Nuestra realidad debe ser pensada histórica y dialécticamente.
Por un mundo mejor y radicalmente diferente;
no más a las poses reformistas que azotan en las tierras de México.
I. Transcurso revolucionario
En las décadas de 1960 y 1970 América Latina atravesó por un periodo de
gran efervescencia revolucionaria, motivadas por la exigencia de las
luchas sociales, políticas y culturales llevadas a cabo en el llamado
Tercer Mundo, que incluyen no solo América Latina sino a otras partes
del mundo. Por citar algunos ejemplos, las luchas de liberación y
revoluciones en África y Asia, particularmente la Revolución de Argelia
que influyó decididamente en la Revolución cubana, fueron motivo de una
exigencia para los cambios sociales que demandaban algunos sectores
sociales de la época.
Luego del triunfo de la Revolución cubana
el pensamiento latinoamericano se actualizó o atravesó por un nuevo
periodo, dirigido política e ideológicamente por los líderes de la
Revolución, por ejemplo, revivieron los pensadores que en el pasado
inmediato había quedado olvidados: José Carlos Mariátegui y Julio
Antonio Mella, aunque de la misma manera se consideró a la revolución de
El Salvador de 1932, que fueron retomados para el análisis político,
social e ideológico en esa época. En el nuevo periodo, el pensamiento
social latinoamericano se personificó en el líder y pensador
revolucionario Ernesto “che” Guevara, pero también Fidel Castro. Se
debió, por un lado, a su papel en la revolución, pero sobre todo por la
influencia que ejercieron sus escritos y las actividades en la vida
práctica revolucionaria de América Latina y otras partes del mundo (como
el caso de Estados Unidos en el movimiento negro). La influencia se
manifestó a través de una serie de temas interrelacionados que
constituyeron el eje central del marxismo. Uno de esos fue la creación
de una ética comunista en el proceso revolucionario, que desde antes y
en esos años carecía de interés en los países del “socialismo real”. El
“che” fue cada vez más analítico de esta situación, lo que le llevó, en
parte, a ser cada vez más crítico del socialismo imperante y buscó un
camino socialista alternativo o diferente al que predominaba en aquel
entonces. Buscó un socialismo más democrático pero sobre todo solidario.
Un asunto que era ajeno al “socialismo realmente existente” dominado
por la Unión Soviética. Otro tema de gran relevancia era que el carácter
socialista de la revolución en América Latina debía derrotar a los
imperialistas y, al mismo tiempo, a los explotadores locales. Un tercer
tema era la lucha armada como principal forma de combate de los
gobiernos dictatoriales que en aquel entonces dominaban en América
Latina. Según Ernesto “che” Guevara la guerrilla era la forma más segura
para la lucha armada. [1]
Estas tres, aunque de forma quizá simplista, caracterizaban una parte
de su obra. La influencia de este revolucionario, los discursos y
análisis de Fidel Castro, la Primera y Segunda declaraciones de la
Habana de 1960 y 1962 respectivamente y la propia Revolución cubana
distinguió una nueva corriente de pensamiento revolucionario en América
Latina; se alimentaba de un voluntarismo revolucionario, en tanto ético
como político en la nueva interpretación del marxismo latinoamericano.
“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución” decía Ernesto
“che” Guevara en aquellos años.
La Revolución cubana influyó en
el ámbito de la vida social latinoamericana. En primer lugar, el
surgimiento de organizaciones guerrilleras. El periodo que va de 1960 y
fines de la misma década, las organizaciones guerrilleras florecieron en
casi toda América Latina. Muchas de estas se dieron en el espacio
rural, entre las que se encontraban, en Venezuela, las Fuerzas de
Liberación Nacional (FALN) bajo la dirección de Douglas Bravo, y el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) bajo la dirección de
Américo Martin. En Guatemala las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)
con Turcios Lima en la dirección y el Movimiento Revolucionario 13 de
Noviembre (MR13) conducido por Yon Sosa. En Perú el Ejército de
Liberación Nacional (ELN) liderado por Héctor Béjar y el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) dirigido por Luis de la Puente Uceda. En
Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) conducido
por Víctor Fonseca, en República Dominicana el Movimiento 14 de junio y
en Bolivia el Ejército de Liberación Nacional (ELN) conducido por el
propio “che” Guevara. [2]
Los límites de estas organizaciones llevaron casi a su desaparición a
fines de la década de 1960. Aunque volvió a resurgir un nuevo conjunto
de movimientos guerrilleros a partir de 1968, dejando el ámbito rural
para internarse en lo urbano, iniciado prácticamente por el Movimiento
de Liberación-Tupamaros en Uruguay, no dejaron de expresar lo que se
vivía en el contexto latinoamericano y que fue la preocupación para los
grupos de poder conservadores locales y externos.
