En
el continente latinoamericano se conocen los años 90 del siglo pasado
como “la década perdida”. Fueron los años se aplicación de las medidas
más ortodoxas del neoliberalismo, generalmente camufladas tras la
denominación de ajuste estructural. Se habían ensayado desde los años 70
aprovechando la implantación de dictaduras (Chile, Argentina…) que
imposibilitaron la contestación a esas medidas ante la desaparición y
muerte de las oposiciones políticas, sociales y sindicales.
En
la década de los 80, con la aplicación del modelo de la transición
española, gran parte de las dictaduras se fueron transformando por arte
de birlibirloque en democracias reconocidas. Aquellas mismas élites
militares y económicas (oligarquías) que hasta semanas antes habían
dirigido con mano de hierro y gatillo fácil a las sociedades, se
reconvertían en demócratas. El quid de la cuestión era que, por
supuesto, las estructuras de la economía neoliberal que ya había dado
sus primeros pasos en las dictaduras, no se podían tocar. Demócratas sí,
pero nunca dispuestos a perder su estatus de dominación y privilegios
sino, muy al contrario, a ensayar nuevas formas que multiplicaran sus
beneficios.
Y así América Latina entra en una fase de
ajustes estructurales en esa década perdida. Recortes sociales y
laborales, precarización del trabajo, subidas de impuestos a las capas
populares y bajada de la fiscalidad a las clases dominantes,
adelgazamiento del estado mediante despidos masivos y disminución de las
arcas públicas, acompañadas de privatización de la práctica totalidad
de los sectores económicos estratégicos (electricidad, minerías,
telefonía, hidrocarburos….). Todo ello, produce un inmediato hundimiento
de la calidad de vida de las grandes mayorías, calidad que nunca había
sido buena pero que ahora empeora ostensiblemente, incluyendo las
expectativas del futuro inmediato.
Con esta situación es
relativamente fácil entender que la entrada al nuevo siglo viniera
acompañada de un nuevo ciclo caracterizado por la conflictividad social y
política que se traducirá en la elección democrática de los llamados
gobiernos progresistas en gran parte del continente latinoamericano. Las
sociedades habían concluido la década exhaustas y empobrecidas y el
oasis neoliberal era cuestionado por éstas, e incluso por fuerzas
políticas afines a la moderación política y a tendencia liberales. Casi
nadie podía seguir defendiendo un régimen neoliberal que había supuesto
convertir a América Latina en el territorio del mundo donde la
desigualdad social se había multiplicado hasta niveles nunca vistos,
pese a la enorme cantidad de recursos naturales y las posibilidades del
continente de construir una vida más justa para la mayoría de su
población.
Hoy, hacemos un salto en el tiempo y
encontramos una realidad de discursos que hablan de que el ciclo de los
gobiernos progresistas ha sido un fracaso y se ha acabado. Los últimos
años han traído una presión redoblada sobre éstos en todos los ámbitos.
Se ha utilizado desde el golpe de estado hasta el boicot económico,
desde la presión de los mercados hasta el sabotaje y la manipulación
mediática. Y encontramos nuevamente victorias de fuerzas neoliberales
que, además, vienen reforzadas con discursos ultraderechistas,
corruptos, racistas y machistas, como es el caso de países como Brasil,
Guatemala, Honduras o Argentina.
Estos
breves antecedentes permiten entender las fuertes oposiciones que ya se
articulan en Brasil, la posible derrota electoral de Macri y su
neoliberalismo en Argentina y, sobre todo, el levantamiento en Ecuador.
En este último país la población vive un auténtico “deja vu”, esa
sensación que una persona siente a veces de haber vivido anteriormente
una misma situación o experiencia. El llamado “paquetazo”, es decir las
medidas neoliberales anunciadas por el gobierno de Lenin Moreno han
devuelto a la población ecuatoriana a la década perdida. Ha sido un
auténtico shock. El aumento de los combustibles en un 123% con todo lo
que eso supone de inmediato aumento de los precios de todos los
productos esenciales para la vida, el despido masivo de funcionarios y
la culpabilización a éstos de la situación, la privatización posible de
la seguridad social y, entre otras consecuencias, la consiguiente
desaparición de las perspectivas de una posible jubilación; en suma, la
pérdida de derechos sociales y laborales. Y todo ello acompañado de
nuevas exenciones fiscales y reducción de impuestos a las clases más
altas y a la inversión extranjera, es decir, a las transnacionales que
volverán a copar los territorios (poco importan la crisis climática)
para una extracción desenfrenada de los recursos naturales del país.
Ecuador
vuelve a entregarse al mejor postor a través de las medidas que una vez
más impone el FMI (Fondo Monetario Internacional) a cambio de una ayuda
para tratar de dar viabilidad a la maltrecha economía. Sin embargo, esa
ayuda supone el automático mayor endeudamiento del país y la
supeditación absoluta a las directrices dictadas por ese organismo
internacional, abanderado del neoliberalismo más ortodoxo, con lo que
esto supone de pérdida de soberanía. Organismo que sigue aplicando las
mismas recetas que fracasaron estrepitosamente respecto a la mejora de
las condiciones de vida de la población durante la década perdida;
aunque también hay que tener en cuenta que esas medidas nunca
pretendieron esto último sino el aumento de beneficios de las élites
económicas locales y transnacionales. Este es el deja vu que
explica el levantamiento popular en Ecuador, con un protagonismo
recuperado del movimiento indígena que, como en los años 90 del siglo
pasado, concentra fuerza y movilización gracias a la memoria corta que
supone tener muy presente el empobrecimiento que las recetas
neoliberales supusieron para un país con enormes recursos naturales y
que, sobre todo, no quiere repetir la historia. Como ha señalado la
profesora de la Universidad de Valencia Adoración Guamán los pueblos
ecuatorianos se han encontrado con un “neoliberalismo por sorpresa”,
traído por un presidente que gobierna en sentido totalmente contrario al
programa que propuso en elecciones. Y esto por si solo explica la
protesta social.
2019/10/09
Jesús González Pazos
@jgonzalezpazos
Miembro de Mugarik Gabe
https://www.alainet.org/es/articulo/202583
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