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Por Yeilén Delgado Calvo
Cada 28 de octubre los niños cubanos lanzan flores al mar en honor a Camilo. Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate. |
Así habla quien siente lo que dice, quien le pone a las palabras el
pecho, la angustia, la esperanza; pero entonces era muy pequeña para
entenderlo. Solo sabía que aquella voz algo ronca me emocionaba, y
mientras desde los altoparlantes se escuchaba a Camilo recitar los
versos de Bonifacio Byrne, yo me apretaba contra el costado de mi papá y
sujetaba bien fuerte, aunque me pinchara, la rosa arduamente
conseguida, porque todos los niños ansiaban su flor, y los jardines
quedaban desprovistos.
Llegábamos a la costa y las olas me salpicaban los zapatos, quería
acercarme más: no había nada más triste que ver a la flor presa en el
“diente de perro”, sin flotar junto al resto. Si sucedía eso, a pesar de
que los adultos consolaran diciendo que luego subiría la marea y a
Camilo le llegaría el regalo de la pionera, una lágrima se escapaba.
Camilo con Raúl Castro. |
Ese día de octubre no quería dar clases de Matemática ni de Español,
sino que me contaran más del joven simpático, un poco flaco, de barba y
sombrero, que nos miraba desde las láminas; y que me volvieran a
explicar cómo se cayó en el mar su avioneta. Siempre, tras el relato,
fantaseaba que aparecía, que había estado perdido en una isla; no lo
veía volver viejo, tenía el mismo pelo negro y la sonrisa.
Así Camilo fue una leyenda de mi infancia, un héroe mítico, y lo
quise porque en la escuela y en casa me decían que era –así, en
presente– un muchacho bueno, valiente, que protegía a la Patria y era
amigo del Che.
Fidel y Camilo en la Sierra Maestra. |
Ya el amor estaba sembrado. Después, cuando llegaron las clases de
Historia, los libros y la vida, aprendí que los héroes distan de ser
perfectos y la sacralización tiende a arrebatarnos lo más genuino de su
legado. A pesar de ello, la imagen de Camilo no se melló, se hizo menos
ideal pero más humana; tal vez por eso, cuando no soy una niña y me
restan escasos años para cumplir su edad cuando murió, aún está conmigo.
El Camilo que acompaña mis pasos no se avergüenza de sus defectos ni
de sus impulsos, aunque comprende que madurar es imprescindible. Se
enorgullece de la cubanía, de la pelota, los amigos, las bromas, es
capaz de lograr una confesión usando un esfigmómetro como detector de
mentiras. Sabe que trabajar supone el único camino honrado, y que
sentado al borde del camino nada se logra.
Con el Che. |
Camilo me dice que la audacia vale mucho, y la inconformidad otro
tanto, mas sin lealtad se quedan vacías. Que ser joven es ser alegre,
arriesgado, desafiar la autoridad supuesta, bailar, enfermarse del
hartazgo después del hambre prolongada; y nadie por ello tiene el
derecho de declarar la irresponsabilidad, porque ese mismo joven puede
latir en la frecuencia de su tierra que “cueste lo que cueste, tiene que
ser libre”, y con devoción bajar a Dos Ríos para ponerle flores y una
bandera al Apóstol, o cubrir con su cuerpo una ametralladora para
salvarla del fuego enemigo, aunque implique el balazo en el abdomen.
Camilo. |
Él me enseña el compromiso y la humildad. El Camilo Comandante era el
mismo Camilo mandadero y aprendiz de sastre, enamoró a un pueblo porque
no asumía imposturas: quien se autoproclama grande, hace rato extravió
la grandeza en algún trillo.
No llegó a los treinta y se sembró en Cuba, ¡y aún hay quien mira con
sospecha a los que no lucimos canas! Este octubre le llevaré su flor, y
aunque ya me alcanza la fuerza en el brazo para que mi ofrenda flote
sobre el agua, sentiré la misma cosquilla en el estómago cuando escuche
su voz, grabada pero viva. Camilo me habla, nos habla, y esa emoción
recuerda que aún hay mucho por lo que luchar.
(Tomado del Blog “De Lupas y Catalejos“)
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