En segundo
lugar, el avance de nuevas corrientes revolucionarias estimuló el
desarrollo de las autodenominadas ciencias sociales desde el terreno del
marxismo. La fuerza que generó el nuevo contexto impactó en el contexto
intelectual y el marxismo penetró en las universidades de América
Latina, que de alguna forma enriquecieron los estudios de la economía
política, la sociología, la historia, la así llamada ciencia política y
en menor medida la antropología. En el momento en que apareció este
ambiente renovado, las denominadas ciencias sociales estadounidenses y
sus discípulos latinoamericanos, así como las teorías del desarrollo de
la CEPAL, las teorías de la izquierda tradicional, dominadas por el
estalinismo, caen en descredito y entran una crisis profunda. La
antropología y los antropólogos indigenistas dominados y controlados por
el Estado mexicano (mismos que luego corrieron a deslindarse), que
ahora revive en el supuesto gobierno de “izquierda” de Andrés Manuel
López Obrador, es duramente cuestionada. [3]
Vemos un ambiente criticó a partir de una cantidad de obras de
investigación teórico-empírico. El punto de partida lo inició el
sociólogo mexicano Rodolfo Stavenhagen, con su libro “Siete ideas
erróneas sobre América Latina” publicado en 1965, luego el
argentino-chileno, quien fuera fundador y militante del MIR chileno,
Luis Vitale, publicó un artículo en 1966 con el título “América Latina:
¿feudal o capitalista?”, pero quien dio un mayor aporte teórico-empírico
en estos años fue el economista y sociólogo alemán, André Gunder Frank,
también militante del MIR, quien por cierto fue muy poco recordado en
el día de su muerte acaecido el 23 de abril de 2005, que escribió en
1967 “Capitalismo y subdesarrollo en América Latina”. [4]
Un conjunto de investigadores marxistas innovaron temas para estudiar
la realidad social latinoamericana a partir de la década de 1960, que
después de una labor interpretativa más acabada se conoció como teoría
de la dependencia. Trataron temas como dependencia y subdesarrollo,
movimientos obreros, movimientos campesinos, populismo, sindicatos,
marginalidad, etcétera. Cada investigador dio una contribución rica e
incluso polémica dentro de la interpretación marxista latinoamericana;
autores como Arturo Aguilar, Arturo Anguiano, Octavio Rodríguez Araujo,
José Aricó, Roger Bartra, Fernando Henrique Cardoso, Carlo Blanco, Pablo
González Casanova, Osvaldo Fernández Díaz, Bolívar Echeverría, Roberto
Fernández Retamar, Florestán Fernández, Martha Harnecker, Octavio Ianni,
Marcos Kaplan, Ernesto Laclau, Rigoberto Lanz, José Nun, Aníbal
Quijano, Eder Sader, Enrique Semo, entre otros muchos, fueron portadores
del estudio del sur de América.
Octavio Ianni, por ejemplo, publica su libro en 1975 con el título La formación del Estado populista en América Latina por
la editorial ERA en México, su preocupación era analizar el populismo.
