El eje fundamental de
cualquier análisis político-económico de la realidad concreta en la que
se encuentra la “izquierda” nacional e internacional, es decir, el
presente histórico de la lucha de clases tiene que ser, según mi
opinión, la interpretación materialista histórica y dialéctica de las
diferentes fases de desarrollo del modo de producción capitalista hasta
nuestros días de capitalismo globalizado. Solamente así, se puede
entender holísticamente, el papel político, real y concreto,
desempeñando por las diferentes fuerzas políticas a escala local,
regional o mundial en la sociedad civil y militar hasta el presente y,
por otra parte, poder pronosticar cuál será su rol en el futuro, sí es
que hasta entonces no han perecido en la lucha de clases.
En el
sentido marxista de la lucha de contrarios en la sociedad capitalista,
los vectores tanto de “izquierdas” como de “derechas” están definidos
por su dirección, sentido y punto de aplicación, entendiendo el concepto
de dirección como el plano en que actúan estas fuerzas, es decir, el
modo capitalista de producción definido por la contradicción antagónica:
capital-trabajo.
La lucha por el poder político-económico y militar es, según los
clásicos del marxismo revolucionario, en cualquier parte del mundo, un
problema de acumulación de fuerzas o vectores políticos, es decir, un
proceso de suma y multiplicación, ya sea por medios políticos a fin de
lograr que la fuerza resultante final tenga una magnitud considerable y
un sentido de clase social bien definido capaz de lograr que la
correlación de fuerza incline la balanza a favor de los intereses
clasistas, o bien, a través de la lucha armada. Así ha sido
históricamente el desarrollo de las sociedades humanas, desde las más
primitivas hasta las más desarrolladas.
Se puede afirmar
entonces, que la cualidad de SER de “izquierdas” es concretamente la
defensa de los intereses integrales de la clase trabajadora, tanto en la
teoría como en la práctica.
Dado que la lucha de clases no es
un sistema de coordenadas cartesiano, sino un plano multidimensional de
intereses, en el cual lo importante es la correlación de fuerzas,
encuentro equivocado e incluso hasta engañoso, según mi punto de vista,
hablar de fuerzas de “centroizquierda” o de un “centro político”. Ahora
bien, reconozco la utilidad orientativa y esquemática del concepto
político de partidos de “derechas” e “izquierdas”, pero cuando se trata
de llegar al contenido y carácter marxista de un partido, es decir, a la
médula revolucionaria clasista hay que olvidarse de esta simplificación
parlamentaria heredada de la revolución francesa.
La izquierda salvadoreña y el tobogán de su historia
La historia contemporánea de la izquierda salvadoreña tiene su fuente
político-ideológica en la revolución rusa principalmente, aunque
considero que la revolución mexicana y la lucha antiimperialista de
Cesar Augusto Sandino en Nicaragua también influyeron fuertemente en el
pensamiento revolucionario de la intelectualidad salvadoreña más
progresista y humanista de principios del siglo XX.
De manera
que parto del supuesto que la fundación del Partido Comunista
Salvadoreño (PCS) en marzo de 1930 fue fruto de la lucha de clases a
nivel mundial y que respondió a la necesidad histórica de crear una
organización política que defendiera los intereses clasistas de
campesinos, jornaleros y demás asalariados.
La insurrección
campesina salvadoreña de 1932 tuvo como trasfondo histórico el tsunami
político-ideológico y social a nivel mundial producido por el triunfo de
la revolución bolchevique en octubre de 1917. El levantamiento de
campesinos y jornaleros, principalmente en la zona occidental cafetalera
del país tuvo sus orígenes macroeconómicos en el marco de la crisis
económica mundial de 1929 y la caída de los precios del café en la bolsa
de valores, lo cual significó la superexplotación a que fue sometido el
campesinado por parte de la oligarquía terrateniente cafetalera. El
análisis exhaustivo de la insurrección y la posterior masacre de
alrededor de 30000 campesinos va más allá de los fines primarios de esta
nota. Tómese, por lo tanto, simplemente como un detalle histórico e
importante en la lucha de clases en El Salvador.
