El próximo jueves 20
En el Perú, los paros
generales decretados por los trabajadores, no han sido muchos. Han
coincidido, sin embargo, con determinadas etapas de la crisis social,
cuando los sindicatos adquirieron conciencia de sus problemas esenciales
y recurrieron a medidas extremas en defensa de sus intereses
reivindicativos e inmediatos.
El primer paro nacional que recuerda
la historia, ocurrió en enero del 1919 cuando la batalla principal se
planteó en demanda de la institucionalización de la Jornada de 8 horas.
Como se recuerda, ella había sido aceptada ya en 1913 por el gobierno
del Presidente Billingurts, pero solamente en beneficio de los
trabajadores del puerto. Así se dispuso en atención a la huelga del
muelle dársena del Callao, donde fue izada esa bandera.
Los
obreros que se movilizaron el 19, no lo hicieron por una “bandera
nueva”, sino apenas para lograr la extensión de un beneficio que ya
había sido admitido, y que tenía, como antecedente de sangre el
sacrificio de los mártires de Chicago, en 1886 e incluso la caída de
Florencio Aliaga, en 1904.
Bajo el imperio de sucesivas
dictaduras durante varios años, los sindicatos tuvieron una vida por
cierto pacífica. La clase dominante pudo imponer una cierta “paz
social”, parecida a la paz de cementerios. Una chispa de protesta, sin
embargo, ocurrió en 1935, cuando se impuso la idea de retomar viejas
banderas y convertir el 1 de Mayo en un día de lucha, y no de romerías.
En ese entonces, el paro nacional decretado por los trabajadores como
una manera de rendir homenaje a los mártires del sindicalismo. La acción
fue violentamente reprimida por las autoridades, y los dirigentes de la
lucha -liderados por Isidoro Gamarra- terminaron confinados en la
Intendencia de Lima, situada en ese entonces en la calle Pescadería.
La ausencia de una estructura sindical de carácter nacional –la CGTP
había sido ilegalizada en noviembre de 1930- impidió concretar
iniciativas unitarias, y las pocas acciones reivindicativas fueron
sutilmente acalladas. Esta situación se prolongó, incluso, hasta el
régimen de “La Convivencia”, en el que una suerte de alianza de
banqueros, exportadores y apristas sumó fuerzas para forjar un poder a
la sombra del imperio.
Como esto no fue posible pacíficamente,
se sucedieron las luchas que se añadieron a la protesta obrera en los
complejos azucareros apagada por sucesivas matanzas. Una de las más
crueles fue la de Rancas y Paramonga, que dejara una dolorosa secuela de
muerte. Antes, habían acontecido episodios similares en Cayaltí.
Laredo, Casagrande. Pátapo, Pucalá y otros centros agroindustriales de
la costa, de propiedad de los Gildemeister, Aspíllaga, De la Piedra,
Graña. Beltrán y otros, ensoberbecidos varones del algodón y del azúcar.
La sangre derramada en ese periodo fue tanta que incluso la
dirigencia aprista de la CTP, empeñada hasta el fin en “no hacer olas”
que afectaran al régimen de Prado, se vio forzada a decretar un paro
nacional el 13 de mayo de 1960, el mismo que tuvo lugar en el marco de
la Gran Huelga Estudiantil, decretada por la FEP en demanda de respeto a
la categoría universitaria de La Cantuta y el Cogobierno en la Facultad
de Medicina de San Fernando.
En septiembre de 1967 hubo otro
paro, esta vez dispuesto por el Comité de Unidad y Defensa Sindical -el
CDUS- que daría lugar a la reconstitución de la CGTP en junio de 1968.
Este paro alzó la protesta de los trabajadores contra el Gobierno de
Fernando Belaunde quien primero declarara “traidores a la patria” a
quienes demandaban la devaluación monetaria respecto al dólar y luego
subiera el precio de la moneda extranjera de 19 a 45 soles.
Este paro fue apoyado por Mario Vargas Llosa, quien en un espacio
electoral concedido al Frente Unidad de Izquierda que levantaba la
candidatura de Carlos Malpica, secundó la protesta sindical. Yo hice lo
propio en la misma circunstancia, lo que me valió una suspensión de 15
días en el ejercicio de mi función docente, dispuesta por el Ministerio
de Educación. El paro, el 28 de septiembre fue un golpe de muerte a la
dirección aprista de la CTP liderada por Julio Cruzado.
Lo
demás, es más reciente. Un paro departamental en Lima y Callao decretado
por la CGTP en diciembre del 75, en solidaridad con los trabajadores
del calzado, dio ánimo de lucha para acciones mayores en 1977 y 1978,
que terminaran volteando el escenario político. Luego de fracasado el
paro de tres días de enero del 79, en los años 80 se sucedieron varias
acciones similares más bien exitosas. Quizá si la más importante fuera
la del 22 de marzo de 1984, cuando el atentado contra la vida del
senador Jorge del Prado.
Ahora, este jueves 20 de junio, la CGTP ha
dispuesto un nuevo paro nacional contra el modelo neoliberal y en
demanda de cambio de la Constitución. Plantea además, otras exigencias
legítimas. Debiera ser un paro cívico, nacional y popular y no sólo una
acción sindical. Haría bien el Gobierno en atender sus demandas y
entender la causa de los trabajadores.
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