Raúl Zibechi
La Jornada
Las revueltas en
curso en América Latina tienen la enorme virtud de desnudar aspectos del
régimen de dominación que en la grisura de la vida cotidiana pasan
desapercibidas y son normalizadas, incluso por sus víctimas.
Comprendemos así que el Estado –cuando se le quitan
los caireles de la rima(León Felipe)– cuando se le desnuda de todo adorno
democrático,
ciudadano, etcétera, queda reducido apenas a su núcleo duro: los aparatos armados.
Estos días, en Chile puede comprobarse, hasta la saciedad, que el
gobierno de las personas lo ejercen los carabineros y militares, que son
quienes sustituyen la tecnología de la disciplina (desde la familia
nuclear hasta la escuela, la división del trabajo y todo panóptico) por
el uso de la violencia, asesinando, mutilando y violando por cientos.
Finalmente, eso es el Estado. Un instrumento de dominación
implacable, imposible de gestionarlo sin apelar, en última o en primera
instancia –dependiendo de las coyunturas y disposición de fuerzas
sociales–, a la represión.
En medio de las revueltas populares observamos cómo va cobrando forma
un Estado policial, en plena democracia o, mejor, de carácter
democrático, ya que se cumplen las formalidades electorales sin que por
eso se ponga en cuestión el modelo de dominación. La elegibilidad de
algunos cargos del Estado, contrasta con la no elegibilidad de los
mandos militares y policiales, así como jueces y burócratas de diversos
estamentos estatales.
Luego de 30 años de democracia electoral en Chile, nos encontramos
que esos estamentos siguen siendo pinochetistas. Que luego de 13 años de
gobiernos del Partido de los Trabajadores en Brasil, los militares
siguen siendo tan golpistas como en 1964. Exactamente lo mismo sucede en
Uruguay, luego de 15 años de gobiernos del Frente Amplio, y en Bolivia,
después de casi 14 años del MAS en el gobierno.
En Chile, el general de Carabineros, Enrique Bassaletti, jefe de la
zona este de la Región Metropolitana, salió al cruce de quienes acusaban
a la fuerza de violar los derechos humanos. Luego de señalar que la
sociedad sufre una enfermedad grave por el estallido, dijo:
Supongamos que sea un cáncer (...), cuando el tratamiento para éste se hace con quimioterapia, en algunos casos y en otros con radioterapia, se matan células buenas y células malas(https://bit.ly/33Hke6o).
Ese es el tipo de uniformados que tenemos, luego de décadas de
finalizadas las dictaduras. Por eso sostengo que son actitudes que ya no
dependen de una o varias personas, tienen carácter estructural. El
Estado policial democrático es el modo encontrado por los de arriba para
sostener el régimen de dominación, que tiene en el
extractivismo/neoliberalismo su régimen de acumulación y de regulación
de las relaciones sociales.
Se puede decir, incluso, a la inversa. La acumulación por despojo
necesita de un Estado represivo, de carácter policial, pero que debe
estar legitimado por el ejercicio regular del acto electoral. Este acto
no puede poner en cuestión ni el Estado policial ni el régimen de
acumulación del capital, porque en ese caso los resultados son
inmediatamente invalidados por
antidemocráticos.
En suma, la llamada democracia sólo merece ese nombre cuando es
funcional a la dominación, que en este periodo incluye lo que Giorgio
Agamben denomina
estado de excepción permanente. El filósofo italiano define esta situación como una
guerra civil legalcontra aquellos sectores que por diversas razones no pueden ser integrados ni, por ende, dominados.
Agamben se inspiró en el nazismo y sus campos de concentración, para llegar a esa conclusión.
En América Latina los no integrables, o descartables, son los pueblos
originarios y negros, los sectores populares y trabajadores, o sea los y
las de abajo. Es la experiencia fresca de las revueltas en curso, lo
que estos días hemos visto en Chile, pero sobre todo en cada lugar donde
los dominados se rebelan, lo que nos permite hablar de un Estado
policial democrático.
En este tipo de Estado, la vida de las personas no vale nada, en
particular aquellas que viven en las zonas del no-ser (Fanon), allí
donde la humanidad no es respetada y la violencia es el modo de
regulación de las relaciones entre la sociedad y las autoridades
estatales y empresas privadas. En Santiago, los carabineros cercaron
barrios enteros e ingresaron por la fuerza en las viviendas
particulares, siempre en la periferia popular y combativa. La democracia
funciona para el tercio de arriba.
Por último, sería penoso que las izquierdas electorales siguieran
compitiendo para administrar este Estado Policial, como hizo Lula en
Brasil, cuyo gobierno siguió militarizando las favelas y creó formas más
sofisticadas de presencia policial en los barrios populares.
El único camino razonable es organizarnos con la mayor cautela en los
campos de concentraciónque el Estado policial democrático ha convertido a nuestros barrios, con el objetivo de derribar las alambradas cuando los guardias se descuiden.
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