La influencia
del triunfo de la revolución cubana es un hecho irrefutable en América
Latina, puesto que la derrota de la dictadura militar de Fulgencio
Batista demostró que sí era posible la toma del poder por medio de la
lucha guerrillera. Tesis política sobre la toma del poder, que los
partidos comunistas influenciados por la línea del Partido Comunista de
la Unión Soviética (PCUS) habían cuestionado hasta ese entonces por
estar en contradicción con la tesis política de “coexistencia pacífica”
de Josef Stalin.
No fue casual entonces que, a finales de los
sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, se dieran muchos
cismas y escisiones en el movimiento internacional comunista. La raíz
histórica de muchas organizaciones político-militares desde México hasta
la Patagonia del siglo pasado se encuentra en los partidos comunistas.
La cuestión cardinal en la lucha ideológica, al menos al interior de
los partidos comunistas estalinistas, no era la toma del poder en sí,
sino en torno a la vía para lograr ese objetivo. Entonces, teniendo a
Cuba como ejemplo, donde el foco guerrillero fue el detonante que
provocó la insurrección popular victoriosa, resultaba difícil demostrar
lo contrario y convencer a la militancia de la inviabilidad de la lucha
armada.
La lucha ideológica que se dio al interior del PCS
abarcó muchos aspectos, como el papel de los sindicatos, gremios,
alianzas tácticas y estratégicas, participación en procesos electorales y
finalmente el análisis y caracterización de la guerra con Honduras en
1969. Temas que en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado tuvieron
gran importancia y relevancia en la sociedad y, en especial, en la única
fuerza política marxista operativamente existente en El Salvador. De
esta lucha ideológica nacen las Fuerzas Populares de Liberación
Farabundo Martí (FPL-FM) del vientre del partido comunista salvadoreño
con la impronta marxista-leninista de sus progenitores y con el
vademécum de la estrategia político-militar de toma del poder concebida
como “Guerra Popular Prolongada” con aderezo vietnamita.
El
nacimiento de las FPL-FM fue probablemente un parto doloroso,
considerando que la matrona que asistió a la preñada madre fue el
mismísimo secretario general del partido, Salvador Cayetano Carpio,
conocido años más tarde por la militancia y el pueblo como comandante
Marcial. Carpio –Saúl en aquellos tiempos–, nunca abandonó la ideología
marxista-leninista e impregnó a la organización guerrillera de una
mística revolucionaria casi religiosa y de un dogmatismo irracional, que
a la larga se convertiría en un factor ideológico muy dañino. Casi en
paralelo, surge el llamado Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) con
una estrategia “insurreccional” puramente militar y cuya primera “acción
guerrillera” fue de aniquilamiento y requisa en las cercanías del
hospital Rosales en 1972.
Después del asesinato del poeta
revolucionario Roque Dalton el 10 de mayo de 1975 a manos de sus
supuestos compañeros de lucha, surgen las Fuerzas Armadas de la
Resistencia Nacional (FARN) y finalmente hace su aparición en la escena
clandestina y subversiva el llamado Partido Revolucionario de los
Trabajadores Centroamericano (PRTC) en 1976.
El común
denominador de estas cuatro organizaciones, diferentes en cuanto a
ideología, podría decirse que era la asunción de la lucha armada como la
única solución posible para resolver el conflicto clasista en El
Salvador, al menos hasta que comenzó abiertamente la guerra en 1981.
Con el triunfo de la revolución sandinista en julio de 1979 y el
asesinato de monseñor Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980, el proceso
revolucionario salvadoreño se radicaliza, a tal grado, que todos los
implicados en esta lucha de clases, incluyendo la Casa Blanca, se
preparan para el levantamiento popular. Es en esta coyuntura política
que el Partido Comunista Salvadoreño se integra al proceso
revolucionario apoyando abiertamente la lucha armada: “Tarde, pero a tiempo”, como lo expresara públicamente Schafik Handal, secretario general del PCS.
Luego vino la fundación de la alianza guerrillera Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN) el 10 de octubre de 1980. Cada
uno de los integrantes de esta alianza impulsó en el trascurso de los
años a su manera y con sus propias fuerzas militares la guerra
revolucionaria, coordinando en diversas ocasiones unidades guerrilleras
para la ejecución de operaciones de carácter estratégico, como, por
ejemplo, el segundo ataque al cuartel del Paraíso 1987 y la ofensiva
final “Hasta el tope”1989.