Según el autor, representa un fenómeno que expresa antagonismo de clase,
pero que en el periodo en que domina el llamado Estado populista, las
relaciones antagónicas aparecen apagadas o neutralizadas. Este estado de
cosas, de un Estado populista ampliado y desarrollado, es que se da una
manifestación real de avance de las clases que componen la alianza
populista. Para el autor, el interés por analizar dicho tema se debe al
contexto en que se han dado algunas experiencias que se distinguen como
populismo:
“En las últimas décadas, el populismo ha sido una
experiencia política importante para la mayoría de los países de América
Latina. En algunos países, ese fenómeno representa la experiencia
política más notable de los últimos cuarenta años. En la mayor parte de
los casos, ha sido un experimento político malogrado, o cuyo éxito
parece ser bastante reducido. A pesar de ello, sigue siendo un aspecto
básico de la vida política de cada país. El peronismo sigue siendo una
forma de política decisiva en Argentina. En México algunos observadores
consideran que el cardenismo ha sido resucitado por algunos gobiernos
posteriores al de Cárdenas, cada vez que parecen agudizarse los
antagonismos sociales. En Ecuador, el derrocamiento de Velasco Ibarra,
en 1972, no significaba que el velasquismo haya muerto. En Bolivia, el
MNR, Paz Estenssoro y otros supervivientes de los años de la revolución
de 1952-64 continúan desempeñando papeles decisivos en los
acontecimientos políticos del país”. [5]
Con el tiempo, algunos de estos intelectuales (militantes) que he
enunciado, renunciaron a su pasado marxista o renegaron de él para
refugiarse en posturas conservadoras y reaccionarias e incluso se
convirtieron en ideólogos del neoliberalismo y del posmodernismo como
Fernando Henrique Cardoso (aunque resulta ser un personaje alineado
desde el principio con las élites brasileñas dominantes como describí en
un artículo publicado por Rebelión) [6] y Ernesto Laclau respectivamente. O como reformista, “socialdemócrata” neoliberal y “marxista” como el caso de Enrique Semo [7] , ideólogo de Morena, que hoy tiene la presidencia de México; o como Octavio Ianni [8]
que en los últimos años defendió la ideología de la globalización,
quien luego de que dicho pensamiento se pusiera de moda, corrió a
insertarse para no quedarse fuera. Otro asunto particular en el caso
mexicano es Roger Bartra, quien reniega de su pasado marxista, de hecho
en su curriculum público no menciona las obras que escribió durante su
periodo marxista, solo exalta su obra posmoderna y conservadora que
ahora propugna, y que sigue siendo bien recibida por las editoriales
conservadoras como en el pasado era bien recibida su obra marxista por
las editoriales de izquierda, si es que lo eran.
Este conjunto
de investigadores marxistas no se desarrollaron solamente en la academia
sino que algunos, y muy pocos por cierto, se involucraron en fuertes
debates políticos e ideológicos; eran militantes de organizaciones
políticas como el MIR. Tales como Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank y
Luis Vitale, quienes desde una postura radical, y bajo el análisis de
la teoría de la dependencia, desarrollaron investigaciones económicas y
sociales que no se separaron de la cuestión política. Según Michael
Löwy, la problemática común de estos autores tenía algunos ajes
particulares:
1. “El rechazo de la teoría del feudalismo
latinoamericano y la caracterización de la estructura colonial histórica
y de la estructura agraria presente como esencialmente capitalistas.
2. La crítica al concepto de una “burguesía nacional progresista” y de
la perspectiva de un posible desarrollo capitalista independiente en los
países latinoamericanos.
3. Un análisis de la derrota de las
experiencias populistas como resultado de la propia naturaleza política y
social de las burguesías locales.
4. El descubrimiento del
origen del atraso económico no en el feudalismo ni en obstáculos
pre-capitalistas al desarrollo económico, sino el carácter del propio
desarrollo capitalista dependiente.
5. Finalmente, la
imposición de un camino “nacional-democrático” para el desarrollo social
en América Latina y la necesidad de una revolución socialista como
única respuesta realista y coherente al subdesarrollo y a la
dependencia”. [9]
II. Contención conservadora
El surgimiento de una práctica y pensamiento político radical y
militante trajo también reacción de los grupos dominantes que provenían
de la región y Estados Unidos. La reacción se dio desde muchos ámbitos,
en primer lugar, se profundizó una guerra psicológica que no era más que
una continuidad de la campaña de miedo aludiendo a la amenaza comunista
iniciada desde tiempo atrás. En segundo lugar, la desestabilización
política, el estrangulamiento económico, evasión de capitales, la
promoción y movilización de grupos de choque fascistas para generar caos
y atacando espacios de organizaciones obreras, campesinas, saboteando
puentes, entre otras cosas. [10]
En tercer lugar, lo cultural que ya tenía un poco menos de una década
de presenciarse en la región, como fue el caso del Congreso para la
Libertad de la Cultura en Argentina, Chile y otros países de América
Latina que tenía la intención de cooptar y neutralizar todo intelectual
“subversivo” latinoamericano. Era parte de lo que al finalizar la
Segunda Guerra Mundial comenzó a presenciarse lo que ahora llamamos
Guerra Fría Ideológica y Cultural. Un periodo de recrudecimiento y
permanente tensión, que en América Latina se profundizó en la década de
los sesenta y hubo una cantidad importante de intelectuales que
participaron de lado de Estados Unidos así como de la Unión Soviética,
pero también, por otro lado, de simpatizantes y militantes de la
Revolución Cubana.
