Los análisis sobre la crisis que agita -de manera estructural- el actual sistema capitalista llegan a ser de una esterilidad patética. Mentiras de los medios, políticas económicas antipopulares, olas de privatización, guerras económicas y “humanitarias”, flujos migratorios. El cóctel es explosivo, la desinformación es total. Las clases dominantes se frotan las manos frente a una situación que les permite mantener y reafirmar su predominio. Intentemos entender algo. ¿Por qué la crisis? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuáles son ahora y cuáles deberían ser las respuestas de los pueblos, de las organizaciones y de los movimientos preocupados por un mundo de paz y justicia social? Entrevista con Samir Amin, economista y pensador egipcio sobre las relaciones de dominación (neo)-coloniales, presidente del Foro Mundial de Alternativas.
Raffaele Morgantini
(Investig’Action): Durante varias décadas, sus escritos y sus análisis
nos dan elementos de análisis para descifrar el sistema capitalista, las
relaciones de dominación Norte-Sur y las respuestas de los movimientos
de resistencia de los países del Sur. Hoy hemos entrado en una nueva
fase de la crisis sistémica capitalista. ¿Cuál es la naturaleza de esta
nueva crisis?
Samir Amin: La crisis
actual no es una crisis financiera del capitalismo, sino una crisis del
sistema. Esto no es una crisis en “U”. En las crisis capitalistas
ordinarias (las crisis en “U”) las mismas lógicas que llevan a la
crisis, después de un período de reestructuraciones parciales, permiten
la recuperación. Estas son las crisis normales del capitalismo. Por
contra, la crisis actual desde los años 1970 es una crisis en “L”: la
lógica que llevó a la crisis no permite la recuperación. Esto nos invita
a hacer la siguiente pregunta (que es también el título de uno de mis
libros) ¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en
crisis?
Una crisis en “L” indica el agotamiento histórico del
sistema. Lo que no significa que el régimen vaya a morir lenta y
silenciosamente de muerte natural. Al contrario, el capitalismo senil se
vuelve malo, y trata de sobrevivir redoblando la violencia. Para los
pueblos la crisis sistémica del capitalismo es insostenible, ya que
implica la creciente desigualdad en la distribución de los beneficios y
de las riquezas dentro de las sociedades, que se acompaña de un profundo
estancamiento, por un lado, y la profundización de la polarización
global por el otro. A pesar de que la defensa de crecimiento económico
no es nuestro objetivo, hay que saber que la supervivencia del
capitalismo es imposible sin crecimiento. Las desigualdades con
estancamiento, se convierten en insoportables. La desigualdad es
soportable cuando hay crecimiento y todo el mundo se beneficia, incluso
si ello es de forma desigual. Como en los gloriosos años 30. Entonces
hay desigualdad pero sin pauperización. Por contra, la desigualdad en el
estancamiento se acompaña necesariamente de empobrecimiento, y se
convierte en socialmente inaceptable. ¿Por qué hemos llegado aquí? Mi
tesis es que hemos entrado en una nueva etapa del capitalismo
monopolista, que yo califico la de los “monopolios generalizados”,
caracterizada por la reducción de todas las actividades económicas al
status de facto de la subcontratación en beneficio exclusivo de las
rentas de los monopolios.
¿Cómo evalúa Ud. las respuestas actuales a la crisis por parte de los países y de los diferentes movimientos?
Ante
todo, me gustaría recordar que todos los discursos de los economistas
convencionales y las propuestas que avanzan para salir de la crisis, no
tienen ningún valor científico. El sistema no saldrá de esta crisis.
Vivirá, o tratará de sobrevivir, a costa de destrucciones crecientes en
una crisis permanente. Las respuestas a esta crisis son hasta el
momento, lo menos que se puede decir, limitadas, poco fiables e
ineficaces en los países del Norte.
Pero hay respuestas más o
menos positivas en el Sur que se expresan por lo que se llama “la
emergencia”. La pregunta que surge entonces es: ¿emergencia de qué?
