
próximos años se sumarán otros 250 mil millones. De este modo, en lo que
respecta a las inversiones directas en la región, las tasas de
crecimiento chinas superan con holgura las de la Unión Europea y también
las de Estados Unidos.
Sobre todo después de la llegada de Trump, China ha repetido que la
región tiene una importancia estratégica para su propio desarrollo y que
su compromiso es a largo plazo. Además de las numerosas y estrechas
relaciones bilaterales, cabe subrayar la fuerte cooperación con toda la
región a través del Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños. En la Declaración de Santiago, no sólo se acordaron acciones
detalladas para 2019-2021, sino que se planteó la creación de una gran
línea transoceánica de transporte, que se articule con el proyecto de la
Nueva Ruta de la Seda.
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