Un ejemplo por parte de Occidente fue el
Congreso por la Libertad de la Cultura, que se organizó en 1950 en
Berlín Alemania, cuyo propósito era la integrar a la intelectualidad
europea y estadounidense bajo el baluarte del anticomunismo y la
libertad de expresión. Uno de los conceptos que más se utilizaron en el
periodo de Guerra Fría Cultural fue precisamente "cultura", una forma de
disputa en lo ideológico que inició primero bajo el contexto del
fascismo. Los liberales, socialistas y comunistas lo utilizaron contra
la amenaza fascista. Sin embargo, al final de la segunda guerra, la
utilización del concepto cambió y se asoció a otros conceptos como
"defensa", "libertad" y "democracia". Publicaron entonces textos que
hacían alusión a la defensa de la cultura. Los soviéticos se referían en
sus publicaciones en ese sentido. Los estadounidenses, a principios de
la década de 1940, impulsaron y financiaron intelectuales
antiestalinistas que se agrupaban en el Comité para la Libertad de la
Cultura (CLC) como respuesta a los soviéticos que habían fundado la Liga
para la Libertad Cultural y el Socialismo. Fue adquiriendo gran
importancia esta forma de confrontación y luego se organizaron
seminarios, congresos y publicaciones. Occidente, como se dijo, organizó
a través de la CIA y con el apoyo de la Fundación Ford, el Congreso
para la Libertad de la Cultura en 1950 y fundó la revista Cuadernos (una
vía para difundir su ideología) que poco después fundó sus filiales en
América Latina. [11] No
obstante, debido a las condiciones históricas por la que atravesó cada
uno de los países de América Latina, Occidente, dominado por Estados
Unidos, decidió fundar finalmente una en Chile en 1953 y luego en
Argentina en 1955. La filial en Chile se le denominó Comité Chileno del
Congreso por la Libertad de la Cultura (CCCLC). En la Argentina:
Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (AALC). Su periodo de
vida fue corta: en Chile diez años y el argentino ocho. Durante esos
años la Guerra Fría Ideológica y Cultural a través del CLC impulsó y
financió una de las revistas más conocidas: Cuadernos. Fundada en 1953,
en el mismo año en que el Congreso inicia sus actividades en América
Latina. La revista cambió poco después a Mundo Nuevo. Primero elaborada y
distribuida en París y luego en Argentina. En ese contexto, la versión
soviética influyó en América Latina después del triunfo de la Revolución
Cubana y ésta fundó su revista llamada Casa de las Américas. Los
directores, editores y articulistas de esta revista entablarán poco
después una polémica con la revista Mundo Nuevo que era continuadora de
la revista Cuadernos dirigida por el Congreso por la Libertad de la
Cultura en América Latina.
Las revistas Casa de las Américas y
Mundo Nuevo se construyen a partir de modelos y posturas políticas que
fueron retomadas o negadas durante la década de 1960, pues “ambas
revistas trazan sus líneas discursivas amparadas en conceptos de cultura
diferentes, por tanto sus ideas de intelectual se enfrentan en lo
ideológico.” [12]
El uso del concepto de cultura no era o no había sido específicamente
de los antropólogos, también era una arma de guerra política y económica
que traspasaba los límites del ámbito universitario e intelectual
académico especializado. Para la Casa de las Américas la concepción de
cultura en América Latina estaba basada en la idea del agente
transformador de la vida social, que representó, entre otras muchas
manifestaciones, el arte como la expresión de la realidad concreta. En
tanto que para Mundo Nuevo defendía una concepción liberal de cultura,
que ampara bajo la idea universal de la producción cultural en tanto
expresión individual. Cada una de estas revistas, en el contexto de la
década de 1960, reformularon una idea de intelectual. La Casa de las
Américas difundió una tradición ensayística de raíz sociohistórica,
representada por Ángel Rama y Ezequiel Martínez Estrada, en tanto que
Mundo Nuevo defendió el asunto de la modernidad apoyándose de los
postulados del estructuralismo, [13]
poco antes de que entrara en un periodo de crisis de legitimidad
académica y política en el contexto latinoamericano. Sin entrar en
detalles para ver en qué medida lo hicieron y cuál era la novedad, basta
decir que eran dos concepciones de la realidad en pugna.
