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viernes, 28 de junio de 2019

¿Qué cambió a 10 años del golpe de Estado?

Honduras


En la madrugada del 28 de junio del 2009, el Ejército de Honduras, obediente al gobierno norteamericano, irrumpió en la Casa Presidencial y en pijamas sacó al entonces Presidente constitucional Manuel Zelaya y lo envió para Costa Rica.
Así se consumó el primer golpe de Estado del siglo, en el país más nublado (desconocido hasta entonces) de la región, siempre bajo la consigna de: “democracia”, “prosperidad”, “libertad”...
El gobierno norteamericano, en su intento de contener en Honduras el “avance de los vientos anti imperialistas del Sur” empujó a la irreflexiva oligarquía y al Ejército hondureño al abismo letal del cual aún no logran salir.
¿Qué cambió a 10 años del golpe de Estado?
Una década de dictadura consolidada. Si bien para este país bicentenario de 9 millones de habitantes la democracia no había trascendido de la alternancia plutocrática bipartidista, con el golpe de Estado se anuló por completo el orden constitucional y el ritual electoral.
El partido Nacional, coautor del golpe, tomó y se mantiene en el poder con dos fraudes electorales consecutivos (2013 y 2017). Incluso rompiendo el artículo pétreo de la Constitución Política que prohíbe la reelección presidencial.
En lo político, Honduras se encuentra como a principios del siglo pasado: Los gobernantes “democráticos” se mantienen en el poder mano militari.
Disolución de las instituciones públicas. En dos siglos de República se había conseguido cimentar, aunque incipiente, las instituciones públicas en base al ordenamiento jurídico.
Ahora, los resabios de dicha incipiente institucionalidad fueron cooptados “públicamente” por el crimen organizado y el narcotráfico, y funcionan en la alegalidad. “Narco municipios”, “narco dictadura”, “impuesto de guerra”… son términos utilizados para referirse a la administración pública.
La pobreza trepó de 58% al 70%. Para 2009, el 58% de los hogares hondureños vivía en situación de pobreza, y en pobreza extrema, el 36% (INE, 2009).[1] Según informe del PNUD, para el 2018, más del 70% de hondureños viven en situación de pobreza multidimensional [2], y el 48% en situación de pobreza extrema.
La década de la consolidación de la dictadura produjo cerca de 2 millones de nuevos pobres en el país. Casi en ese mismo período, en países como Bolivia, cerca de 3 millones de pobres salieron a niveles de ingresos medios.
Disolución de los derechos humanos. Para el Estado dictatorial de Honduras el principal enemigo interno del país es el o la defensora de derechos humanos. La dictadura premia con la impunidad al predador de defensores derechos (caso Berta Cáceres, y cientos más).
Entre 2010 y 2016, cerca de 21 mil jóvenes fueron asesinados, la mayoría escolares (UNAH, 2017). Con el golpe de Estado, se diluyó el amor por la vida. El golpe y la dictadura hicieron de Honduras uno de los países más violentos y peligrosos del mundo.
Entre 2009 y 2017, fueron asesinados 70 periodistas (de estos casos más del 90% se encuentran en la impunidad) [3]. Honduras vive una acelerada y violenta desintegración social.
Deuda pública se duplicó. El golpe de Estado fue una estrategia para afianzar el sistema neoliberal mediante la transferencia de bienes y servicios públicos al sector privado.
Según informes oficiales, el Producto Interno Bruto (PIB) del país creció de $14 mil millones (2009) a $ 23 mil millones (2018). Pero, también, en ese mismo período, la deuda pública se duplicó de $ 8.6 millones a 16.5 millones.[4] Es decir, ahora, cada hondureño nace con una deuda de $1700. El costo de la electricidad, la canasta básica, los hidrocarburos… se incrementaron como nunca antes.
La economía creció en un promedio de 3 a 4%, pero la estampida hondureña hacia el exterior cobró ribetes dantescos. La economía casi funciona a control remoto, gracias a los circulantes inyectados por la industria del narcontráfico. Las remesas representan más del 18% del PIB del país.[5]
Germinó una rebeldía popular. Inmediatamente después del golpe de Estado, en Honduras surgió una inédita y espontánea resistencia popular movilizada, articulada en el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP). Con la creación del partido político Libertad y Refundación Libre (dirigido por Zelaya), este movimiento social se fue desintegrando. Aunque algunos de sus integrantes aún resisten en las calles a la dictadura actual, no necesariamente bajo la orientación de Libre o de Zelaya.
Quizás se perdió una década de oportunidad para consolidar el sujeto sociopolítico colectivo, alrededor de una agenda común consensuada. Lo cierto es que con seguridad la Honduras post dictadura necesitará de ese sujeto y de esa agenda para proyectarse como país.
Hace 10 años atrás, la resistencia popular planteaba proceso constituyente popular para refundar el Estado. Dicha propuesta fue pospuesta por el partido Libre. Ahora, al parecer, la bandera de la constituyente es enarbolada por la oligarquía dictatorial como “una salida al caos”.
Notas:

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