Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Desde la antigüedad
hasta nuestros días la fiebre imperial por dominar el mundo ha sido una
obsesión. Sin embargo, los deseos totalitarios han terminado en
desastre. Baste recordar el Tercer Reich. Alemania y su pueblo, imbuidos
de un sentimiento de superioridad étnico-racial, construyeron un
ideario para la dominación mundial. Su trágico final no ha sido lección
suficiente. Tampoco el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y
Nagasaki. En esta carrera imperialista, Estados Unidos toma el relevo
de las naciones autoproclamadas defensoras del orden mundial, su
contrapartida: la extinción de la especie. Con una sed ávida de
ganancia, explotación y violencia, su prepotencia no encuentra límites.
Si se cumplen los pronósticos, Estados Unidos no saldrá victorioso, su
ambición nos conducirá al colapso. Lo peor, su incapacidad para dar
marcha atrás. El pueblo estadunidense y su establishment se consideran
parte de una misión redentora a la cual no pueden renunciar. La divina
providencia les señala como la nación elegida para dominar el mundo.
Para hacer posible el sueño de la dominación perfecta, se busca el
control de las emociones, los sentimientos y los deseos, sin necesidad
de recurrir a la invasión militar de los territorios conquistados.
Estados Unidos se ha convertido en la primera potencia capaz de forjar
un totalitarismo, bajo el sentimiento de vivir en libertad, anulando la
conciencia y la voluntad de los individuos. El uso de la violencia es
relativizado, aunque sin renunciar a ella, se busca un acatamiento de
las órdenes de manera disciplinada, rápida y acrítica. Es la llamada
guerra de la no letalidad. Las armas no letales se encuentran en las
tecnologías de la información. Una guerra donde se trata de descifrar
cómo piensan los seres humanos y cuáles serían sus respuestas ante
determinados estímulos, situaciones de estrés o estados de guerra.
Parafraseando a Sun Tzu, el saber hacer la guerra para Estados Unidos
buscaría:
someter al enemigo sin librar batalla alguna.
Los estados con
vocación de dominación totalitariase han erigido portadores de progreso, imponiendo costumbres, lengua, religión y bandera. En el siglo XXI, las tecno-ciencias se han puesto al servicio de los intereses del totalitarismo estadunidense. La cibernética, la informática, las neurociencias, la matemática aplicada, se unen para configurar la estrategia de dominación sistémica. Estados Unidos crea mecanismos de sumisión que van más allá de la tierra conquistada y dominada. Sentirse y sa-berse sojuzgado conlleva resistencia. Pocos se dejan avasallar. Los gobiernos cipayos presentan límites. Cuando la soberanía y el derecho de autodeterminación son pisoteados, emerge un nacionalismo liberador que arrastra consigo toda forma de dominación extranjera. El sentimiento antinazi y rechazo a la dominación alemana fue motivo para que pueblos enteros emprendieran la tarea de expulsar a los ejércitos invasores. Franceses, holandeses, belgas, soviéticos, yugoslavos, británicos, republicanos españoles, entre otros, más allá de sus convicciones políticas, se unieron en la gran batalla antinazi y antifascista. El sueño de Hitler se transformó en su peor pesadilla cuando el mundo entero se opuso a sus delirantes planes de dominación. Pero el Tercer Reich sólo contaba con armas convencionales como única forma de lograr su objetivo. Potencia de fuego. Su desarrollo estaba constreñido a lograr el máximo de destrucción. Los misiles V-1 y V-2 llegaron tarde y fueron insuficientes. Los campos de concentración, las cámaras de gas, las matanzas selectivas, eran un hándicap. Para cumplir las órdenes los soldados alemanes eran drogados, actuaban bajo la acción de estupefacientes. Así, era poco probable cumplir el sueño nazi de un imperio alemán de mil años. Tampoco ayudaba mucho la forma de dominación. Humillar a las poblaciones conquistadas, y vivir bajo la bota del ejército alemán no era una salida en el medio plazo.
Por el contrario, en la guerra neocortical, Estados Unidos emplea
mecanismos y dispositivos más eficientes. Busca romper lo único que
puede generar resistencia activa, la mente del enemigo, aliados y
subordinados. Se trata de paralizar, regular, anular la voluntad y la
capacidad de comprensión. Trasformar los humanos en autómatas sin
capacidad de pensar y actuar al margen de las órdenes dadas. Obediencia y
sumisión. Así se expresa Richard Szafranski, coronel de USAF:
para hacer operativa esta guerra neocortical Estados Unidos debe restructurar a escala mundial sus aparatos de colecta y diseminación de información, colocar en red las diversas agencias de inteligencia y sus capacidades de análisis. Se trata de modelar el comportamiento del enemigo, sin afectar a los organismos, pero destruyendo la capacidad y voluntad de liderazgo. El control de las redes por los gigantes estadunidenses está en consonancia con la guerra neocortical. De lo contrario ¿Cómo entender la petición de Juan Guaidó y cipayos venezolanos de una intervención militar estadunidenses en su territorio? ¿Cómo explicar la sumisión de Europa Occidental a los delirios de Trump para dominar el mundo sin resistir? ¿Las nuevas sanciones contra Cuba? El mundo occidental se mueve al ritmo que marca el imperialismo estadunidense, convencido de vivir en libertad. El nuevo totalitarismo se impone. Es necesa-rio resistir.
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