Adolfo Gilly
Periódico La Jornada
Ala mitad del año 1965, Camilo Torres lanzó en Bogotá el periódico Frente Unido,
vocero de una nueva organización, el Frente Unido del Pueblo. Desde un
principio, el Frente Unido se declaró ajeno a la participación electoral
en el sistema político oligárquico existente en Colombia y anunció su
propósito de organizar a los campesinos, los trabajadores y el pueblo
pobre y oprimido. En la primera edición, el 26 de agosto de 1965,
apareció un
Mensaje a los cristianosde Camilo Torres, primero de una serie de mensajes donde fue delineando y explicando sus ideas, sus razones y sus objetivos.
Entre agosto y noviembre de ese año, Frente Unido publicó
otros ocho mensajes de Camilo dirigidos a distintos sectores de la
nación colombiana: a los comunistas, a los militares, a los
sindicalistas, a las mujeres, a los estudiantes, a los desempleados, a
los presos políticos y a la oligarquía.
La serie se cerró cuando Camilo Torres decidió sumarse a la lucha guerrillera. En enero de 1966 lanzó una
Proclama al pueblo colombianodonde explicaba sus razones para incorporarse al Ejército de Liberación Nacional encabezado por Fabio Vázquez Castaño. Un lector atento puede advertir un marcado cambio de estilo entre este documento y los ocho mensajes anteriores. Pero aquí se cierra la serie y más no sabemos.
Camilo Torres Restrepo murió hace hoy 50 años en su primer
enfrentamiento armado con el ejército. No estaba preparado, aún no sabía
de fusiles ni emboscadas. Tal vez le urgía dar testimonio de su empeño
ante si mismo y ante sus compañeros que no supieron protegerlo. Era el
15 de abril de 1966. Nacido el 3 de febrero de 1929, apenas había
cumplido los 37 años de su edad, que en ese entonces era también la mía.
Su
Mensaje a los cristianoses tal vez el más revelador y el más sentido de la serie sucesiva. Hablaba a los suyos y, a su manera, a aquel que Camilo llamaba su
Patrón. Aquí está su texto, homenaje y recuerdo.
A.G. – Ciudad de México, 15 de febrero de 2016
§
Las convulsiones producidas por los acontecimientos políticos,
religiosos y sociales de los últimos tiempos posiblemente han llevado a
los cristianos de Colombia a mucha confusión. Es necesario que en este
momento decisivo para nuestra historia los cristianos estemos firmes
alrededor de las bases esenciales de nuestra religión.
Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. «El que ama a
su prójimo cumple con su ley.» (San Pablo, Romanos XIII, 8). Este amor,
para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia,
la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda,
lo que se ha llamado «la caridad», no alcanza a dar de comer a la
mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni
a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios
eficaces para el bienestar de las mayorías.
Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que
tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las
minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que
haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los
capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país
en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos
los días, los que tienen el dinero y tienen el poder nunca van a
prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la
devaluación.
Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas
para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo
esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las
minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es
la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista
al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de
caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y
transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de
nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino
obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y
amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que «no haya autoridad
sino de parte de Dios» (San Pablo, Romanos XXI, 1). Pero Santo Tomás
dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.
Cuando hay una autoridad en contra del pueblo, esa autoridad no es
legítima y se llama tiranía. Los cristianos podemos y debemos luchar
contra la tiranía. El gobierno actual es tiránico porque no lo respalda
sino el 20 por ciento de los electores y porque sus decisiones salen de
las minorías privilegiadas.
Los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. La
Iglesia es humana. Lo importante es creer también que es divina y que si
nosotros los cristianos cumplimos con nuestra obligación de amar al
prójimo, estamos fortaleciendo a la Iglesia.
Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado
de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al
prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en
el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada
contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa
si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo: «Si traes
tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo
contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (San Mateo
V, 23-24).
Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de
que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo.
La lucha es larga, comencemos ya…
Bogotá, Camilo Torres, 26 agosto 1965
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