Al aumentar los controles en rutas habituales, los migrantes buscan vías más peligrosas: observadores
▲ El río Suchiate –parte de los casi mil kilómetros de frontera con Guatemala–, visto ayer desde Tapachula, Chiapas.
Tapachula, Chis., A la sombra del puente vehicular Viva
México, en la salida norte de esta ciudad hacia la Ciudad de México (de
hecho, hacia todo el país), un grupo de siete ciudadanos de India,
jóvenes varones, sentados en los barandales del puente inferior sobre un
riachuelo que corre bajo la carretera, espera dócilmente a que les
hagan lugar en alguna camioneta del Instituto Nacional de Migración
(INM), ya que la única, por ahora, se encuentra completamente llena de
migrantes interceptados por la Policía Federal y agentes del INM a la
vista de tres efectivos de la Guardia Nacional (GN) empuñando sus armas
con tranquilidad. ¿O son marinos? Estos días uno ya no sabe cuál es
cuál.
Al otro lado de la carretera, semiocultos tras escudos de acrílico e
impermeables grises, una decena de efectivos de la GN dormitan sentados a
lo largo de la amplia caja de un camión de la Policía Militar de la
Secretaría de Marina. Esperan su turno para vigilar el puesto de
revisión migratoria. Como a lo largo de toda la carretera hacia Oaxaca,
todos los vehículos de transporte público están obligados a detenerse
para que los agentes del INM se asomen, escruten a todos pasajeros y en
caso de sospecha les soliciten documentos. A la migra se le ha hecho fama de identificar a los migrantes centroamericanos (los menos obvios) de un solo vistazo.
También es cierto que muchos migrantes viajan dispuestos a entregarse
y ser conducidos a los centros de detención. Suele ser el caso de
paquistaníes e indios, generalmente hombres, viajando en grupo.
Llega una julia enrejada del INM que se estaciona al lado de
la camioneta llena. Los agentes abren las portezuelas delanteras de
ambos vehículos, a modo de barrera, y transfieren a la julia
una decena de centroamericanos, incluida una familia completa de
Honduras. Serán conducidos a la Estación Migratoria Siglo XXI. En
seguida, la Policía Federal escolta a los jóvenes de India al interior
de la camioneta recién desocupada, para ser llevados a su vez al centro
de reclusión en la Feria Mesoamericana.
Ante este trasiego sin fin de migrantes carentes de visa, ¿se puede
hablar ya de normalidad? De rutina, sí aunque ayer, tal vez por efecto
del publicitado despliegue de la GN y la visita el jueves del Presidente
mexicano, es un día más bien
bajo, y aun así la intercepción de viajeros es incesante.
Lo mismo cabe decir del margen chiapaneco de río Suchiate, en
particular en las primeras horas, cuando apenas se retira la noche. No
se trata de un flujo continuo, pero siempre hay una o más embarcaciones
de cámara neumática y tablones que trasladan a ciudadanos de Haití (fue
el caso la mañana de ayer) o de cualquier otro origen. Lo más seguro es
que estos haitianos pasarán la noche dentro de la estación Siglo XXI (si
los capturan o se entregan), o en las calles de Tapachula.
En tanto, fuera de la estación, ayer al mediodía merodeaban,
descansaban o hacían cola ante las rejas en espera de algún documento un
centenar de congoleños y haitianos, incluyendo un número significativo
de mujeres encintas y niños pequeños.
Tal es la nueva cotidianidad en la más importante región fronteriza
de Chiapas. Pero no olvidemos que la entidad comparte con Guatemala
cerca de mil kilómetros de frontera terrestre, fluvial y lacustre. Según
pronostican funcionarios y observadores, a medida que aumentan los
controles en las rutas habituales, los migrantes buscan vías menos
evidentes y más peligrosas, como la selva del Petén, el río Usumacinta o
la sierra al norte del Soconusco.
Foto Alfredo Domínguez
Hermann Bellinghausen
Enviado
Periódico La Jornada
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