Carta a Cristina Fernández de Kirchner
Página/12
Permitime
presentarme ya que voy a tomarme el atrevimiento de escribir no sobre
vos, si no a vos. Sobre el tuteo no pido permiso, hace horas que estoy
viendo videos en los que me hablás de vos, como a cada une del otro lado
del canal de YouT¡ube, en singular y en plural, desde aquella vez que
volviste de la sombra de una operación en la “capocha” –¡Ay, Cris, cómo
enamora ese lunfardo a mitad de camino entre el conventillo y la sala de
maestras!–, hasta el recorrido por tu casa allanada de El Calafate a la
que entré con ansia de voyeur. Cuando inauguraste la era de los videos,
Florencia sostenía la cámara y vos, por primera vez en tres años,
rasgabas el negro del luto con una camisa blanca y tu pelo se sacudía
como siempre, largo y frondoso, así como me tanto te gusta, como crines
de yegua, en la acepción más orgullosa del término que pretendió
denostarte.
Decía que me quería presentar y lo voy a hacer en
plural, porque soy lesbiana y feminista y esa es de por sí una identidad
colectiva. Y lo voy a hacer copiándome a mí misma las palabras que
escribí cuando terminaba 2015 y también terminaba el encantamiento de
tus cadenas nacionales, las aperturas de las sesiones en el Congreso en
las que nos llevabas de paseo por los números encriptados para la
mayoría de la macroeconomía y por el pequeño detalle de esa computadora
que se encendía por primera vez en un cuarto compartido de una villa
conurbana. Inolvidable la última apertura de sesiones, inolvidable esa
mañana de lluvia en que mi hijo menor pudo darte la mano de pura
casualidad mientras pasabas rauda en tu camioneta tirando besos como una
reina de la vendimia. Yo también estiré la mano entonces, lo confieso,
yo que no fui nunca lo suficientemente kirchnerista para los
kirchneristas y nunca lo suficientemente de izquierda para el resto, yo
te hubiera abrazado por tantos días inolvidables de alegría popular en
la calle, por haber hecho bajar las armas de la represión a la protesta
–y no es que no hubiera gatillo fácil durante los años de tu gobierno,
pero ahora mismo lo que aniquila el alma, lo que resulta intolerable, es
que se vanaglorien desde el Estado de los disparos por la espalda, la
masacre de adolescentes, del cuerpo helado de Santiago Maldonado–, por
la jubilación otra vez estatal, por la que les tocó a las amas de casa y
ahora se quita como si fuera un gasto. Te hubiera abrazado como hubiera
querido hacerlo el día en que arrastraste detrás tuyo el cortejo entero
de tu compañero de vida, caminando al frente bajo la lluvia por la
avenida 9 de Julio. Y eso que supiste tirar dardos a mi corazón
feminista cada vez que despreciaste al feminismo. Esa vez clavada en la
memoria, cuando pediste en discurso público justicia por la compañera
travesti asesinada Diana Sacayán, dijiste también que no eras feminista
porque eras femenina y porque desde los 15 te pintás como una puerta,
¿para qué? Si estabas haciendo historia, la primera vez que la más alta
autoridad de un país reclamaba por un travesticidio, ¿para qué seguir
con eso de que las lindas también sufren discriminación dejándote llevar
por un mito que no voy a explicar acá? Pero eso no quita, no quita, no
me quita la emoción de haber logrado inscribir a ese hijo que te admira y
ya tiene diez años, con el apellido de sus dos madres primero y el de
su padre después, una triple filiación que sólo es posible cuando hay
decisión para empujar límites, aun cuando la iglesia católica nos
auguraba la hoguera del infierno. Me voy a presentar, dije, con eso que
ya fue escrito: Somos quienes estamos en la calle, somos quienes ya
conocimos la intemperie y sabemos de la resistencia, quienes alguna vez
aullamos de rabia y dolor cuando un palo policial quebró el brazo de la
Madre de Plaza de Mayo Laura Bonaparte durante un escrache a los
genocidas impunes todavía, somos quienes sabemos de recortes de sueldos y
jubilaciones, quienes conocimos el olor de las gomas quemadas en los
piquetes y de la sangre derramada mezclada con ese fuego, somos quienes
caminamos junto a las compañeras travestis que eran tratadas en
masculino, encarceladas, empujadas fuera de las miradas de esos vecinos
bien pensantes que no se quejan ahora de los ruidos molestos de los
bares de Palermo, somos quienes tuvimos que firmar papeles pensando en
lo peor para proteger a nuestros hijos y nuestras hijas porque por
lesbianas o por maricas o trans nuestros vínculos no tenían
reconocimiento. Somos también los que vimos cambiar esas historias,
somos quienes supimos que éramos protagonistas el día en que festejamos
la vuelta al Estado de YPF, de Aerolíneas Argentinas, quienes lloramos
de emoción cuando volvieron a circular los trenes aún cuando sus
trayectos eran lentos y penosos. Somos todas esas personas, amigos y
amigas, desconocidos, compañeros y compañeras que me acompañaron un día a
enterrar definitivamente los huesos de mi madre desaparecida con el
amor y los honores que hubiera merecido ese corazón generoso cuando la
metralla de la patota del terrorismo de Estado lo obligó a dejar de
latir. Somos quienes sentimos el corazón hinchado y estallando cuando
Estela de Carlotto encontró a su nieto y en cada Nieto y cada Nieta que
recupera su historia.
