Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada
Desde mediados de abril y, sobre
todo, a principios de mayo no ha habido tema internacional más
discutido que la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Tras los
episodios de inicios de año –examinados en dos notas tituladas
De la guerra a la tregua, publicadas el 10 de enero y el 7 de febrero– se vivió un lapso de relativa calma, a veces sacudida por las amenazas del presidente Trump y reparada por declaraciones de los negociadores, encabezados por el viceprimer ministro Liu He y el secretario del Tesoro Steven Munchin y el representante comercial Robert Lighthizer. Fueron frecuentes, en esos días, las apreciaciones en el sentido de que el acuerdo parecía al alcance de la mano. Así, Anna Swanson escribió
EU y China se encaminan a un acuerdo que dé fin a la guerra comercial y elimine los aranceles sobre el intercambio de productos por cientos de miles de millones de dólares(NYT, 1/5/19). Ahora, predomina el sentimiento contrario: la guerra comercial y demás controversias pueden
resultar largas y costosasy los aranceles permanecer en vigor por largo tiempo (NYT, 13/5/19 y 14/5/19).
La tranquilidad y el optimismo quedaron destruidos en apenas unos
días: un tuit presidencial anunció el 5 de mayo que la elevación de 10 a
25 por ciento ad valorem de los aranceles a la importación de
artículos procedentes de China por 200 mil millones de dólares, diferida
en marzo ante el avance de las tratativas, se haría efectiva desde el
día siguiente, sin importar que al final de la misma semana se
realizaría en Washington otra ronda de negociaciones. También se amenazó
con imponer un nuevo arancel punitivo, de 25 por ciento, a las
importaciones desde China todavía no afectadas, cuyo valor anual se
estima entre 300 y 325 mil millones de dólares (FT, 12/5/19).
Acciones punitivas de este corte sólo encajan en lo que algunos han llamado
el mundo fantástico de Trump. En ese mundo, los aranceles a las importaciones chinas significan ingresos netos para la economía de Estados Unidos, en lugar de mayores gastos para sus importadores y consumidores. Al recibir al primer ministro de Eslovaquia, Donald Trump afirmó que “estamos recibiendo miles de millones de dólares de China gracias a nuestros aranceles, porque –después de nunca cobrarles ni 10 centavos– estamos imponiendo aranceles a China”. En ese mundo, las acciones inamistosas, punitivas, no afectan las negociaciones. “Nos acercamos, agregó, a un acuerdo muy histórico –así dijo–, monumental.” En ese mundo, no alcanzar acuerdos es mejor que lograrlos. “Y si no lo logramos, concluyó, también estaremos bien –incluso mejor” (www. whitehouse.gov). Un mundo no fantástico, sino fantasioso: Trumpland.
El Ministerio de Finanzas de China anunció el lunes pasado una nueva
medida de retorsión: elevar de inmediato, de 10 a 20 o 25 por ciento,
los aranceles que gravan la importación de una amplia variedad de bienes
estadunidenses, con valor de 60 mil millones de dólares. Se trata de
una represalia menos que proporcional. Además, desmintió el alegato
estadunidense de que haber
renegadode algunos compromisos, no especificados, aceptados en momentos previos de las sucesivas rondas negociadoras. Esta conducta se ha interpretado como indicativa del deseo de China de persistir en las negociaciones y continuar en busca de un entendimiento por elusivo que parezca.
Las tensiones comerciales sino-estadunidenses –además del menor
crecimiento económico en China, que ya parece afectar más la perspectiva
global que el continuado vigor del estadunidense– constituyen uno de
los más fuertes factores negativos para la expansión de la economía
mundial en 2019 y más allá. Tras el desencuentro de Washington,
proliferaron los vaticinios negativos. El impacto de los aranceles
adicionales anunciados reduciría en un punto la tasa de crecimiento de
Estados Unidos en el presente año y afectaría también la efectividad de
las medidas de reactivación económica adoptadas por China. No se ha
cuantificado aún el efecto recesivo sobre la economía mundial, pero
podría ser notable.
Se advirtió también que la guerra comercial no sólo interesa al
intercambio comercial sino-estadunidense. Es claro, como ya se ha dicho,
que Estados Unidos busca detener o acotar el avance de China en las
tecnologías de información y comunicación; conseguir que otros países
secunden sus acciones –como las emprendidas contra la empresa Huawei–;
imponer a escala global los criterios y limitaciones propios en materia
de propiedad intelectual, y eliminar ciertos estímulos que considera
constituyen subsidios a la exportación. Otras naciones, en Europa y
otras regiones, adhieren con algunas reservas estos objetivos.
Hacia mediados de mayo se mencionó una oportunidad de consulta al más
alto nivel: los presidentes Xi y Trump coincidirán en Tokio a finales
de junio en la cumbre del G20. Además de presentar sus respetos al nuevo
emperador, podrían quizá tratar de acortar distancias y aclarar
malentendidos en una conversación tête-à-tête.
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