Rosa Miriam Elizalde
La Jornada
La amenaza ha pasado por
debajo de los radares y con los ecos del último tuit de Mambrú o de
alguna modelo encuerada en Instagram, no ha habido tiempo para que las
sirenas atraigan demasiada atención. Sin embargo, el fantasma que ahora
mismo recorre el mundo y que puede tener impacto en todos sus habitantes
es el de la ciberguerra.
El cibercomando de Estados Unidos está en zafarrancho de
combate. Es el autor de los ataques en línea contra los sistemas
informáticos de la defensa iraní, que se produjeron el mismo día en que
el presidente Donald Trump suspendió una incursión militar en toda regla
contra el país islámico. Los pesos pesados de la prensa estadunidense
señalaron también al comando ciberespacial como responsable de inocular sensores en las redes eléctricas rusas, como antes hicieron con las venezolanas.
Las alarmas no sólo se han desatado en Moscú y Teherán, aunque el
director de Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, Serguéi
Narishkin, fue el primero en manifestarse: “las consecuencias de la
hostilidad de Estados Unidos en el ciberespacio, no regulado por la comunidad internacional, pueden ser imprevistas y extremadamente destructivas, incluso para los atacantes”.
Es sabido que, desde 2009, Estados Unidos cuenta con una unidad
informática de élite que comanda a diversos grupos especializados en la ciberguerra, provenientes
de cada uno de los cuerpos militares del ejército, con un presupuesto
anual superior a 3 mil millones de dólares. Poseen carta blanca para
realizar
actividades militares clandestinasen redes, bajo los auspicios de la Ley de Autorización de Defensa Nacional de 2018 y otras prerrogativas de la Casa Blanca que se mantienen bajo el más estricto secreto y que, en la práctica, permiten ejecutar actos de guerra sin pasar por la aprobación del Congreso.
Según The Wall Street Journal, el general Paul Nakasone, jefe del poderoso cibercomando y de la Agencia de Seguridad Nacional, ha articulado una visión de
participación persistenteen el ciberespacio con la intención de obtener acceso a redes de computadoras para planificar acciones y estar listos
con las respuestas apropiadas. Como reveló el oficial de Inteligencia, Edward Snowden, los desvelos de este superejército se deben no sólo a los enemigos. La estrategia está diseñada para mantener múltiples opciones abiertas ante cualquier conflicto con otro país que requiera
ataques cibernéticos perturbadores o destructivos. Incluye acciones ofensivas contra sistemas de radares y de comunicación, además de redes, tan peligrosas o más que lanzar bombas en territorio ajeno.
Durante años, la llamada infraestructura crítica –energía, agua,
transporte– ha sido un campo de batalla para Estados Unidos. Según The New York Times,
las sondas de reconocimiento estadunidense en los sistemas de control
de la red eléctrica de Rusia comenzaron a ser inoculadas en 2012. Ahora
han pasado al ataque. Los softwares maliciosos potencialmente
incapacitantes ya están dentro del sistema ruso en una magnitud y
agresividad comparadas con las de la Operación Farewell, ejecutada con
éxito por la Agencia Central de Inteligencia contra la Unión Soviética
en el verano de 1982, que provocó la explosión del gasoducto
euro-siberiano. Lograron introducir una bomba lógica –código malicioso
que puede ejecutarse a distancia– en el software canadiense que
gestionaba el sistema. El estallido alcanzó una energía de 3 kilotones y
partes de las gruesas paredes del gasoducto fueron encontradas a más de
80 kilómetros del lugar.
En septiembre de 2010 las centrifugadoras del programa de
enriquecimiento de uranio en Irán fueron infiltradas conStuxnet, un
troyano desarrollado y fi-nanciado por dos gobiernos: Israel y Estados
Unidos. Un año después, durante los ataques aéreos de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte contra Libia, la administración Obama
consideró bloquear los radares de alerta temprana para ocultar la
presencia de los aviones de guerra y silenciar las señales de alarma. El
cibercomando tiene expertos en spoofing, una técnica
que suplanta la señal de posicionamiento de un artefacto tripulado o no
(dron), y permite pilotar aeronaves a distancia con simuladores de vuelo
y reemplazar cualquier señal GPS.
Hoy se pueden atacar los sistemas de control desde cualquier lugar en
el mundo sin dejar rastros del agresor. Que cualquiera pueda ser
acusado de criminal, sin otra prueba que la palabra del cibercomando,
es idílica para la fábrica de mentiras de John Bolton. El asesor de
Seguridad Nacional de Trump y veterano de las falsedades de Irak,
reconoció el pasado 11 de junio que Estados Unidos ahora estaba
adoptando una perspectiva amplia sobre posibles blancos digitales “para
decirle a Rusia o a cualquier otro país que participe en operaciones
cibernéticas contra Estados Unidos: ‘tendrás que pagar el precio’”. Tom
Bossert, ex asesor de Trump en temas de Seguridad Interna y Ciberseguridad, enseñó aún más las uñas:
nuestro ejército ha sabido por mucho tiempo que podríamos hundir todos los buques de Irán con un margen de menos de 24 horas si es necesario.
Así andan las cosas. La táctica es tomar todos los caminos que le
permitan a Mambrú atornillarse otros cuatro años en la Casa Blanca,
incluso haciendo florecer un término propio de la ciencia ficción, la ciberguerra. Qué dolor, qué dolor, qué pena.
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