Y tengo que decir también que somos las que
inventamos Ni Una Menos, esa consigna y esa primera marcha que leíste
como opositora a tu gobierno sin saber que ahí en la calle había miles
de las pibas que se sentaban con las titulares del Ellas Hacen para
quebrar los círculos de violencia machista, para reírse entre ellas,
dolerse entre ellas, reclamar goce y trabajo, así todo junto, porque
esas posibilidades se abren cuando las minas se sientan entre sí, cuando
se piensan, cuando ponen sus cuerpos en primer plano suspendiendo por
un rato el eterno mandato de sacrificarse por otros. Todo eso fue
durante tus mandatos, antes de que las cooperativas se transformen en
esa miseria de pensarse de a una en una, haciendo no sé qué futuro si no
hay futuro por fuera de lo colectivo. Por eso también me pregunto, y en
esa pregunta la pasión que despertás se arruga como papel y vuela al
cesto de basura, tengo que decirlo, ¿Dónde están las mujeres que te
rodean? ¿con qué otras compañeras se traman políticas de género tan
potentes como el Ellas Hacen? Las necesitamos más a la vista,
necesitamos que no estés tan sola, que el Ella venga con su s de plural,
porque hay una responsabilidad en la forma en que aparece una mujer en
el poder y ya estamos cansadas de la excepción. No alcanza con las
Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, hacen falta también otras maneras
de decirse en femenino, hacen falta las desobedientes, hacen falta las
feministas, hacen falta esas lesbianas que te siguen pase lo que pase
pero las queremos también al frente, hacen falta las travas y las
villeras y las negras que te frenen como nadie te frenó cuando
anunciaste una vez, casi al final de tu último mandato, que miles de
mujeres habían perdido la Asignación Universal por Hije (la e me
corresponde) porque no habían cumplido con las vacunas o la escolaridad.
Y no, no es así, a esas mujeres hay que ir a buscarlas, saber por qué
no pudieron, desandar la distancia que las separa de las escuelas o los
centros de salud. En tu libro decís que las feministas no te acompañamos
cuando los insultos misóginos denigraban la decisión contra viento y
marea de empujar la 125, y sin embargo estábamos ahí, sosteniéndote,
apropiándonos todas de esa animalidad con la que pretendían denostar ese
animal político que sos, esa mujer al frente que amplió la imaginación
de tantas niñas que empezaron a soñar desde entonces con que también
podrían ser presidentas, o astronautas o lo que quieran.
¿Es
esta una carta de amor? El amor no es sin disputas, el amor no es sin
contradicciones, ¿se puede amar a quién no impidió la expansión del
monocultivo de soja y el veneno de los agrotóxicos? La pasión no
reconoce razones pero hay cosas que también aprendimos en el feminismo y
es que decir no es un poder. Y esta pasión unilateral que me gustaría
sentir sin fisuras le dice No a tragar el sapo de homologar pañuelos
celestes con pañuelos verdes, porque no es una cuestión de matices, es
nuestra libertad la que está en juego y lo que ponen en juego “los
celestes” es la intención manifiesta de imponer la crueldad, sobre las
niñas obligadas a ser madres, sobre las personas gestantes que queremos
decidir sobre nuestras vidas, sobre los cuerpos desobedientes que
desbordan las categorías binarias de varón y mujer. No sólo niegan si no
que pretenden destruir esa frase que hice remera en 2015 después de que
la enunciaste en tu último discurso en la Ex Esma como deseo a
proteger: “Libertad de vivir, de amar, de querernos. Libertad para ser
quienes queramos ser”.
El último volantazo político que diste
todavía nos tiene girando a las indisciplinadas, a las que como yo, que
me tomo este atrevimiento porque puedo, no podemos salir a festejar la
moderación porque es la puesta en contraste nítido de que no hay
salvación en un cambio de gobierno, que nuestro destino en el futuro
próximo está hipotecado por la deuda, el ajuste y la obediencia que
impone. No podemos festejar porque vemos atónitas cómo los v(b)arones
imponen las lógicas de gobernabilidad, cómo el odio de género –sí, de
género– vuelve revulsiva tu figura, tu capacidad política, discursiva,
tu sensualidad, tu decisión. Y nos convierte a nosotres en el demonio de
un orden disciplinador que encuentra aliados en los fundamentalistas de
la “familia natural” y la pobreza como un mal necesario para poder
impartir piedad. Tiene que renunciar la mujer, aunque haya fisuras en el
renunciamiento porque es tu voz la que inviste, pero sí, hay una
renuncia al plano de lo posible –y sí, queremos lo imposible–, y en esa
renuncia a cada rato aparece como lógico que tengamos que renunciar a
nuestra agenda –el aborto legal, por ejemplo– aunque nosotres no
renunciemos. Aparece como lógico que una mujer renuncie por sus hijes
–algo que también se deja entrever– y entonces es posible –aunque
sigamos desde las calles alentando rebeldía– que se reordene que es lo
común que otras mujeres renuncien por sus hijes, por otros, por la
generación que viene, siempre nosotras renunciando cuando ahora mismo no
damos más porque ajuste es igual a aumento de la violencia machista.
Al
final del video en que anunciás la fórmula nos decís a todes “cuídense
mucho”, como las madres en alguna época decían “ponete un saquito”. Como
hija de una madre desaparecida, la huérfana que soy aún en mis
cincuenta se conmueve. Pero desde esta ficción de escribirte cuando
tenía el mandato de escribir “sobre” (una mujer), yo te digo a vos que
te cuides mucho y lo digo en términos feministas: cuidados colectivos,
recíprocos, solidarios. Cuidado es hacer comunidad, cuidado es sostener
el deseo. Y el deseo es siempre desobediente.
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