David Brooks
La Jornada
Todo indica que Hillary Clinton ganará la elección presidencial el 8 de
noviembre, en una jornada histórica al ser la primera mujer que
llegaría a la Casa Blanca; sin embargo, el ambiente no se siente igual
de festivo como cuando ganó por primera vez Barack Obama. A poco más de
dos semanas de los comicios en Estados Unidos, los dos candidatos
continúan sus campañas. En las imágenes, de ayer, Donald Trump
(republicano) saluda a partidarios en la ciudad de Naples, en Florida, y
su rival demócrata hace lo propio en Charlotte, Carolina del NorteFoto Afp
Qué ambiente más
extraño. Todo indica que Hillary Clinton ganará la elección presidencial
el 8 de noviembre, y, tal vez más importante, que Donald Trump será
derrotado. Sin embargo, no se siente como que hay algo que festejar. Es
más una sensación de alivio, pero sin grandes expectativas, ni
esperanzas. Muy diferente de lo que fue con Barack Obama en su primera
elección. Es histórico –la primera mujer en llegar a la presidencia de
la última superpotencia–, pero ni eso genera gran entusiasmo.
No se sabe qué está a la vuelta, pero no se siente que haya habido un
gran triunfo ni nada. Fue más bien un escape de lo peor para seguir en
lo mismo.
Entre los jóvenes hay un murmullo inteligente, pero no hay gritos
colectivos de alegría. Querían algo más, muchos se atrevieron a soñar
que otro Estados Unidos es posible. La campaña de Clinton les ofrece a
Katy Perry y Miley Cyrus, entre otros, para intentar captar su voto.
Merecen algo más.
Si se da el resultado pronosticado, si no hay grandes sorpresas o
algo que descarrile la maquinaria, habrá ganado la élite dominante
después de casi dos años durante los cuales la mayoría de este pueblo
expresó abierta y explícitamente que desea un cambio y que no confía en
las cúpulas políticas, pero está por ganar la reina del establishment. Hay
alivio de que, al parecer, el monstruo anaranjado volverá a su jaula
dorada, sus campos de golf, sus hoteles, y que no regresará a la arena
electoral. Desde ahí, con el resto del uno por ciento, continuará
ejerciendo tal vez aun más poder que como político, ya que él mismo dijo
–y en gran medida eso está comprobado– que los políticos son títeres de
multimillonarios como él.
No se sabe qué se asomará a la vuelta. Algunos creen que las fuerzas más oscuras desencadenadas por la estrella del reality show no aceptarán su derrota en las urnas, desconocerán la legitimidad de un gobierno encabezado por
esa mujer, y podrían pronunciarse
patriotasal hacer algún llamado a la
resistencia(vale recordar que hay más de 300 millones de armas de fuego en manos de ciudadanos privados en este país; o sea, casi suficiente para armar a cada habitante).
Otros dicen que a la vuelta puede que se abra una era liberal, y tal
vez hasta más progresista, como resultado de una serie de fuerzas que se
expresaron en la arena electoral a través de la campaña del socialista
democrático, Bernie Sanders. De hecho, el propio Sanders está convocado a
que sus bases continúen la
revolución políticaque deseaba promover en una administración Clinton.
No es mi revolución política; es tu revolución política, respondió recientemente a una pregunta de sus seguidores sobre cómo continuar lo que él impulso.
Ideas que en algún momento parecían locas y marginales ahora están incorporadas en la Plataforma Nacional del Partido Demócrata, señaló que la mayoría del contenido es lo que su campaña logró insertar. Afirmó que ahora, la lucha es que
se implemente estoobligando a la nueva presidenta a proceder a través de
la movilización, la educación y la lucha.
A la vez, expresiones nuevas de luchas antiguas continuarán
insistiendo en cambios, desde jóvenes inmigrantes, al movimiento de
derechos civiles Black Lives Matter, a la resistencia indígena a la
explotación y destrucción ambiental de sus tierras (este fin de semana,
unos 80 fueron arrestados en la lucha contra un oleoducto en Dakota del
Norte, parte de un gran movimiento de resistencia de los Sioux y decenas
de pueblos indígenas a lo largo y ancho del país, junto con
ambientalistas blancos y Black Lives Matter), como una creciente huelga
de prisioneros nacional y sin precedente en protesta contra la
explotación de su mano de obra y las condiciones que padecen, como
también batallas por el incremento del salario mínimo a 15 dólares/hora,
y la incesante lucha de organizaciones como la Coalición de
Trabajadores de Immokalee para transformar las condiciones en que
trabajan los jornaleros agrarios.
El menosprecio del pueblo por la clase política no es nada nuevo,
pero al llegar a su conclusión este proceso electoral, eso es el aroma a
rancio que se huele por todo el país. Son 30 años de políticas
neoliberales que cualquiera en América Latina conoce demasiado bien, y
para implementarlas se requiere una ofensiva contra las organizaciones
sociales, sobre todo los sindicatos. Eso ha resultado no sólo en
represión económica de millones para generar concentración de la riqueza
sin precedente en casi un siglo, sino también en la represión social.
Las políticas del temor son las más efectivas.
Por eso, ante ello, lo que rescata a muchos, y el mejor antídoto al
ejercicio arrogante del poder y el desprecio al pueblo es la comedia.
Sin los comediantes esta elección general hubiera sido casi
inaguantable. Sus críticas a veces se volvieron noticia, igual de
importante que la opinión de algún experto, y a veces con más filo
periodístico que los medios. Stephen Colbert, la breve y muy bienvenida
reaparición de Jon Stewart, Noah Trevor, quien heredó el Daily Show de
Stewart y otro discípulo de ese programa, el ferozmente chistoso y
atinado John Oliver en su programa semanal en HBO, y la extraordinaria
Samantha Bee, son algunos de los mejores guías, reporteros y analistas
de esta coyuntura política. Y de vez en cuando, el ya muy añejo Saturday Night Live logra recuperar sus viejos méritos satíricos. En sus mejores momentos, rinden honor a Darío Fo.
Pero los comediantes no pretenden tener la respuesta ni pueden
indicar qué podría estar a la vuelta. Aunque los políticos dicen que sí
saben y proponen y prometen lo que harán de aquí en adelante al convocar
a todos a sumar fuerzas para lograrlo, todos saben que esto suele ser
tramposo y hueco. La experiencia lo comprueba. Por lo tanto, nadie se
atreve a pronosticar lo que está a la vuelta.
En una calle de Manhattan frente a un antro se anuncia que tocará una
banda: Los Esperanzados Desesperados. Tal vez esa es la mejor forma de
nombrar lo que se necesita para dar la vuelta en este país.
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