Haciendo un análisis somero del
contenido ideológico de los integrantes de la agrupación guerrillera
FMLN se puede afirmar, que solamente las FPL-FM y el PCS tenían un
proyecto comunista una vez tomado el poder político-económico y militar,
al menos en teoría y acorde a su naturaleza marxista-leninista. Las
otras tres organizaciones guerrilleras sustentaban conceptos y
contenidos diferentes. Militarmente hablando, las FPL y el ERP,
destacaron por sus acciones y por el número de combatientes en sus
respectivos ejércitos guerrilleros, sin menoscabar la participación de
las otras organizaciones, puesto que, sin su esfuerzo y su valentía, no
hubiera sido posible la prolongación de la guerra, y, en definitiva, la
negociación final en diciembre de 1991 y los acuerdos de Chapultepec
firmados en enero de 1992.
Dado que el objetivo principal de la
primera “ofensiva final” en enero de 1981 fue la de insurreccionar las
masas y la toma del poder, las cinco organizaciones guerrilleras
pusieron, por decirlo de manera campechana, “toda la carne a la
parrilla”; lo cual significó que la mayoría de los cuadros de dirección
política pasaran a asumir tareas militares con la consecuente
debilitación y descuido del trabajo político en las ciudades,
principalmente en San Salvador.
Estos objetivos, la
insurrección y toma del poder, no se cumplieron por muchas razones de
carácter político, logístico y, sobre todo, militar, tomando en
consideración que ninguna de las organizaciones guerrilleras, por sí
solas ni en conjunto, tenían en esos momentos históricos ni la
experiencia ni la capacidad militar operativa, tanto en personal formado
y preparado para la guerra como en armamento militar, para poner en
peligro al ejército salvadoreño. Además, es importante tener en cuenta,
las diferencias existentes en el FMLN respecto a la interpretación del
momento histórico, puesto que no había consenso en entender la coyuntura
política como una “situación revolucionaria”, tal y como la analizaron
Lenin y Trotski en octubre de 1917. Estas diferencias
político-ideológicas jugaron un papel importante y preponderante en el
desarrollo posterior del conflicto bélico y en su desenlace.
Probablemente el primer programa de gobierno propuesto por la alianza
estratégica del Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el FMLN en
1980 conocido como Gobierno Democrático Revolucionario (GDR) es prueba
fehaciente de que, en la alianza revolucionaria, hasta esos momentos
históricos, habían prevalecido las posiciones marxistas anticapitalistas
y antiimperialistas. El planteamiento del GDR fue a todas luces un
proyecto marxista revolucionario, puesto que la consecución de dichos
objetivos programáticos presuponía la toma del poder político-económico y
militar del estado oligárquico-burgués.
La página roja de la izquierda salvadoreña en tiempos de la guerra revolucionaria
Cuando los historiadores políticos, nacionales y extranjeros, se
dediquen a escudriñar los secretos de la página roja de la izquierda
salvadoreña en un futuro lejano, inevitablemente se toparan con las
ruinas político-ideológicas que quedaron después del asesinato
perpetrado contra Mélida Anaya Montes, comandante Ana María, segunda
responsable de las FPL-FM y del suicidio de Salvador Cayetano Carpio,
comandante Marcial, primer responsable de las FPL-FM, ambos hechos
ocurridos en abril de 1983 en la ciudad de Managua.
Mientras
tanto, la dirigencia del FMLN intentó minimizar, trivializar e incluso
hasta negar la repercusión de estos sucesos en la revolución
salvadoreña. Sin embargo, había que ser muy ingenuo, iluso y
políticamente ignorante para tragarse el rollo que en El Salvador no
había pasado nada extraordinario que alterara la agenda política. Ni
siquiera era necesario haber leído previamente a Shakespeare ni conocer
la vida e historia de los Borgia, para deducir que detrás de la muerte
“palaciega” de los dos comandantes guerrilleros, había una encarnizada
lucha de poder, no solamente al interior de las FPL-FM, sino
fundamentalmente en el FMLN.
Sabido es que todo drama y muerte
palaciega tiene repercusiones directas a corto, mediano y largo plazo en
la política y en el desarrollo de los procesos político-sociales y
militares. La tragedia de Managua marcó el punto de inflexión de la
revolución socialista salvadoreña. A partir de allí, la revolución
tomaría otros derroteros.
