Cada vez que los
líderes del tercer mundo se propusieron nacionalizar los recursos
naturales de sus países, se los acusó de “vende patrias” y de pretender
“introducir ideas foráneas”, como si existiese alguna idea que no
tuviese algo de foráneo.
Las dos acusaciones han sido, por
generaciones, dos clásicos de la cultura popular cuyos orígenes no son
difíciles de rastrear siguiendo los rastros del interés económico
internacional. Cuatro casos archiconocidos fueron cuatro presidentes
electos democráticamente y depuestos por similares golpes militares
precedidos por similares estrategias de desestabilización y seguidos de
similares dictaduras: Jacobo Arbenz, cuando intentó nacionalizar una
pequeña fracción de tierras en Guatemala en manos de la United Fruit
Company; Mohammad Mossadegh, cuando intentó cumplir su promesa electoral
de nacionalizar el petróleo en manos de British Petroleum en Irán;
Patrice Lumumba, cuando intentó conservar los recursos minerales de
Katanga en el Congo en manos de las empresas belgas; y Salvador Allende,
cuando intentó nacionalizar el cobre y la banca en Chile en manos de
empresas estadounidenses (alguno de estas terribles políticas, como la
redistribución de tierras, ya habían comenzado con el presidente
anterior, el conservador moderado y rival de Allende, Eduardo Frei
Montalva).
Otros ejemplos abundan, pero casi todos hundidos en
el generoso olvido de los pueblos. Todos fueron acusados, por las
potencias coloniales de su momento, de querer entregar sus países al
poder extranjero y de promover ideas extranjeras. Como solución a sus
planes de nacionalización, primero la propaganda y luego las armas
lograron devolver los recursos nacionales a manos de empresas privadas
extranjeras con la obvia asistencia de gobiernos extranjeros que en
todos los casos, y de forma documentada, actuaron como extensión de los
negocios privados en nombre del interés general.
Esta operación
de subasta de países se llevó a cabo o se consolidó con la imposición de
“ideas extranjeras”, para nada espontaneas ni producto de ningún debate
democrático, sino como parte de un plan deliberado por parte de las
potencias extranjeras.
Por ejemplo, cuando en los años 50s se
hizo evidente el sostenido crecimiento de la izquierda en Chile, se
comenzó el envío de estudiantes de economía de la Pontificia Universidad
Católica de Chile a/y desde la Universidad de Chicago. No a cualquier
departamento sino a estudiar bajo el directo tutelaje de Milton Friedman
y Arnold Harberger, los ideólogos de la reacción contra la corriente
iniciada por el cuatro veces presidente de Estados Unidos, Franklin D.
Roosevelt, por la cual la superpotencia volvió, por unas décadas, a
políticas sociales (New Deal, Nuevo Acuerdo). En 1958 Jorge Alessandri
le había ganado a Allende por una mínima diferencia de votos y en 1964
la CIA financió exitosamente la campaña electoral de Frei contra
Allende. En 1970 el dinero no fue tan efectivo y Allende terminó
ganándole a Jorge Alessandri, por lo cual la MIMO (Mafia Internacional
de Millonarios Organizados) recurrió al mismo Plan B de todos los casos
anteriores: golpe de Estado y dictadura militar para “salvar al país” de
alguna amenaza de moda contra la libertad.
Gracias a esta
dictadura y a otras en América Latina, los Chicago Boys, los economistas
entrenados en la ideología de Friedman, tuvieron carta libre para
actuar en Chile y en otros países. Este grupo, sus ideólogos y sus
apologistas, centraron y centran hoy sus elogios en la idea de que son
ellos quienes han promovido el “libre mercado” y las “libertades
individuales”.
