Honduras
En la madrugada del 28
de junio del 2009, el Ejército de Honduras, obediente al gobierno
norteamericano, irrumpió en la Casa Presidencial y en pijamas sacó al
entonces Presidente constitucional Manuel Zelaya y lo envió para Costa
Rica.
Así se consumó el primer golpe de Estado del siglo, en el país
más nublado (desconocido hasta entonces) de la región, siempre bajo la
consigna de: “democracia”, “prosperidad”, “libertad”...
El
gobierno norteamericano, en su intento de contener en Honduras el
“avance de los vientos anti imperialistas del Sur” empujó a la
irreflexiva oligarquía y al Ejército hondureño al abismo letal del cual
aún no logran salir.
¿Qué cambió a 10 años del golpe de Estado?
Una década de dictadura consolidada.
Si bien para este país bicentenario de 9 millones de habitantes la
democracia no había trascendido de la alternancia plutocrática
bipartidista, con el golpe de Estado se anuló por completo el orden
constitucional y el ritual electoral.
El partido Nacional,
coautor del golpe, tomó y se mantiene en el poder con dos fraudes
electorales consecutivos (2013 y 2017). Incluso rompiendo el artículo
pétreo de la Constitución Política que prohíbe la reelección
presidencial.
En lo político, Honduras se encuentra como a
principios del siglo pasado: Los gobernantes “democráticos” se mantienen
en el poder mano militari.
Disolución de las instituciones públicas.
En dos siglos de República se había conseguido cimentar, aunque
incipiente, las instituciones públicas en base al ordenamiento jurídico.
Ahora, los resabios de dicha incipiente institucionalidad
fueron cooptados “públicamente” por el crimen organizado y el
narcotráfico, y funcionan en la alegalidad. “Narco municipios”, “narco
dictadura”, “impuesto de guerra”… son términos utilizados para referirse
a la administración pública.
La pobreza trepó de 58% al 70%.
Para 2009, el 58% de los hogares hondureños vivía en situación de
pobreza, y en pobreza extrema, el 36% (INE, 2009).[1] Según informe del
PNUD, para el 2018, más del 70% de hondureños viven en situación de
pobreza multidimensional [2], y el 48% en situación de pobreza extrema.
La
década de la consolidación de la dictadura produjo cerca de 2 millones
de nuevos pobres en el país. Casi en ese mismo período, en países como
Bolivia, cerca de 3 millones de pobres salieron a niveles de ingresos
medios.
Disolución de los derechos humanos. Para el Estado
dictatorial de Honduras el principal enemigo interno del país es el o
la defensora de derechos humanos. La dictadura premia con la impunidad
al predador de defensores derechos (caso Berta Cáceres, y cientos más).
Entre
2010 y 2016, cerca de 21 mil jóvenes fueron asesinados, la mayoría
escolares (UNAH, 2017). Con el golpe de Estado, se diluyó el amor por la
vida. El golpe y la dictadura hicieron de Honduras uno de los países
más violentos y peligrosos del mundo.
Entre 2009 y 2017, fueron
asesinados 70 periodistas (de estos casos más del 90% se encuentran en
la impunidad) [3]. Honduras vive una acelerada y violenta desintegración
social.
Deuda pública se duplicó. El golpe de Estado fue
una estrategia para afianzar el sistema neoliberal mediante la
transferencia de bienes y servicios públicos al sector privado.
Según
informes oficiales, el Producto Interno Bruto (PIB) del país creció de
$14 mil millones (2009) a $ 23 mil millones (2018). Pero, también, en
ese mismo período, la deuda pública se duplicó de $ 8.6 millones a 16.5
millones.[4] Es decir, ahora, cada hondureño nace con una deuda de
$1700. El costo de la electricidad, la canasta básica, los
hidrocarburos… se incrementaron como nunca antes.
La economía
creció en un promedio de 3 a 4%, pero la estampida hondureña hacia el
exterior cobró ribetes dantescos. La economía casi funciona a control
remoto, gracias a los circulantes inyectados por la industria del
narcontráfico. Las remesas representan más del 18% del PIB del país.[5]
Germinó una rebeldía popular.
Inmediatamente después del golpe de Estado, en Honduras surgió una
inédita y espontánea resistencia popular movilizada, articulada en el
Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP). Con la creación del
partido político Libertad y Refundación Libre (dirigido por Zelaya),
este movimiento social se fue desintegrando. Aunque algunos de sus
integrantes aún resisten en las calles a la dictadura actual, no
necesariamente bajo la orientación de Libre o de Zelaya.
Quizás
se perdió una década de oportunidad para consolidar el sujeto
sociopolítico colectivo, alrededor de una agenda común consensuada. Lo
cierto es que con seguridad la Honduras post dictadura necesitará de ese
sujeto y de esa agenda para proyectarse como país.
Hace 10 años
atrás, la resistencia popular planteaba proceso constituyente popular
para refundar el Estado. Dicha propuesta fue pospuesta por el partido
Libre. Ahora, al parecer, la bandera de la constituyente es enarbolada
por la oligarquía dictatorial como “una salida al caos”.
Notas:
[1] Véase, https://www.unicef.org/ honduras/ODM1.pdf
[2] Véase, http://www.hn.undp.org/
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