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jueves, 27 de octubre de 2016

El vudú neocolonial contra Haití



Fabrizio Lorusso
La Jornada 
Haití fue la primera república negra y antiesclavista independiente del mundo. Sin embargo, desde su exitosa revolución contra la Francia bonapartista en 1804, el yugo colonial euroamericano ha seguido en su obra de estigmatización racista y explotación económica del país.
A partir de la enorme deuda de guerra impuesta por Francia tras la independencia, con la que cargaron los gobiernos haitianos del siglo XIX y parte del XX, y de la invasión estadunidense, que se tradujo en el dominio colonial sobre la nación caribeña entre 1915 y 1934, la maldición de este país se ha relacionado mucho más con la geopolítica y la economía que con los caprichos de la naturaleza.
De 1957 a 1986, las dictaduras de Papá Doc, François Duvalier, y su hijo, Jean-Claude Baby Doc, en contubernio con Washington durante la guerra fría, hundieron al país en el terror. Tras su expulsión de Haití, Baby Doc fue bien recibido en París, junto a la inmensa riqueza que robó a su pueblo para garantizarse un exilio dorado. Hasta pudo regresar a su tierra, en 2011, y morir allí impune tres años después. En cambio, en 1991 y 2004 dos golpes cortaron las experiencias de gobierno popular y democrático del teólogo de la liberación Jean-Bertrande Aristide.
Cíclicamente, Haití experimenta catástrofes definidas como naturales, aunque en realidad tienen que ver con un modelo socioeconómico y un Estado fallidos, con una población dopada por los mecanismos de la cooperación internacional y domada por la represión violenta, y finalmente con un control neocolonial, mediante la ocupación militar de la Misión de Estabilización de la ONU, la Minustah.
Los huracanes Gustav y Hanna en 2008; el terremoto del 12 de enero de 2010 y la epidemia de cólera, que fue provocada en 2011 por el contingente nepalés de los cascos azules y ha producido 10 mil muertes y 700 mil contagios, son fenómenos de envergadura que se volvieron tragedias humanas mayores debido a la debilidad institucional, a la falta de soberanía y al paternalismo foráneo hacia los haitianos.
Tras el terremoto, el imaginario creado por los medios mainstream fue el de un país ingobernable y violento, aunque realmente sus tasas de homicidios eran y son entre las más bajas de toda América y, después del sismo, la capital Puerto Príncipe estaba bajo shock, destrozada, pero relativamente segura e, incluso, disciplinada. En Europa se repite obsesivamente que es el país más pobre del continente, un retazo de África en emergencia permanente, para buscar fondos y engrasar el mecanismo de los apoyos humanitarios que, sin embargo, casi no llegan a las asociaciones locales, sino a las multinacionales de la solidaridad. De los 11 mil millones de dólares de ayudas prometidos en 2010, ni la mitad han sido gastados y los proyectos aprobados son en muchos casos de dudosa utilidad social, al responder a los intereses del capital extranjero inversionista que se está dividiendo el negocio de la reconstrucción.
Las víctimas oficiales del reciente huracán Matthew son más de 500, pero otra vez asistimos al macabro espectáculo mediático de cifras hinchadas, dirigidas más a mover los bolsillos de países y grupos de donantes que a explicar las causas estructurales y las responsabilidades del desastre. Los azotes de la naturaleza pueden ser tremendos, pero en Cuba o en Japón no provocan daños humanos mayores, mientras en Haití sí. El hacinamiento habitacional y la erosión del suelo por la deforestación son factores humanos y económicos que engrandecen el problema. A esto se suma el jaque político. En 2015 hubo unos comicios fraudulentos y el despertar del movimiento social contra la imposición de un presidente oficialista: Jovenel Moïse. Pese a todo, la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos avalaron descaradamente el proceso electoral que, finalmente, fue anulado y se va a repetir en noviembre.
Las metáforas de las ayudas selectivas y la República de las ONG bien enmarcan la situación de pulverización del sector de la cooperación, cuyos fondos son codiciados por unas 10 mil organizaciones que proveen servicios de todo tipo ante el desmantelamiento del Estado. Baste mencionar que 95 por ciento de la educación está en manos de particulares, iglesias y asociaciones.
Hay otras metáforas que arrojan una imagen inmediata de los hechizos vudús neocoloniales contra Haití. La industria del hambre, por ejemplo, describe un negocio redondo por el cual el gobierno estadunidense subvenciona a sus cultivadores y les compra cereales que acaban siendo distribuidos en Haití por ONG. Esto ha cambiado la dieta de los haitianos y ha afectado la producción local. Finalmente, las fábricas del sudor (sweatshops), en que a los trabajadores les pagan menos de 50 centavos de dólar la hora; el turismo sexual; los enclaves hoteleros y los cruceros de la indiferencia, de donde bajan a visitar las costas haitianas hordas de ricos de todo el mundo, constituyen opciones dramáticas y neoesclavistas dentro del mercado laboral haitiano.

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