Cuando EL 17 de mayo de
1929 se constituyó, por iniciativa de José Calos Mariátegui, la
Confederación General de Trabajadores del Perú, se marcó una etapa nueva
en el movimiento obrero peruano y se dio comienzo a un proceso muy rico
en experiencias de clase, que debemos tomar en cuenta.
Ese periodo,
no fue el primero en las luchas de los trabajadores peruanos. Con toda
propiedad, debe señalarse que antes, se registró la formación de las
primeras organizaciones sindicales y luego la histórica Jornada por las 8
horas, cuyo centenario celebramos recientemente. En esta etapa
germinal, el papel principal estuvo a cargo de dirigentes anarco
sindicalistas, como Fonkén, Barba, Gutarra y Lévano. Ellos aportaron una
alta dosis de combatividad, pero no tuvieron capacidad de resistencia.
Pronto fueron puestos fuera de combate, por la dictadura del Oncenio; y
por sus propios errores, que les impidieron percibir la esencia de clase
de su movimiento.
José Carlos Mariátegui fue más claro y
perceptivo que los anarco-sindicalistas. Y por eso pudo aportar no sólo
organización, sino también pensamiento político, teoría de clase; que
fue, en última instancia, lo que permitió desbrozar un camino que
asomaba complejo por el atraso que vivía el país dada la ineptitud, la
voracidad, y la soberbia de la Oligarquía dominante. Eso se pudo
percibir nítidamente en las publicaciones de “Labor”, el
periódico sindical del Amauta, que diciembre de 1928, denunció e
hundimiento de la laguna de Morococha, y selló con ella un vínculo serio
con el proletariado de la región.
Los comienzos
Cuando a fines de la década del 20, Mariátegui propuso crear la Central
Sindical Peruana no sólo estaba recogiendo la enseñanza de su periplo
europeo. También estaba obrando en un escenario concreto en el que los
trabajadores venían acumulando experiencias y acerando una definida
voluntad de lucha. Faltaba, para coadyuvar a ella, una estructura
centralizada, que le diera norte y perspectiva.
El documento titulado “La Central Sindical del Proletariado Peruano” publicado en Amauta en junio de 1929, tomaba por las astas el debate político de ese entonces: “No
Faltan militantes aferrados a la idea de que la organización de
sindicatos en la República, debe preceder a la de una central sindical”. Y,
en efecto, era un tanto la tesis dominante. aquella que afirmaba la
necesidad de formar primero las bases sindical, antes de marchar a la
creación de una estructura superior que represente a los trabajadores.
Para José Carlos, el proceso era inevitablemente inverso: “La
Central Sindical tiene precisamente por objeto ayudar a los trabajadores
en todo lugar y en toda industria a organizarse sindicalmente”. Nada impedía comenzar desde arriba, para aligerar un proceso que se tornaba esencial, y urgente.
Es posible que en Mariátegui hayan primado dos criterios en torno al
tema: la concepción de un centro aglutinador y atizador; y la premura
con la que se debía actuar. El, probablemente, sentía ya que sus propias
fuerzas flaqueaban, y que no debía retardar un proceso que, sin su
aporte, sería ciertamente mucho más arduo y difícil. Por eso, se empeño
en la tarea.
La CGTP que nació entonces en 1929 debió enfrentar desde el inicio importantes
acciones de clase. Los conflictos mineros, fueron los primeros, pero
también las acciones de los campesinos y yanaconas, a los que Mariátegui
les prestó atención. Las huelgas mineras de 1929 y 1930, fueron señal
clara de lo que acontecía en el centro del país, donde los trabajadores
abrían laboriosamente camino de lucha no sólo sindical, sino también
política; y forjaban un claro sesgo anti imperialista. Jorge del Prado
aseguró que ellas no tenían sólo fines reivindicativos, ni genéricos. “Se
trataba de una lucha no contra cualquier empresa capitalista, sino
contra la más poderosa empresa norteamericana afincada en nuestro país”.
Esa orientación hizo que el Amauta se esmerara en crear una estructura superior que enarbolara esas banderas.
Las durísimas condiciones de la lucha
La caída de la dictadura de Leguía, en agosto de 1930, no fue seguida
por la instalación de un gobierno aunque fuere formalmente democrático.
