Katu Arkonada*
La Jornada
Cuando parecía que Cristina
Fernández de Kirchner iba a ser la candidata presidencial del
kirchnerismo y otros sectores del peronismo, un video tuiteado por CFK
anunciaba que sería candidata a vicepresidenta, con el ex jefe de
gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández, como candidato a
presidente.
Este enroque se convertía de esa manera en un arma de destrucción
masiva contra el macrismo, ya inmerso en un proceso de implosión debido a
sus políticas económicas contra las mayorías sociales y el nivel de
endeudamiento al que venía sometiendo a la Argentina. La única salida
para el oficialista PRO-Cambiemos era la brasileña, encarcelar a CFK aun
sin pruebas, y soportar el costo social y mediático de encarcelar a la
ex presidenta y principal opositora al macrismo, perdiendo legitimidad
democrática, pero asegurando la continuidad del gobierno.
Pero la decisión de CFK desactiva por completo esa posibilidad, no
sólo porque Alberto Fernández no tiene abierta ninguna causa judicial,
sino por las relaciones de AF con numerosos sectores de las elites
políticas, económicas y mediáticas de la Argentina.
Alberto Fernández de presidente y Cristina Fernández de
vicepresidenta es una concesión, una derrota en una batalla para ganar
la guerra. La seguridad de un gobierno de salvación nacional frente a la
posibilidad de un gobierno que amplíe la herencia kirchnerista.
Si algo hicieron bien Macri y Durán Barba fue construir el relato
donde la culpa de todos los males y sufrimientos de la sociedad
argentina eran responsabilidad de la pesada herencia kirchnerista. Por
ello, no había que mirar al pasado, sino a un futuro de ajustes y
recortes en los derechos sociales.
La decisión de CFK dinamita la estrategia político-mediática
macrista, y construye un binomio pensado más para gobernar que para la
campaña. Un binomio con intenciones de ser pilar de un gran Frente
Patriótico, una vuelta a lo nacional-popular (aunque esta vez más
nacional que popular) en una coalición amplia que incluya desde el
kirchnerismo a 80 por ciento del peronismo, pasando por el sindicalismo o
la pequeña y mediana empresa. Todo ello con la experiencia de Unidad
Ciudadana y la estructura del Partido Justicialista como base de este
Frente Patriótico.
Antes del anuncio, Alberto Fernández había repetido muchas veces el dilema
sin Cristina no se puede y con Cristina no alcanza. Este enroque es la frase de AF llevada a su máxima expresión. Un ex jefe de gabinete que fue un operador político de primer nivel en las situaciones más complicadas (desempleo o deuda) al mismo tiempo que siempre mantuvo canales de comunicación abiertos con un sector del empresariado, la embajada de Estados Unidos (actor político en la mayoría de países latinoamericanos) o el Grupo Clarín; y una ex jefa de Estado con ocho años de gestión y referencia indiscutible de un proceso político que, con el trascurrir del tiempo y los conflictos sociales en Argentina, fue incorporando mayores niveles de radicalidad política (reestatización de empresas y fondos de previsión social, asignación universal por hijo, ley de matrimonio igualitario, apuesta a la unidad regional y geopolítica contrahegemónica). Un Fernández para incorporar a las clases medias desahuciadas por el macrismo, y una Fernández para mantener a los sectores populares y el núcleo duro.
Entre el Frente Patriótico impulsado por Cristina y el macrismo ya no
queda grieta, sino una tercera vía que se desvanece en el aire, la del
peronismo de centro representado por diversas figuras como el ex
candidato presidencial Sergio Massa, los gobernadores de Córdoba (Juan
Schiarett) y Salta (Juan Manuel Urtubey), o el ex ministro de Economía
de Néstor, Roberto Lavagna (que cuenta con el apoyo del
socialismode Santa Fe y el GEN de Margarita Stolbizer).
Pero el apoyo al enroque de Cristina de los gobernadores de Tucumán,
Santiago del Estero, La Rioja, Chaco o Tierra del Fuego (Rosana Bertone)
podría acercar a Massa a una candidatura de unidad y dejar la
Alternativa Federal del peronismo de centro con Schiaretti y Urtubey
quitando más votos al macrismo que al kirchnerismo ampliado y cerrando
con un jaque mate en la primera vuelta del 27 de octubre.
El escenario se vuelve apasionante (en lo inmediato con un paro
general el 29 de mayo convocado por diversos movimientos sociales y el
conjunto del sindicalismo contra la política económica de Macri) y
demuestra que CFK es la mejor jugadora de ajedrez de la política
argentina, cercando a un macrismo que ha perdido las últimas nueve
elecciones provinciales frente a un peronismo que ha ido unido en todas
ellas y en el que Alberto Fernández ha sido uno de los principales
armadores territoriales.
Si los pronósticos se confirman, Cristina Fernández de Kirchner se
convertiría no sólo en vicepresidenta, sino también en presidenta del
Senado, con el objetivo de desplegar su
Contrato Social para una Ciudadanía Responsable, que debe servir cuanto menos para recuperar a la Argentina de la pobreza y del agujero negro de la deuda externa contraída con el FMI.
De momento, el anuncio de CFK y la fórmula Fernández² ha servido para
recuperar la mística, poniendo en el centro de la escena a la política
como vector de los debates de la sociedad, frente a la judicialización
macrista de la política. Vuelve la épica de la década ganada con Néstor y
Cristina.
*Politólogo
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