Con Nuestra América
Adital
La
sociedad salvadoreña no olvida a los jesuitas de la UCA.
En
El Salvador no ha sido posible juzgar a los asesinos directos de los
jesuitas que fueron asesinados en aquella noche de 1989, pero desde
el 2009 la Audiencia Nacional de España anunció que investigaría
la masacre, y hoy está logrando que se ponga en marcha el proceso de
extradición de 17 militares para que sean juzgados en ese país.
Por
Rafael Cuevas Molina*
En
noviembre de 1989, en el fragor de la ofensiva que el Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) llevaba a cabo
sobre San Salvador, miembros del Batallón Atlacatl del Ejército
salvadoreño entraron por la noche en las instalaciones de la
Universidad Centroamericana (UCA) y asesinaron
a 8 personas, cinco de ellas jesuitas de nacionalidad española,
algunas de las mentes más lúcidas de América Latina de aquellos
tiempos.
Era
un período de violencia demencial. En
el mismo El Salvador, apenas seis años antes, había sido asesinado
en el púlpito mismo en donde decía misa Monseñor Oscar Arnulfo
Romero,
a la sazón arzobispo de San Salvador.
Era
la violencia represiva de un régimen que sentía que sus días
estaban contados en una Centroamérica en la que, en Nicaragua, se
había logrado derrocar al dictador Anastasio Somoza y se intentaba
construir, a pesar del acoso de la contra revolución armada y
financiada por Ronald Reagan, una sociedad socialista.
Los
asesinatos de los jesuitas y de monseñor Romero no son más que los
casos más conocidos internacionalmente de cristianos asesinados a
mansalva en El Salvador. Pero lo cierto es que los estos fueron un
blanco privilegiado de la represión gubernamental que se llevó por
delante a sacerdotes, catequistas y miembros laicos de las
comunidades eclesiales de base que habían surgido como hongos en
todo el territorio nacional.
De
forma similar a lo que sucedió en Nicaragua, en
El Salvador las bases sociales del movimiento revolucionario tenían
un fuerte componente de cristianos que interpretaban el cristianismo
desde la óptica de la Teología de la Liberación.
Organizados
en las Comunidades Eclesiales de Base, que de alguna forma replicaban
las formas de organización clandestina de las organizaciones
revolucionarias, la
población encontró en esta forma de entender el mensaje de Cristo
una articulación entre su fe, sus sufrimientos cotidianos y una
posible vía de liberación. Veían
que no había contradicción entre una de las dimensiones centrales
de su cultura, el cristianismo, y su realidad marcada por la
explotación y el abuso.
Por
primera vez, representantes
de esa Iglesia que siempre había estado con los detentores del poder
y la riqueza, estaban de su lado.Era por eso que, en Nicaragua, una de las consignas más socorridas
de aquellos años era: "entre cristianismo y revolución, no hay
contradicción”.
Esta
conjunción entre religión y práctica política le dio al
movimiento revolucionario una fuerza descomunal que por sí solo
seguramente no habría logrado alcanzar. Y fue precisamente por ello
que el cristianismo católico y los cristianos católicos se
transformaron en objetivo de guerra.
La
lista de sacerdotes asesinados es larga, entre ellos Rutilio Grande,
Alfonso Navarro, Ernesto Barrera, Octavio Ortíz, Rafael Palacios y
Alirio Napoleón Macías,
solo para mencionar algunos. Y fue también en ese contexto que como
contraofensiva ideológica desde los Estados Unidos se promovió la
penetración del pentecostalismo.
En
El Salvador no ha sido posible juzgar a los asesinos directos de los
jesuitas que fueron asesinados en aquella noche de 1989, pero desde
el 2009 la Audiencia Nacional de España anunció que investigaría
la masacre, y hoy está logrando que se ponga en marcha el
proceso de extradición de 17 militares para que sean juzgados en ese
país.
Es
una lástima que no hayan podido ser los mismos salvadoreños los que
juzgaran y castigaran a estos asesinos, pero las circunstancias de la
posguerra no lo han permitido. De poder llevarse a buen término el
juzgamiento, estará dándose un paso más en el saneamiento que
tanto están necesitando las sufridas sociedades centroamericanas,
hoy inmersas en otro tipo de violencia que es, sin embargo, heredera
de esa etapa de su historia.
*Presidente
de la Escuela Popular AUNA-Costa Rica
Fuente:connuestraamerica
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