Sin
embargo el Congreso por la Libertad de la Cultura no solo se limitó a
las revistas, también financió conciertos de músicos de jazz en América
Latina desde la década anterior para contrarrestar la supuesta
propaganda soviética sobre la segregación y la injusticia racial. En
Argentina se dieron varias presentaciones: Dizzy Guillespie (1956),
Louis Armstrong (1957), Ella Fitzgerald (1961) y Duke Ellington (1968). [14]
En México, Louis Armstrong se presentó en 1956, 1957 y 1958 en el Club
Social Ritz en el centro de la Ciudad de México, junto a Cuco Valtierra
(saxofonista), Víctor Ruiz Pasos (contrabajista), Tomas Rodríguez
(saxofonista) y Mario Patrón (pianista). No se sabe si estos músicos
sabían que eran financiados por el gobierno estadounidense a través del
congreso.
En cuarto lugar, lo político militar. La imposición
político-militar afectó casi de manera inmediata a los teóricos de la
dependencia. Algunos se autoexiliaron o fueron obligados a hacerlo, como
fueron los casos de Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos. Esta
política reaccionaria se manifestó, entre otras cuestiones, a través de
golpes de Estado que instaló a las dictaduras así denominadas de
Seguridad Nacional durante dos décadas; política dominada y dirigida por
Estados Unidos. En marzo de 1962 fue inaugurada en Argentina, en Perú
en julio de 1962, en Guatemala en marzo de 1963, en Ecuador en
septiembre de 1963, en la República Dominicana en septiembre de 1963 y
en Brasil en 1964 es derrocado el presidente João Goulart. [15] De aquí en adelante se concibe lo que el sociólogo chileno Marcos Roitman Rosemann llama tiempos de oscuridad.
El gobierno dictatorial de Brasil, por ejemplo, coherente con su
servilismo a los sectores conservadores y castrenses latinoamericanos y
estadounidenses, rompió relaciones con Cuba, acuerda un programa militar
con Estados Unidos, ilegaliza los partidos políticos, elimina las ligas
campesinas, interviene los llamados sindicatos y reprime y desmoviliza a
las organizaciones estudiantiles. Es cierto que la dictadura no se
impuso en el gobierno de manera que todo lo encontró fácilmente, pues
halló resistencia, sobre todo por las decisiones había tomado. Una serie
de organizaciones antidictatoriales se había formado, conformado por
estudiantes, intelectuales y obreros. La dictadura reacciona y clausura
algunas universidades y reprime a dichas organizaciones.
El
caso de Brasil fue el modelo que luego se presentaría en otros países
latinoamericanos, las cuales asumieron como eje central derrotar a
sangre y fuego a los “enemigos internos”. El fantasma del “enemigo
interno” fue una de las creencias religiosas de los grupos reaccionarios
comandados por la dictadura que llevaron hasta sus últimas
consecuencias, asesinado sin piedad y sin prueba a todo lo que
consideraban comunista. El comunista o simpatizante de éste, fue
reprimido, encarcelado, asesinado y/o desaparecido. La guerra
psicológica a través del inexistente “enemigo interno” profundizada por
las dictaduras, llevo a que hasta los propios compañeros militantes los
traicionaran, convirtiéndose en sus propios verdugos. Es decir, los
“comunistas” que habían sido torturados en los campos de concentración
dictatoriales fueron neutralizados y convertidos en fieles servidores de
la dictadura para atacar a sus compañeros de lucha. La concepción del
“enemigo interno”, ideología política conservadora, experimentado por
primera vez por la franceses en la guerra de Argelia, había sido eficaz
para las dictaduras para aplicarlo en sus respectivos países y en gran
parte de América Latina.
