Por: Frei Betto
Antes de que termine octubre la Asamblea General de la ONU votará,
una vez más, la propuesta de terminar con el bloqueo de los EE.UU. a
Cuba, como viene sucediendo desde hace 25 años.
El año pasado, de los 193 países afiliados a la ONU, 191 aprobaron el
fin del bloqueo. Sólo dos votaron en contra: el mismo EE.UU. e Israel.
Es al menos contradictorio que el gobierno norteamericano se haya
posicionado en contra puesto que el presidente Obama es declaradamente
contrario al castigo impuesto a Cuba desde 1962.
La suspensión de dicha medida no depende del Ejecutivo americano sino
que depende del Congreso, dominado ahora por los republicanos. Y hasta
ahora los parlamentarios han preferido postergar el tema.
Estamos por tanto ante una situación mayúscula: el presidente de los
EE.UU. restablece relaciones diplomáticas de su país con Cuba, gracias a
la mediación del papa Francisco, y los congresistas insisten en
mantener la sanción que tantos daños causa a la economía y a la vida del
pueblo cubano.
Por impedir las relaciones comerciales entre ambos países Cuba se ve
obligada a importar productos de mercados más lejanos, encareciendo el
precio del flete. Y no puede adquirir medicamentos ni productos de alta
tecnología fabricados solamente en los EE.UU. El perjuicio se ha
calculado en US$ cien mil millones a lo largo de los últimos 54 años.
Cuando le pregunté a Fidel, en febrero del año pasado, cómo veía él
el restablecimiento de relaciones con el poderoso vecino del Norte, dejó
claro que aún era pronto para celebrarlo. Faltan la suspensión del
bloqueo y la devolución de la base naval de Guantánamo, utilizada hoy
por el gobierno norteamericano como cárcel para supuestos terroristas
secuestrados en todo el mundo por agentes de seguridad de los EE.UU., al
margen de toda la legislación internacional.
Para hacerse una idea de lo que significa el bloqueo -condenado por
los tres últimos papas y por el episcopado de Cuba- basta decir que una
pareja de Nueva York consigue comprar, en una agencia de viajes de la
Quinta Avenida, un boleto de viaje para visitar Irán e incluso Corea del
Norte, pero no para Cuba. El bloqueo lo impide. Los viajes de
norteamericanos a la isla caribeña sólo están permitidos dentro de un
conjunto de excepciones, tales como vínculos familiares, tratamiento
médico, razones religiosas, investigación académica, etc.
En cierta ocasión Gabriel García Márquez viajó de La Habana a Nueva
York y llevó en la maleta una encomienda cubana: obtener el repuesto de
una pieza de una máquina filmadora made in USA fabricada en la época de
1950. Gabo hizo el pedido a la tienda que vende piezas de equipos
antiguos de cinematografía. Registró la numeración de la máquina y quedó
en regresar al día siguiente para saber si se había encontrado tal
repuesto. Sí, figuraba en el almacén, pero le dijeron que no podían
vendérsela, porque sabían que se trataba de un equipo en poder de
cubanos y por tanto la ley del bloqueo vetaba la comercialización.
Tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos
países, y con más de un millón de cubanos residiendo en los EE.UU.,
sólo la insensatez conservadora explica la permanencia de tal sanción.
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