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martes, 25 de junio de 2019

Rebelde y articulada con los pueblos

Guatemala

Después de unos días de haberse realizado la primera vuelta electoral, considero oportuno escribir algunas líneas, tal vez, no sea para aclararle a mis lectores y lectoras sobre la situación, si no para que yo mismo, termine de entender que es lo que pasa; desde la famosa vuelta a la democracia, que a mi criterio no es más, que el inicio del asentamiento del modelo neoliberal en el país. 

Digo esto, porque la Constitución Política de Guatemala, que diera entrada a una nueva oleada de gobiernos electos democráticamente, después de más de 30 años de gobiernos militares y dictatoriales, se redacta en paralelo al Consenso de Washington, que es el sustento político, económico, social y militar del neoliberalismo. Con ello, comienzan las privatizaciones, la venta de las reservas nacionales, las elecciones de gobiernos civiles, el desarrollo de una democracia controlada y secuestrada y por si fuera poco, el aparecimiento del capital del crimen organizado dentro de las empresas partidarias, que siguen llamándose partidos políticos y el inicio del nuevo despojo en los territorios indígenas, para la explotación de los recursos. 

Desde Vinicio Cerezo, estamos en la novena elección, supuestamente democrática. Si, democrática, porque el voto se convierte en un derecho y no se hace de manera forzada como en épocas dictatoriales, los fraudes encabezado por militares y los ricos, quedaban allá lejos y ahora no se llaman fraudes, sino debilidades institucionales o errores humanos. Los acarreos, la compra de votos, la utilización de recursos del Estado para la campaña, el desprestigio desarrollado en los mítines de campaña y foros, etc., y como si fuera poco, el financimiento del crimen organizado, es legitimado y aceptado por todos. Como lo afirma un campesino de algún lugar: “Y ahora qué podemos hacer, ya casi nada, porque todos de alguna manera tienen manchada la mano con la plata que proveen los ladrones”. 

Estas últimas elecciones se dan en el marco de las nuevas reformas a la LEPP. Reformas que salen de las demandas ciudadanas en las plazas y que le quedaron muy grandes a la institucionalidad electoral y cómodas al crimen organizado. Al final de cuentas, son reformas dentro del marco de un Estado criminal, vinculado al crimen organizado, a las mafias y a las élites burguesas y oligárquicas, que han convertido nuestro país, en un botín. 

Las reformas son buenas en su intencionalidad, pero se hacen dentro del marco de una casa que se niega a caer. Reformas, que si se hubieran aplicado y administrado bien, una gran mayoría no hubiera podido ser candidato y es más, quienes al final quedaron en primero y segundo lugar, no hubieran llegado, porque estuvieran en alguna cárcel de nuestro país. 

Después de la consigna “no te toca” y la llegada de un “payaso” (disculpándome de los verdaderos payasos), a la presidencia, estas reformas se pensaron que servirían para terminar con los vicios y males de la llamada “democracia participativa y representativa”, que sigue siendo un sistema que engaña a todos y limita la participación de una mayoría que quiere hacer bien las cosas. Lo digo así, porque si fuera una democracia igualitaria, entonces, muchos alcaldes y diputados nuevos o viejos no hubieran ganado y muchos que tienen intachables conductas, hubieran ganado. 

La nuestra es una democracia, controlada por dos pactos: de elites y corruptos. Una democracia que solo sirve de discurso político y filosófico, para el desarrollo y fortalecimiento de una Estado contrainsurgente y criminal, Como ejemplo, se evidencia, en los cambios que hizo el ejército a una semana de la primera vuelta electoral, que nos anima a pensar que están preparando el entramado correcto, para recibir al nuevo o a la nueva presidenta y negociar como lo han sabido hacer, desde el documento de la “vergüenza”, con Méndez Montenegro, cuando se decidieron aceptar un gobierno civil, bajo la condición de reprimir a los grupos comunistas de ese entonces y ahora seguro que firmaran un documento oculto, para desalojar a campesinos sin tierra, a perseguir a sus asesores jurídicos, a intelectuales y académicos que acompañan las resistencias, además de seguir persiguiendo a líderes comunitarios, que están en cada lugar de resistencia y acrecentar la incertidumbre y el miedo, para implementar a diestra y siniestra el extractivismo. Por eso, tratar de impulsar que hubo fraude, solo tiene un objetivo, mantener el control del Estado como hasta ahora lo han hecho y cualquier grupo, organización o movimiento social denominado de izquierda o progresista, que también le haga eco, al denominado “fraude”, sepa que está abriendo un nuevo camino para la represión. 

