Arturo Balderas Rodríguez
La Jornada
Entre las actividades
matutinas de millones de estadunidenses, la primera es revisar el
celular para consultar en redes sociales las ocurrencias más recientes
de su presidente. Para solaz de quienes crean y se recrean en ese medio,
no sólo se reproducen, sino también se inventa, ironiza y hace mofa y
sarcasmo del huésped de la Casa Blanca. No sin cierto morbo lúdico,
comprueban que repite los mismos errores y toda clase de arbitrariedades
a diario. La consulta mañanera del teléfono continúa en la calle y el
restaurante, irrumpiendo en la conversación, sólo para dar cuenta en las
inefables redes sociales del mismo discurso que, aderezado con las
nuevas ocurrencias y sarcasmos; pareciera ser el motor que estimula la
convivenciadiaria, que se repite con la misma monotonía. La vida también se congela y el horizonte se achata.
Esto recuerda aquella película Groundhog Day, (Día de la Marmota):
el protagonista despierta todas las mañanas y se encuentra con una
repetición exacta y monótona de lo que sucedió el día anterior. Los
habitantes y sus actividades son iguales todos los días y tampoco
envejecen; literalmente la vida se congela, no existe el futuro, pero
tampoco el pasado. Inesperadamente, una mañana todo cambia, la vida
recobra su ritmo normal, se rompe la monotonía y los habitantes de esa
fantasía dejan atrás los días circulares y se rencuentran en el mundo
real que ofrece incertidumbres y motivos para explorar un futuro, no por
desconocido menos bienvenido.
En el mundo de Trump, la circularidad de la vida se repite en la
monotonía de sus consabidas arbitrariedades y groserías. La diferencia
con la película es que la repetición de despropósitos sí tiene
consecuencias; algunas, graves. Parece que Trump, un maestro en la
distracción, ha encontrado el medio para neutralizar las llamadas de
atención sobre su proceder. En ocasiones, mediante el desafío con
amenazas, en otras mediante el insulto y la mentira, y al final de
cuentas, con cinismo. Hay todo, menos un intento por conciliar o dirimir
diferendos mediante la negociación y la apertura a soluciones
políticas. Para él todo es una suma cero, en la que el único ganador
debe ser él. No parece que cambiará su forma de gobernar.
El problema es que está ocasionando que el discurso civilizado se
degrada día con día. La última zacapela con Nancy Pelosi, líder de la
Cámara de Representantes, sorprendió a propios y extraños por la forma
vulgar en que Trump se refirió a ella y por la respuesta de la señora
Pelosi. Ambos, en cierta manera, sugirieron un problema de estabilidad
mental en uno y otro, según comentó el periodista David Brooks en la
cadena PBS. Esto, en palabras de quienes ostentan el importante cargo de
compartir las decisiones del país más poderoso del orbe, es motivo de
preocupación entre quienes ven de cerca el devenir político en Estados
Unidos. La señora Pelosi tiene todo el derecho y razón en criticar al
presidente por su incapacidad para gobernar. Pero cuando en la crítica
emula a quien desconoce las formas más elementales de civilidad y los
límites de la política, el descarrilamiento de acuerdos está a la vuelta
de la esquina y pudiera derivar en una guerra, ya no de palabras, sino
de eventos, cuyo desenlace es difícil pronosticar.
Es opinión general que, para salud del sistema político, cesen los
duelos verbales entre el presidente y la líder demócrata. De la señora
Pelosi, por su experiencia, conocimiento y respeto por la política es
esperado; no así de Trump. Mientras, en restaurantes, corrillos
políticos por excelencia y en medio de la siempre molesta y descortés
irrupción de los teléfonos celulares, los comensales intentarán
descifrar las claves del futuro político, entre ellos la defenestración
del presidente.
En recuerdo al siempre apreciado y respetado Don Benjamín Wong.
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