¿Emergencia de nuevos mercados en este sistema en crisis controlado por
los monopolios de la tríada (de los imperialismos tradicionales, de la
tríada Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) o de las sociedades
emergentes? El único caso de emergencia positiva en esta dirección es el
de China que intenta asociar su proyecto de emergencia nacional y
social para su posterior integración en la globalización, sin renunciar a
ejercer el control sobre las condiciones de esta última. Esta es la
razón por la que China es probablemente el mayor oponente potencial a la
tríada imperialista. Pero también están los semi-emergentes, es decir,
aquellos a los que les gustaría serlo, pero que no lo son realmente,
como la India o Brasil (incluso en el tiempo de Lula y Dilma). Países
que no han cambiado nada en las estructuras de su integración en el
sistema mundial, permanecen reducidos a la condición de exportadores de
materias primas y productos de la agricultura capitalista .Son
“emergentes” en el sentido de que registran en ocasiones tasas de
crecimiento no demasiado malas acompañadas por un crecimiento más rápido
de las clases medias. Aquí la emergencia es la de los mercados, no de
las sociedades. Luego están los otros países del Sur, los más
vulnerables, notablemente los países africanos, árabes, musulmanes, y
aquí y allá otros en América Latina y en Asia. Un Sur sometido a un
doble saqueo: el de sus recursos naturales para el beneficio de los
monopolios de la Tríada y los ataques financieros para robar los ahorros
nacionales. El caso argentino es emblemático en este sentido. Las
respuestas de estos países son a menudo por desgracia “pre-modernas” y
no “post-modernas”, como se las presenta: retorno imaginario al pasado,
propuesto por islamistas o cofradías cristianas evangélicas en África y
en América Latina. O aún respuestas pseudo-étnicas que hacen hincapié en
la autenticidad étnica de pseudo-comunidades. Respuestas que son
manipulables y a menudo eficazmente manipuladas, aunque dispongan de
bases sociales locales reales (no son los Estados Unidos quienes
inventaron el Islam o las etnias). Sin embargo, el problema es grave,
por que estos movimientos tienen grandes recursos (financieros,
mediáticos, políticos, etc.) puestos a su disposición por las potencias
capitalistas dominantes y sus amigos locales.
¿Qué
respuestas se podrían imaginar, por parte de los movimientos de la
izquierda radical a los retos planteados por este capitalismo
peligrosamente moribundo?
Una de las tentaciones, que voy
a descartar de inmediato, es que frente a una crisis del capitalismo
global, la respuesta buscada también debe ser global. Tentación muy
peligrosa porque inspira estrategias condenadas al fracaso seguro: “la
revolución mundial”, o la transformación del sistema global desde
arriba, por decisión colectiva de todos los Estados. Los cambios en la
historia nunca se han hecho de esa manera. Han partido siempre de
aquellas naciones que son eslabones débiles en el sistema global; de
progresos desiguales de un país a otro, de un momento al otro. La
deconstrucción se impone antes de la reconstrucción. Esto vale para
Europa por ejemplo: deconstrucción del sistema europeo si se quiere
reconstruir otro posteriormente, sobre otras bases. Debemos abandonar la
ilusión de la posibilidad de “reformas” llevadas a cabo con éxito
dentro de un modelo que ha sido construido en hormigón armado para no
poder ser otra cosa que lo que es. Lo mismo para la globalización
neoliberal. La deconstrucción, llamada desconexión aquí, ciertamente no
es un remedio mágico y absoluto, que implicaría la autarquía y la
migración fuera del planeta. La desconexión llama a la inversión de los
términos de la ecuación; en lugar de aceptar ajustarse unilateralmente a
las exigencias de la globalización, se intenta obligar a la
globalización a adaptarse a las exigencias del desarrollo local. Pero
atención, en este sentido, la desconexión no es jamás perfecta. El éxito
será glorioso si se realizan sólo algunas de nuestras principales
demandas. Y esto plantea una cuestión fundamental: la de la soberanía.
Este es un concepto fundamental que debemos recuperar.
¿De
qué soberanía está hablando? ¿Cree Ud. en la posibilidad de construir
una soberanía popular y progresista, en oposición a la soberanía tal
como fue concebida por las elites capitalistas y nacionalistas?