Las dictaduras de “seguridad nacional”
también buscaban garantizar el supuesto “orden interno” de sus
correspondientes países. ¿A qué orden interno se refieren? ¿Al orden de
acuerdo a su concepción e intereses? Ya los sociólogos y sociología
conservadores lo habían hecho en el pasado, pero eran los años en que
habían quedado rebasados y en descrédito, ahora las dictaduras tenían
esa responsabilidad. Aunque no quiere decir que hayan dejado esa
práctica, los ejemplos sobran: el Proyecto Camelot en Chile, Simpático
en Colombia, Marginalidad en Argentina, etc. ¿Qué tanto se había
analizado en aquella época esta tarea que la sociología había tenido en
el pasado? Otras de las responsabilidades de las dictaduras era fomentar
el supuesto “desarrollo social y la democracia”, en una región que
aspiraba supuestamente a construirla. Las dos son ideas son bastante
manipulables debido a su concepción débil e inestable para definir los
objetivos que persiguen. La mentira entonces es algo que está inmerso no
solo en el discurso de los poderes militares, sino incluso en los
sectores autodenominados progresistas y de izquierda que buscaban la
justicia social.
Las dictaduras de “seguridad nacional”
impulsaron masivamente todos los métodos de contrainsurgencia, se
expresó, entre muchas otras formas, en la tortura y desaparición de
personas, que siguió tan vigente como lo demuestra actualmente el caso
colombiano bajo el gobierno ultraconservador de Iván Duque. Algunos
métodos se experimentaron fuera del territorio latinoamericano, como el
caso de la tortura en Argelia por los franceses, pero muchas otras en
Estados Unidos. En América Latina una parte de la doctrina y práctica
contrainsurgente fue impulsada y alimentada por la Escuela Superior de
Guerra de Brasil, la así denominada Escuela de las Américas, el
Pentágono y muchos otros servicios especiales de los grupos de poder
político y económico de Estados Unidos. Así como a través del United
States Military (MAP) y Public Safety Program construyeron una compleja
institucionalidad contrainsurgente nacional e interamericana. [16]
En esta maquinaria represiva montada se articularon una parte de las
fuerzas armadas latinoamericanas a partir del 9 de noviembre de 1964 con
el derrocamiento del presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, y
luego del golpe de Estado en Argentina de 1966 que derrocó al gobierno
de Arturo Illia, posibilitaron las condiciones para la aplicación de la
doctrina de manera abierta y encubierta. Así, después de la instalación
de estas dictaduras, la represión se recrudeció en muchos niveles. En el
caso de Bolivia, la fractura sociopolítica que se había generado desde
la revolución de 1952, vino a consolidar una fuerte oposición popular
que fue salvajemente reprimida por las autoridades castrenses instaladas
por el golpe. Las movilizaciones y protestas estudiantiles, campesinos y
obreros vivirían la misma experiencia luego de que entre 1965 y 1966 se
habían organizado en respuesta de la contrarreforma agraria, la
desnacionalización y privatización de los recursos energéticos. En el
caso de la Argentina, la dictadura de Juan Carlos Onganía disolvió el
congreso, las legislaturas provinciales y los partidos políticos;
clausuró la prensa opositora al régimen, intervino en una cantidad
considerable de universidades públicas, anuló la autonomía universitaria
y la supuesta “libertad” académica que se daba en dichas universidades,
con el fin de combatir y erradicar la llamada “subversión comunista”
que, según el credo religioso de la dictadura, estaba muy instituido en
las universidades. Además se prohibió la actividad política de los
estudiantes y el derecho a participar en la administración.
Lo
que pasaba en América Latina era el empeño del gobierno estadounidense,
como Lyndon B. Johnson y otros que le sucedieron, de derrotar, con todos
los medios que poseía, toda la movilización social y popular
latinoamericana, el creciente antiimperialismo que desde la década de
1960 empezó a tomar una postura cada vez más radical y el socialismo que
empezó a cobrar un nuevo auge en los llamados países subdesarrollados.
El ejemplo paradigmático se dio en Vietnam, en el que los
estadounidenses facilitaron una masiva y brutal intervención por medio
de la invasión. Aquí también fueron muy útiles los mercenarios
sociólogos o sociólogos mercenarios, que por medio de proyectos de
carácter sociológico y antropológico, buscaban derrotar a los
insurgentes vietnamitas.