Era del dominio público que al
interior del FMLN/FDR no había consenso en relación con el papel
estratégico del diálogo y la negociación y que, además, al interior de
las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se desarrollaba una fuerte
lucha político-ideológica por el poder. Más allá de la controversia y la
mitificación del rol histórico de Salvador Cayetano Carpio, no se puede
negar ni pasar por alto su peso específico en las filas de las FPL-FM,
la organización político-militar numéricamente más fuerte en la alianza
FMLN. Considerando estos aspectos, no es difícil deducir, que la
resistencia y reticencia del comandante Marcial en torno al diálogo y la
negociación se convirtió en un serio problema, tanto para la dirigencia
de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí como para el
FMLN, así como también para los aliados estratégicos de la revolución
salvadoreña.
No fue casualidad entonces, que nueve meses más
tarde, en enero de 1984, naciera el plan de Gobierno provisional de
Amplia Participación (GAP), una propuesta nueva de gobierno, la cual ya
no presuponía la toma del poder, sino más bien, la reconciliación de
clases. En esta oferta quedó en evidencia que la posición beligerante
del FMLN se había relativizado. El FMLN había dado, sin tan siquiera
disimular, un giro estratégico. De hecho, la cuestión de la toma del
poder dejó de ser el aspecto fundamental en su estrategia, sino que pasó
a un segundo o tercer plano. Lo que el GAP pretendía era detener ahora
la guerra revolucionaria que el mismo FMLN había iniciado con bombos,
bombas y platillos tres años atrás. Con la jugada del GAP el FMLN se
enrocó elegantemente trocando con premeditación el efecto con la causa.
No está demás decir, por si hay alguien por ahí que no lo sepa, que
Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, no comulgaba con esta
política ni tampoco fue a misa cuando las campanas del diálogo y la
negociación repicaron en 1981. Pero para ese entonces en 1984, Marcial
ya estaba muerto y la Comisión Política de las FPL-FM se encontraba
afanada y empeñada en desmitificar y desvirtuar la figura del comandante
frente a la membresía del partido y sobre todo ante los combatientes
del ejército popular de liberación (EPL). La campaña de desprestigio no
cuajó en el “frente externo” y en los frentes de guerra se impuso la
dinámica de las operaciones y combates y sobre todo que bajo régimen
militar las órdenes no se discuten. Además, que las FPL-FM reorganizaron
sus unidades de combate y a muchos jefes guerrilleros se les asignaron
nuevas unidades guerrilleras. De esta manera, la comandancia de las
FPL-FM neutralizó cualquier intento de rebeldía guerrillera
“marcialista”, ya que el poder real de un jefe militar depende de la
confianza mutua y la lealtad de sus combatientes y esto en la guerra,
solo se consigue con el tiempo y en el teatro de operaciones.
De tal manera, que existen justificadas razones para considerar este
replanteamiento estratégico del FMLN como el triunfo político-ideológico
de una corriente mayoritaria, pragmática y moderada al interior del
FMLN, contraria a las posiciones más radicales e intransigentes
sostenidas por Salvador Cayetano Carpio.
Sin embargo, este giro
político-ideológico del movimiento guerrillero no logró convencer al
departamento de estado norteamericano. Por el contrario, los Estados
Unidos incrementaron la ayuda al ejército salvadoreño, desarrollaron
tácticas irregulares de combate diurnas y nocturnas para combatir al
FMLN e hicieron uso de comandos especiales helitransportados. En fin, el
gobierno de Ronald Reagan hizo militarmente todo lo posible para que el
ejército salvadoreño diezmara o aniquilara a las fuerzas guerrilleras.
No obstante, las fuerzas guerrilleras se mantuvieron intactas y con
alta capacidad táctico-operativa, a tal grado, que fueron capaces de
concentrar casi toda su fuerza militar de choque en los alrededores de
la capital salvadoreña en noviembre de 1989, a pesar del control aéreo,
espacial y territorial del ejército salvadoreño. Esta proeza
guerrillera, la ofensiva militar “Hasta el tope”, seguramente quedará en
los anales de la ciencia militar, comparable probablemente con muchas
acciones militares del Viet Cong durante la guerra del Vietnam.
Después de esta demostración de fuerza por parte del FMLN y su clara y
abierta disposición incondicional para encontrar una salida política al
conflicto militar, a los Estados Unidos solamente le quedó la
alternativa de intervenir directamente (“vietnamización del conflicto”) u
obligar al sector más duro de la oligarquía salvadoreña y al ejército a
sentarse en la mesa de negociaciones con los guerrilleros.