Si nuestra definición de izquierda y progresista, es porque se lucha y se defiende la “dignidad humana en cuanto a ser humano oprimido y discriminado (...) o de aquellos que luchan por la independencia (...) o porque se asume la lucha del hombre colonial, definiéndolo como Fanon, el que vive en los países coloniales o colonizado, un hombre oprimido, y bajo un sistema de opresión y una forma de dominación y de desprecio, y de privación, especiales; y tan especiales (1). Hoy por hoy, la izquierda y los progresistas de este país, están llamados a analizar y reflexionar sobre sus actos y sobre aquellos, elementos que no les permite construir alianzas estratégicas y tácticas y que por la carencia de estas alianzas, obtuvo el lugar que les corresponde en estas elecciones y que no se debe ver con actitudes triunfalistas, sino como preocupación y miedo, sobre todo, porque sin importar la forma como termine este proceso, se viene sobre los pueblos un nuevo escenario contrainsurgente y con nuevas formas de esclavitud y genocidio.

Pero cuando existe una izquierda social y una izquierda política (2) como la nuestra, que sufre de sus propios males, propio de su infantilismo: caudillismo, egocentrismo, orgullos, prepotente, egoísta, triunfalista. Que no cuenta con mecanismos claros de articulación, y cuando trata de articularse, es cuando más dividido está. Que le falta espacios de formación y organización política (porque lo que tiene son tallerismos, forismos, diplomadismos). Que no tiene una visión plural y que su visión es de partido, organización y no de proyecto y proceso. Además, de no tener la capacidad de comprender a los pueblos y comunidades, que son más pragmáticos en lo políticos. Es una izquierda que va de fracaso en fracaso, que es lo que nos ha pasado desde la firma de la paz. 

Pero ante la situación actual de nuestro país, la única plataforma política que puede generar oposición extraparlamentaria, es una alianza fuerte de la izquierda social (indígenas, mujeres, diversidad sexual, niños, jóvenes, derechos humanos, memoria e identidad, comunidades en resistencia, etc.) y demandar a la izquierda política o partidista, quienes estarán en el congreso, que hagan oposición parlamentaria a las pretensiones de la derecha y extrema derecha y junto a sus partidos, asuman las demandas de los pueblos y que estos últimos dejen de sentirse o percibirse como lo vanguardia de los cambios, como insistentemente les hemos dicho desde estos espacios, que la única vanguardia son los pueblos y no las organizaciones, movimientos o partidos políticos. 

Urge entonces una nueva izquierda social y política en Guatemala, rebelde y articulada con los pueblos y comunidades. Aquí no valen las medias tintas, por eso, quienes se distancian de las ideologías, pueden ser constantemente manipulados y arrastrados hacia los intereses de la derecha o la extrema derecha. Hoy la izquierda debe asumir su compromiso histórico de optar por los pobres y extremadamente pobres, por eso no vale la ambigüedad. La izquierda de hoy debe comprender y reconocer que se ha equivocado y que es víctima de sus propios errores, por eso, debe reivindicar su papel histórico, de avanzar hacia la revolución profunda y no quedarse o estancarse en hacer re-funcionable la “democracia burguesa y el sistema económico neoliberal.

Notas: 


(2) Ba Tiul, Kajkoj Máximo, Guatemala: la izquierda social y política. Contexto Latinoamericano, año 2008, No. VII, Enero-Marzo, Habana, Cuba.  

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