En fin, los ejemplos son múltiples, se
observa a sectores sociales en pugna en las décadas de 1960 y 1970,
periodo que corresponde a la lucha revolucionaria, pero también a la
reacción conservadora. Este contexto es el que posibilitó o impuso
ciertas reglas que se van a manifestar en las décadas siguientes, sobre
todo en la década de 1990, en la que el neoconservadurismo se impone sin
más obstáculos. Si bien su tranquilidad no persiste durante mucho
tiempo, pues esos pueblos sometidos pronto estallarían y se organizarían
porque su condición de vida no era soportable. No obstante el
Movimiento Sin Tierra mantenía una lucha constante desde la década de
1970, y protagonizó duras luchas contra los neoconservadores brasileños
en la década de 1990. A mediados de esa década en México el
levantamiento zapatista (EZLN) viene a cuestionar seriamente el modelo
que hoy los izquierdistas y no izquierdistas llaman neoliberalismo. De
la misma manera el ascenso de nuevos gobiernos en América Latina
inaugura un nuevo panorama político en la región latinoamericana, como
el caso de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela.
Referencias
- Corti, Berenice, Jazz argentino. La música “negra” del país “blanco”, Buenos Aires, Gourmet musical, 2015.
- Guevara, Ernesto Che, La guerra de Guerrillas, Bogotá, Ocean Sur, 2007.
- Ianni, Octavio, La formación del Estado populista en América Latina, México, ERA, 1975.
- Jannello, Karina C. “El Congreso por la Libertad de la Cultura: el
caso chileno y la disputa por las ideas fuerza de la Guerra Fría”, en
Revista www.izquierda.cl., No. 14, diciembre de 2012.
- Löwy, Michael, El marxismo en América Latina, Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, Lom ediciones, 2015.
- Morejón Arniaz, Idalia, Política y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo, México, Cultura y Educación, 2010.
- Roitman Rosenmann, Marcos, Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina, Madrid, Akal, 2013.
- Luis Suarez Salazar, Un siglo de terror en América Latina. Crónicas de crímenes de Estados Unidos contra la humanidad, Ocean Sur, 2006.
Notas:
[1] Ernesto Che Guevara, La guerra de Guerrillas, Bogotá, Ocean Sur, 2007, p. 13.
[2] Michael Löwy, El marxismo en América Latina, Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, Lom ediciones, 2015, p. 48.
[3] Véase De eso que llaman antropología, publicado por la ENAH.
[4] Michael Löwy, op. cit. p. 51.
[5] Octavio Ianni, La formación del Estado populista en América Latina, México, ERA, 1975, p. 9.
[6] Ramiro Hernández Romero, “La teoría de la dependencia. Una distinción de sus militantes” en http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=193655
[7]
Está inscrito como profesor-investigador en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM. En ocasiones es sumamente intolerante con sus alumnos
que divergen con él. Además, como su estudiante que fui, nos obligaba a
comprar sus libros que publicaba o publica, y nos prometía,
supuestamente, un punto en la calificación final.
[8]
En el contexto actual que se vive en México, el populismo que analizó
Octavio Ianni cobra actualidad, aunque es probable que ya no tenga
importancia para el autor.
[9] Michael Löwy, ob. cit., p. 52.
[10] Marcos Roitman Rosenmann, Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina, Madrid, Akal, 2013, p. 19.
[11]
Karina C. Jannello, “El Congreso por la Libertad de la Cultura: el caso
chileno y la disputa por las ideas fuerza de la Guerra Fría, en Revista
www.izquierda.cl., No. 14, diciembre de 2012, p. 19.
[12] Idalia Morejón Arniaz, Politica y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo, México, Cultura y Educación, 2010, p. 14.
[13] Ibíd., p. 16.
[14] Berenice Corti, Jazz argentino. La música “negra” del país “blanco”, Buenos Aires, Gourmet musical, 2015, p. 84.
[15] Luis Suarez Salazar, Un siglo de terror en América Latina. Crónicas de crímenes de Estados Unidos contra la humanidad, Ocean Sur, 2006, p. 280.
[16] Ibíd., p. 282.
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