Uruguay
La integración de la
fórmula con la candidatura de Graciela Villar por Frente Amplio uruguayo
(FA), a instancias del candidato electo en las primarias, Daniel
Martínez, ha disparado diversas expresiones de sorpresa y, en algunos
casos, malestares. Ambas manifestaciones reflejan un vacío procedimental
y en algunos casos no pocas dudas sobre el grado de democraticidad de
la decisión, aunque sea el Plenario Nacional la instancia que la
convalide.
Varias contradicciones -no necesariamente dilemáticas o
irreconciliables- se ponen en juego en esta movida, cualquiera sea la
opinión sobre la postulación concreta. Intentaré exponerlas brevemente,
considerando que su explicitación no debería debilitar en modo alguno el
apoyo irrestricto al FA y sus candidaturas, el entusiasmo militante y
el vigor de los esfuerzos por la obtención del 4° gobierno, algo que en
el contexto internacional se torna dramáticamente imperativo. El
objetivo estratégico de esta coyuntura es el triunfo electoral. Todo el
resto, incluyendo las candidaturas, tan sólo medios para alcanzar este
fin.
La primera -y menos significativa- contradicción refiere a
los tiempos de la definición. Un conjunto de compañeros y sectores
consideran que si la principal amenaza, el Partido Nacional, definió su
fórmula la misma noche del escrutinio, el FA debería hacer lo propio con
la mayor celeridad. Un fundamento tácito los apuntala en la dinámica
mediático-publicitaria dominante. Me cuento entre los que creemos que el
apuro no debería sustituir al análisis de la repercusión en la campaña
(mucho más que la experiencia parlamentaria o de gestión) como expuse
aquí el viernes pasado. Y si bien el énfasis deberá ponerse en el
retorno a los métodos más tradicionales de la interacción militante cara
a cara, casa por casa y lugares de trabajo, no debería dejar de
complementarse con focus groups y posteriores estrategias de difusión
masiva de los resultados por todos los medios posibles. Se juega en la
cancha de los poderosos, no en nuestro potrero. Por lo demás, si se
creyera en la importancia de la celeridad, bien podrían haberse hecho
consultas previamente, más aún considerando la predictibilidad de los
resultados, evitando de este modo la apresurada improvisación reciente.
Un
segundo par de tensión es el grado de mayor o menor conocimiento de la
candidata en la ciudadanía. Una importante proporción de dirigentes y
militantes (entre los que me incluyo) desconocían su trayectoria. Ya
expuesta, se reconoce como una exponente más de los mejores perfiles
frentistas. Pero la información a la que podemos acceder en medios
militantes o intensamente politizados, aún fuera de Uruguay, no
necesariamente se distribuye entre la ciudadanía, ni ésta se orienta
exclusivamente por trayectorias, sino que requiere de un conocimiento
más personalizado y cierta sensación de proximidad. Unos años atrás,
Sendic lanzó una ironía sobre la abrumadora diferencia que por entonces
tenía el FA en Montevideo (y que lamentablemente viene perdiendo, sin
que suenen las debidas alarmas) diciendo que se ganaría aún si la
candidatura fuera una heladera. Dejando de lado la cuestión
estrictamente electoral y el contexto del dicente, la referencia llama a
la explicitación de una tercera contradicción entre el sujeto y la
estructura o más ampliamente, entre el carisma y la despersonalización
basada en la organización colectiva, la disciplina y los mandatos.
Ninguna
organización política, ni aún el FA que resulta un ejemplo de firme
unidad en una complejísima convergencia plural, puede uniformar
personalidades, talentos y liderazgos pero puede mediante normativas y
prácticas morigerar la tendencia hacia la concentración del poder
implícita en las seducciones carismáticas, aunque menos donde aún
residen las peores formas de manipulación publicitaria, fake news y
emocionalidades . La hegemonía comunicacional y por lo tanto los hábitos
político-culturales, están en manos de las derechas que no sólo
conviven acríticamente con la autonomía de los dirigentes-candidatos
sino que expanden la atracción caudillista que debilita hasta la propia
noción de militancia en una estructura clientelística. El tipo de
afiliado de los partidos tradicionales es, antes bien, un simpatizante.
En el conjunto clientelístico, el militante es una verdadera minoría y
cuando se lo encuentra es por lo general en las juventudes. El camino de
los adultos está más cerca de la profesionalización o del
desinvolucramiento, salvo el de la votación en las internas.
Suponer que el FA goza de inmunidad frente a estas formas fiduciarias de
la democracia representativa y de las influencias determinantes de los
liderazgos resulta una ingenuidad, tanto como suponer que esta decisión
de Martínez no se emparente con el dedo amiguista de los conservadores.
Obviamente nuestro FA es un complejo colectivo en el que las decisiones
colegiadas morigeran parcialmente la concentración personalista del
poder, pero los liderazgos han jugado un rol importante y nada hace
prever que dejen de jugarlo aunque estemos en presencia de cierta
renovación generacional. La separación entre dirigentes y bases está
lejos de ser superada.
No se trata de liderazgos transferibles,
sino de exclusivo ejercicio personal. Recordemos que Mujica no logró
transferir su influencia ni en la última elección departamental de
Montevideo, ni en las pasadas internas. Tampoco lo logró Tabaré Vázquez
con su apoyo al referéndum contra la ley de aborto. Cuando Cosse dice no
entender en conferencia de prensa por qué no fue elegida para la
postulación junto a Martínez, se hace indispensable invertir la
pregunta. ¿Por qué lo sería si Astori no lo fue cuando compitió con
Tabaré, ni Constanza cuando también lo enfrentó? Martínez cumplió con su
promesa de fórmula paritaria. No es poco. Nosotros debemos luchar para
que nos conduzca al triunfo.
Sin heladera alguna.
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