Fueron las dictaduras de Sánchez Cerro y Samanez Ocampo, las que
marcaron el escenario en esta aciaga etapa nacional. La clase obrera
pagó un precio muy alto en esa circunstancia. La represión se abatió de
manera cruel, y se expresó en distintas masacres pero también en la
ilegalización de conflictos, en la persecución y detención de líderes
sindicales y en el amedrentamiento sistemático de los trabajadores. Las
huelgas de los mineros de Cerro de Pasco del 4 y el 7 de septiembre, el
Congreso Obrero de la época y el Primer Pleno de la CGTP, previos al
reinicio de la huelga en La Oroya el 10 de octubre de 1930, que
culminara con la masacre de Malpaso, el 12 de noviembre de ese año,
dieron testimonio de una realidad lacerante, que marcó el parto
sangriento de la conciencia de clase del proletariado peruano.
En noviembre de 1930, la CGTP fue ilegalizada. Su núcleo dirigente
-Avelino Navarro, Adrian Sovero, Gamaniel Blanco, Oscar Oteagui, José
Pajuelo y otros- hizo dura resistencia, pero no pudo resistir el embate
de enemigo. La estructura sindical realmente quedó desarticulada y no
fue posible recomponer su presencia sino a partir de 1935, cuando bajo
la iniciativa de Isidoro Gamarra, se resolvió retomar el espíritu de
clase del 1º de Mayo y celebrarlo con un Paro General de un día. La
acción dio también con la mayoría de los dirigentes sindicales y otros,
en los sótanos de la Intendencia de Lima. Para ese entonces, los
principales dirigentes mineros del periodo, habían muerto asesinados, o
como consecuencia de los inmensos daños que sufrieran en la prisión. Un
indicador del repliegue del movimiento, lo da el saber que entre 1931 y
1947, no se registró una sola huelga en el país. La capacidad de acción
de los sindicatos, había sido realmente castrada.
Nuevamente las dictaduras
Los primeros años del primer gobierno de Manuel Prado fueron también
escenario de una violenta y sistemática represión contra los
trabajadores. Pero esa realidad se fue atenuando al compás del escenario
exterior, donde el Ejército Rojo y los Aliados, comenzaban a obtener
victorias.
Hasta 1942 hubo presos condenados por la ley 8505
que creaba tribunales militares Luego de esa etapa gris, el movimiento
comenzó a recuperarse, pero sólo el 1 de Mayo de 1944 fue posible
recomponer unas nueva estructura dirigente, la Confederación de Trabajadores del Perú, la misma que también fue ilegalizada en octubre de 1948, cuando ascendió al Poder una nuevo régimen militar.
Fueron los años de Odria, los que registraron de manera más palmaria el
oportunismo y la traición al movimiento obrero por parte de los líderes
del APRA que seguían predicando un verbal “anti imperialismo” que
habían abandonado. La dirección del APRA, no solo capituló ante el
imperio, sino también se sometió los designios de la gran burguesía, de
la que se convirtió en soporte y aliada. Ese fue el sentido del
“gobierno de la Convivencia”, una alianza estratégica de banqueros,
exportadores y apristas que arrió las banderas de lucha de los
trabajadores.
La recomposición de la CGTP
Esa
realidad impuso, a partir de 1966 la lucha por la recuperación del
sentido de clase de la Central Obrera. Primero fue el Comité de Defensa y
Unidad Sindical -el CDUS- y luego, a partir de junio del 68, la CGTP la
que hizo valer el mensaje del Amauta y libro las más trascendentes
luchas de la época.
El papel que jugó la CGTP en los años del
proceso de Velasco, debe ser reconocido sin mezquindad. Aun registrando
limitaciones y errores, aportó al movimiento como no había ocurrido
antes en el proceso peruano, Forjó la unidad sindical, organizó a los
trabajadores en sindicatos y federaciones en los más diversos sectores,
politizó activamente las luchas obreras y promovió y alentó la acción
independiente y de clase de los trabajadores. Bien puede decirse que el
prestigio de clase que aun mantiene la Central Sindical peruana, se
afirma en buena medida en esta etapa, en la que cumplió con honor sus
compromisos con el pueblo.
Hoy, se vive otra experiencia. No
caben, por eso, las comparaciones entre el pasado y presente. Lo que
importa es que ahora es indispensable que los trabajadores recuperen el
papel que les corresponde, como aglutinadores de los segmentos más
diversos de la sociedad para batir el modelo Neo Liberal, y retomar el
camino por el que combatieran aguerridas generaciones. Con el ejemplo de
Isidoro Gamarra y Pedro Huilca y en honor a antiguas tradiciones, eso
es posible.
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