¿La
soberanía de quién? Esa es la pregunta. Hemos sido acostumbrados a
través de la historia a conocer lo que se ha denominado como la
soberanía nacional, la implementada por la burguesía de los países
capitalistas, por las clases dominantes para legitimar su explotación,
en primer lugar sobre sus propios trabajadores, pero también para
fortalecer su posición en la competición con los otros nacionalismos
imperialistas. Es el nacionalismo burgués. Los países de la tríada
imperialista nunca han conocido hasta el momento más nacionalismo que
ese. Por contra, en las periferias hemos conocido otros nacionalismos,
procedentes del deseo de afirmar una soberanía antiimperialista,
trabajando contra la lógica de la globalización imperialista del
momento.
La confusión entre estos dos conceptos de “nacionalismo”
es muy fuerte en Europa. ¿Por qué? Pues bien, por razones históricas
obvias. Los nacionalismos imperialistas han estado en el origen de dos
guerras mundiales, fuente de estragos sin precedentes. Se entiende que
estos nacionalismos sean percibidos como nauseabundos. Después de la
guerra, la construcción europea ha dejado creer que ayudaría a superar
este tipo de rivalidades, para el establecimiento de un poder
supranacional europeo, democrático y progresista. Los pueblos han creído
en eso, lo que explica la popularidad del proyecto europeo, que sigue
en pie a pesar de sus estragos. Como en Grecia, por ejemplo, donde los
votantes se han pronunciado contra la austeridad pero al mismo tiempo
han conservado su ilusión por otra Europa posible.
Hablamos de
otra soberanía. Una soberanía popular, en oposición a la soberanía
nacionalista burguesa de las clases dominantes. Una soberanía concebida
como un vehículo de liberación, haciendo retroceder la globalización
imperialista contemporánea. Un nacionalismo antiimperialista, por tanto,
que nada tiene que ver con el discurso demagógico de un nacionalismo
local que aceptaría inscribir las perspectivas del país implicado en la
globalización local, que considera al vecino más débil como su enemigo.
¿Cómo se construye pues un proyecto de soberanía popular?
Este
debate lo hemos llevado a cabo varias veces. Un debate difícil y
complejo teniendo en cuenta la variedad de situaciones concretas. Con,
creo, buenos resultados, especialmente en nuestras discusiones
organizadas en China, Rusia, América Latina (Venezuela, Bolivia,
Ecuador, Brasil). Otros debates han sido aún más difíciles,
especialmente los organizados en los países más frágiles.
La
soberanía popular no es fácil de imaginar, porque está atravesada por
contradicciones. La soberanía popular se da el objetivo de transferir un
máximo de poderes reales a las clases populares. Estos pueden ser
tomados en los niveles locales, pudiendo entrar en conflicto con la
necesidad de una estrategia a nivel del Estado. ¿Por qué hablar del
estado? Porque nos guste o no, se continuará viviendo bastante tiempo
con los Estados. Y el Estado sigue siendo el principal lugar de decisión
que pesa. Aquí está el fondo del debate. En un extremo del abanico del
debate, tenemos a los libertarios que dicen que el Estado es el enemigo
con el que se debe luchar a toda costa, y que se debe actuar fuera de su
esfera influencia; en el otro extremo tenemos las experiencias
nacionales populares, especialmente las de la primera ola del despertar
de los países del Sur, con los nacionalismos antiimperialistas de
Nasser, Lumumba, Modibo, etc. Estos líderes han ejercido una tutela
verdadera sobre sus pueblos, y pensado que el cambio sólo podía venir
desde arriba. Estas dos corrientes han de dialogar, comprenderse para
construir las estrategias populares que permitan auténticos avances.
¿Qué
se puede aprender de aquellos que han podido ir más lejos, como en
China o América Latina? ¿Cuáles son los márgenes que estas experiencias
han sabido aprovechar? ¿Cuáles son las fuerzas sociales que son o
podrían ser favorables a estas estrategias? ¿Por qué medios políticos
podemos esperar movilizar sus capacidades? Estas son las preguntas
fundamentales que nosotros, los movimientos sociales, los movimientos de
la izquierda radical, militantes antiimperialistas y anticapitalistas,
debemos preguntarnos a nosotros mismos y a las que hay que responder,
con el fin de construir nuestra propia soberanía, popular, progresista e
internacionalista .
Traducido por Carles Acózar Gómez para Investig’Action
Fuente: Investig’Action
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