Ambos, libre mercado y libertades individuales
son ideas muy nobles y positivas. Si no fuese por la hipocresía con la
que se las ha aplicado sistemáticamente. No hubo y nunca habrá libre
mercado bajo el tutelaje neocolonial y neo imperialista sino lo
contrario. Mucho menos hubo libertades individuales, ya que estas
políticas necesitaron múltiples dictaduras militares primero y más tarde
dictaduras bancarias sobre países arruinados y endeudados por las
dictaduras anteriores. El libre mercado y las libertades individuales
significaron, bajo estas políticas, libertad de algunos mercados para
imponer sus condiciones e intereses sobre otros, y libertad de algunos,
de unos pocos individuos para decidir sobre otros individuos, sin
excepciones una abrumadora mayoría. Este discurso, esta efectiva
manipulación ideoléxica, es semejante al mito que celebra la
independencia de Texas de México aduciendo que fue para gozar de
“mayores libertades políticas” sin aclarar que se trataba de “mayores
libertades de unos a esclavizar a otros”, ya que el gobierno mexicano
había regalado tierra a los inmigrantes anglosajones sin haber
legalizado la esclavitud, verdadera fuente del “milagro económico” del
sur estadounidense.
Pinochet no solo no fue acosado
económicamente por Nixon, como lo fuera Allende, sino que además recibió
todos los beneficios posibles (morales, ideológicos, militares y
económicos) de la superpotencia. Pese a todo, la pobreza y el desempleo
no solo continuó creciendo en el llamado “Milagro económico chileno”
(mito propagado y diseminado por la poderosa ultraconservadora Heritage Foundation,
fundada por Paul Weyrich, Edwin Feulner y Joseph Coors) sino que
además, en los 80s, el país se sumergió en una dolorosa crisis económica
que ocurrió simultáneamente en otras dictaduras menos exitosas del
continente.
Quienes entregaron al país y sus recursos naturales
tan codiciados por las exitosas compañías occidentales a fuerza de una
dictadura sangrienta, no se los llamó “vende patrias” sino “salvadores
de la libertad”. Las ideas indoctrinadas como un dogma incuestionable
(cuestionado en todas las universidades de Estados Unidos, menos en el
departamento de Friedman) por una simple decisión estratégica de las
agencias de Estados Unidos, no se las llamó “ideas extranjeras”.
Fue una operación perfecta, o casi perfecta. Otro típico caso de
“ideología reversa”. La mafia neoliberal (a través de sus voceros más
pobres, es decir fanáticos) se encargó siempre de acusar a cualquier
grupo universitario o de activistas sociales o de intelectuales críticos
de practicar las ideas del teórico marxista italiano Antonio Gramsci.
Sin embargo, si bien la izquierda tradicional fue gramsciana por su
análisis de la realidad y por su natural resistencia crítica al poder
(que se expresa y consolida por el sentido común prefabricado), la
derecha internacional fue siempre gramsciana en la aplicación del poder a
través de las ideas colonizadas.
Se puede ocupar un país, se
puede imponerle un gobierno títere por un tiempo limitado, pero si el
objetivo es permanecer, la única forma posible es colonizar las ideas de
un pueblo hasta inocularlas con un interés parasitario que con el
tiempo terminarán adoptando como propias. Tan propias que cualquier cosa
que suene diferente, como la recuperación soberana de sus recursos,
será aplastada con calificativos como “ideas foráneas” --y sus
propulsores “vende patrias”.
Pero a toda esta ingeniería de las
ideas que define nuestro mundo hay que sumarle un aliado fundamental:
ese miedo que es parte de la condición humana, ese miedo de un mendigo
que es capaz de matar y morir por conservar las pocas pero sonantes
monedas que le tiró un buen señor a la salida de la iglesia y que le
costó todo el día ganar.
El 19 de mayo de 2019, en Morehouse
College de Atlanta, el multimillonario invitado a dar el típico discurso
moralizador de graduados, Robert F. Smith prometió pagar la deuda de
los estudiantes por haber estudiado. La audiencia estalló en llanto. Un
gesto noble, sin dudas. Con sus viejas trampas, por lo expuesto desde
hace veinte años...
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