El fin de la guerra civil y la continuación de la lucha de clases
En los doce años que duró el conflicto armado, el FMLN fue cambiando
lentamente el azimut de sus naves. Del GDR de 1980, pasando por el GAP
de 1984 hasta llegar a la ciudad de Chapultepec en 1992 hay cambios
sustanciales y fundamentales en cuanto al carácter y contenido de la
revolución salvadoreña.
El conflicto político-económico y
social que fue la causa y origen de la revolución salvadoreña no se
solucionó en Chapultepec; ahí se puso fin a la guerra civil, que no fue
más que la expresión más violenta de la lucha de clases, pero no se
resolvió la contradicción fundamental CAPITAL-TRABAJO. Demás está decir,
que no fue por falta de tiempo o por falta de interés del FMLN que en
la mesa de negociaciones no se trataran temas neurálgicos
socioeconómicos, sino porque el cuestionamiento del poder del estado
oligárquico–burgués nunca estuvo en el menú del día en el banquete de
las negociaciones el 31 de diciembre de 1991.
Una vez firmados
los acuerdos de Chapultepec y finiquitado notarialmente al FMLN
guerrillero, el naciente FMLN-partido político cambió su sentido y
dirección. Si bien es cierto que se puso fin al conflicto armado y se
lograron cambios a nivel político y jurídico, la lucha de clases
continuó generando más conflictos sociales y económicos. La guerra
social en que vive la sociedad salvadoreña desde 1992 es el mejor y a su
vez el peor ejemplo.
En definitiva, para entender el presente
de la sociedad salvadoreña y el rol desempeñado por la “izquierda”,
representada por el FMLN, tanto como oposición legislativa y como
gobierno, ha sido necesario haber echado de refilón un vistazo al
pasado.
Si en algún momento de la historia moderna de El
Salvador hubo un movimiento revolucionario de izquierda, anticapitalista
y antiimperialista –convencido estoy que sí lo hubo–, éste entró en un
proceso involutivo a partir de 1982/83.
Pienso que la política
real y pragmática del FMLN partido a partir de 1992 no puede
considerarse ni de “izquierda” moderada ni de “izquierdista” ni MUCHO
MENOS de marxista revolucionaria, a lo sumo se trató hasta la fecha de
una política “izquierdoide”.
A manera de colofón hay que decir
que el proceso involutivo de la guerrilla salvadoreña en su periplo o
vía crucis hasta convertirse en partido político rigiéndose en base a
los cánones y códigos del estado oligárquico-burgués no es un fenómeno
aislado ni enfermedad propia de las organizaciones político-militares:
Es un fenómeno mundial.
Ahora bien, este proceso de adaptación y
acomodamiento de las fuerzas políticas, otrora de izquierdas, ha tenido
diferentes expresiones locales. La metamorfosis del Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) con Daniel Ortega y Rosario Murillo a la
cabeza es comparable al Frente Patriótico de Zimbabue (ZANU-PF) con
Robert Mugabe y su esposa Grace, en cuanto a corrupción y absolutismo se
refiere. El FMLN, afortunadamente, no llegó a tales extremos.
Moraleja que no aleja la Utopía pues todavía hay mucha entropía revolucionaria
Será la tarea de los jóvenes salvadoreños de cargar las mochilas de
contenidos políticos e ideológicos más acordes con los nuevos tiempos;
ellos serán los responsables de darle nueva energía al partido FMLN en
el marco de la lucha de clases y finalmente, dependerá de ellos asimilar
dialécticamente las experiencias positivas y negativas del pasado, las
criollas y las foráneas. Ojalá la juventud efemelenista sepa elegir sus
próximos dirigentes, porque estoy convencido que todavía quedan las
cenizas de la braza revolucionaria que ardió en el frente en el siglo
pasado. Eso sí, los jóvenes tendrán que soplar mucho y fuerte, para
oxigenar bien el ambiente hasta que la chispa marxista vuelva a brotar,
porque los de mi generación, ya no soplamos ni chiflamos, solamente
peemos. Ya no estamos en la época del imperio romano en que senadores
seniles y cacaricos dirigían los destinos del estado, la sociedad y la
familia.
El futuro pertenece a las nuevas generaciones y no a la vieja guardia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario