Immanuel Wallerstein
Durante los últimos 10
años, si no es que más, el escenario global ha sido miserable. El mundo
está inundado de guerras, grandes y pequeñas, que transcurren sin cesar y
parecen imparables, por horrendas crueldades acerca de las cuales
alardean los perpetradores, por ataques deliberados en las llamadas
zonas seguras. En este infierno en la tierra hubo tan sólo una luz
brillante. Lo que desde 1948 se llamó la violencia en Colombia, parecía
haber llegado a su fin.
La lucha tomó forma desde 1964, en un intento de derrocar al gobierno
por parte de un grupo guerrillero campesino llamado Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC). El movimiento enfrentó la fiera
oposición del gobierno, con el respaldo activo de Estados Unidos. Además
hubo asesinas fuerzas paramilitares de derecha, las cuales contaban con
el apoyo incondicional del gobierno.
Lo que se hizo aparente en los últimos 10 años es que ningún bando
podía obtener una victoria militar contundente. El empantanamiento y la
fatiga combativa que siguió condujeron a cada bando a reconsiderar su
posición de todo o nada y a entrar en negociaciones políticas. ¿Cómo
ocurrió esto?
Del lado gubernamental, un nuevo presidente fue electo en 2010. Él se
llama Juan Manuel Santos, heredero de una aristocrática familia de
terratenientes y ultraconservador en su política. Bajo la presidencia
previa de Álvaro Uribe había sido el ministro de Defensa. Como tal
encabezó una gran ofensiva para barrer a las FARC. Sin embargo, era
realista y, una vez electo presidente, buscó negociaciones secretas con
las FARC.
Del lado de las FARC ocurrió una sucesión de hechos en paralelo. El
número de zonas en las que las FARC tenían un control militar de facto
se había reducido. Dos líderes sucesivos habían sido asesinados. Su más
reciente líder, Rodrigo Londoño, conocido por su guerrilla con el
nombre de Timochenko, era también un realista y también buscó la
negociación.
Las negociaciones secretas condujeron a un anuncio en octubre de
2012: habían llegado al punto de acordar un marco para la discusión.
Convinieron reunirse en La Habana con el patrocinio conjunto de los
gobiernos de Cuba y Noruega, y con el respaldo adicional de Chile y
Venezuela. Estas negociaciones fueron largas y difíciles, pero se arribó
(uno por uno) a compromisos en seis puntos importantes. Por tanto, el
gobierno colombiano y las FARC firmaron públicamente un acuerdo el 26 de
septiembre de 2016.
Sin embargo, antes de implementar el acuerdo el gobierno colombiano
sometió el acuerdo a un plebiscito. Éste fue idea de Santos, quien
sintió que una paz verdadera requería la legitimación de un voto
popular. Las FARC pensaron que era una mala idea, pero no obstruyeron la
votación.
El presidente previo, Álvaro Uribe, quien se había opuesto a
cualquier negociación desde el principio, encabezó el llamado a votar
por el No. Las encuestas indicaban una fácil victoria del voto por el Sí. No obstante, en el plebiscito del 2 de octubre el sufragio por el No obtuvo una victoria con 50.2 por ciento –estrecho margen. Colombia y el mundo han estado atónitos desde entonces.
¿Por qué estaban tan equivocadas las encuestas adelantadas? Puede
haber habido muchos factores. Algunas personas pueden haber mentido a
los encuestadores, no queriendo admitir estar en oposición al acuerdo de
paz. Algunos votantes por el Sí pudieron haber sido flojos y no se molestaron en sufragar, porque las encuestas indicaban que habría una victoria fácil del Sí. El mal tiempo inesperado pudo haber hecho difícil el voto en algunas áreas rurales pro FARC. Y tal vez algunos votantes del Sí,
dudosos, hayan tenido temores de último minuto en torno a permitir que
las FARC entraran en el proceso político. Sólo 37 por ciento de los
votantes elegibles emitieron su sufragio.
Sea cual fuere la explicación, el proceso completo de paz ha
quedado de cabeza. Para Colombia, la cuestión es: ¿qué sigue? Álvaro
Uribe dice que él no discutirá nada con las FARC. Insiste en que el
gobierno de Santos se retracte de dos concesiones clave a la guerrilla.
Una tiene que ver con la tolerancia extrema hacia la violencia anterior
de los líderes de las FARC. La segunda tiene que ver con una garantía a
ese grupo para contar con escaños sin votación en las siguientes dos
legislaturas, propuesta que permitiría que unas FARC reorganizadas
entraran al proceso político legítimamente.
Las FARC son menos intransigentes. Dicen que están dispuestas a
reanudar las negociaciones con el gobierno de Santos. Y el gobierno
claramente está inseguro de cómo (o en torno a qué) puede hablar con
Uribe, por un lado, y con las FARC, por otro.
En esta situación confusa el Comité Noruego del Premio Nobel entró al
escenario al otorgar a Santos el premio de la paz el 7 de octubre.
Primero la decisión se hizo antes del plebiscito. El premio, por tanto,
fue un logro que de hecho no se había culminado. El premio reflejaba el
sentimiento generalizado por todo el mundo.
En segundo lugar éste es un premio pensado para Santos solo y no para
su contraparte en la negociación: Londoño. Esto es muy inusual. En las
otras seis ocasiones, desde 1945, en que se ha otorgado un premio por un
acuerdo de paz, siempre se otorgó conjuntamente a la figura que
encabeza cada parte. ¿Acaso el Comité Noruego del Nobel dudó de incluir a
Londoño porque sintió que era un asunto demasiado delicado? No habría
sido más molesto para alguna gente que otorgar un premio a Arafat en
1994 o a Henry Kissinger en 1973.
¿Será que el premio a Santos fortalece su mano? Un poco, pero no
puedo imaginar que Uribe esté dispuesto a hacer concesiones serias ahora
que ganó el plebiscito. Las FARC parecen más dispuestas a discutir el
asunto. Y para complicar las cosas está el hecho de que otro movimiento
guerrillero más pequeño –el Ejército de Liberación Nacional (ELN)– ni
siquiera ha iniciado negociaciones con el gobierno. Los resultados del
plebiscito refuerzan a aquellos que, dentro del ELN, están contra
cualquier negociación.
Francamente, no pienso que el acuerdo de paz pueda salvarse. La
excepcional luz brillante en Colombia se ha extinguido. Colombia es
ahora como todas las otras áreas de conflicto interminable. Así que le
digo a Santos y a Londoño: buen intento, pero no lo lograron. La caótica
situación del mundo continúa sin cesar en lo que, les recuerdo, es la
lucha que decidirá el sistema sucesor del sistema capitalista que ahora
está en crisis sistémica.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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