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viernes, 26 de febrero de 2016

Breve historia ambiental de Ibagué: aproximaciones al debate de la consulta popular sobre explotaciones mineras

Alexander Martínez Rivillas (**)

El actual territorio de Ibagué ha experimentado varias “fiebres del oro”: la colonia

temprana vio nacer el distrito minero de “La China”; la colonia ya consolidada

desató la explotación de oro aluvial de los ríos Coello y Combeima, especialmente;

la segunda mitad siglo XIX vio el surgimiento de explotaciones del mineral en las

escasas vetas de la cuenca del Combeima; y desde los recientes años noventa se

asiste a una nueva oleada de picadrereros, buhoneros y tramitadores de títulos

mineros en todas las zonas de vertiente del municipio, los cuales exigen una

especie de propiedad nobiliaria sobre los recursos. En este arriesgado balance de

500 años, los impactos fueron básicamente dos: la destrucción de los estilos de

vida campesinos dedicados a la actividad agroalimentaria, y la contaminación de

fuentes de agua y suelos con azogue o mercurio. 

Pero las transformaciones del paisaje natural obedecieron a factores aun más

perturbadores. Desde la colonia temprana hasta principios del siglo XIX, Ibagué se

encontraba densamente poblada de arbóreos de palma de vino y palma chonta,

venados, pumas, nutrias, dantas, águilas cuaresmeras, osos de anteojos, “perros

de monte”, titíes, guatines, gurres, peces de aguas frías aún desconocidos, por

mencionar solo algunos. Por otro lado, los ricos humedales de la mesa de Ibagué,

ofrecían el espectáculo de una variopinta herpetofauna y una rica población de

caimanes, sin mencionar la enorme diversidad de aves que ayudaron a sobrellevar

el viaje de Humboldt cuando pasó por estas tierras.

En este periodo colonial, los principales causantes de la pérdida de esta riqueza

natural fueron dos esencialmente: el primero, la introducción de ganaderías

ibéricas, particularmente el “orejinegro”, que exigió la potrerización agresiva de las

zonas planas del municipio, y en algunas zonas de influencia de las distintas

ramificaciones del Camino del Quindío, especialmente en sus pisos templados. Y

el segundo, la cacería infame que se cebó sobre los “animales de monte”, la cual

disminuyó de manera crítica sus poblaciones, no solo con el fin de suplir la dieta

de una sociedad rural rápidamente aculturada por el doctrinero y el terrateniente

en la visión destructiva del ambiente, sino también motivada por la búsqueda de

otras fuentes de ingresos de campesinos pobres, los cuales cazaron masivamente

nuestros “animales exóticos”, especialmente cóndores, según testimonio del

propio Caldas en su Semanario. 

Durante el siglo XIX, Ibagué experimentará una masiva destrucción de sus

bosques de montaña por la introducción paulatina del café, y el establecimiento de

parcelas de campesinos pobres que fueron expulsados del Viejo Caldas y

Cundinamarca por el régimen hacendatario. Del mismo modo, la demanda de

“carne de monte” por parte de los colonos aceleró la pérdida de la fauna natural, y

la potrerización sin control de amplias zonas de pisos templados y fríos, condujo a

la destrucción de buena parte de la palma de cera del territorio ibaguereño para

finales de siglo. En efecto, los impactos ambientales mencionados se fueron

amplificando desde los Caminos del Quindío hasta las zonas más inaccesibles de

la montaña.   

Cuando se ingresa al siglo XX, el espacio natural del municipio se encuentra

completamente transformado, con algunas zonas intocadas por su topografía

agreste. Incluso, los páramos, que por apreciaciones de Humboldt pudieron

descender amplia y densamente a los 3200 msnm en el siglo XVIII, habían

retrocedido por efectos antrópicos, principalmente, a los 3800 msnm para la

primera mitad del siglo XX.

Así las cosas, a mediados del siglo XX se tendrá el siguiente panorama ambiental:

las palmas habían desaparecido de la mesa de Ibagué, y casi toda la fauna

silvestre se encontraba seriamente diezmada. El espectáculo de las águilas

cuaresmeras que cubrían el cielo en el cañón del Combeima también empezó a

desaparecer. La trucha colonizó las fuentes gélidas destruyendo buena parte de

nuestras especies endémicas. Las nutrías se extinguieron, el puma y el oso

dejaron de transitar sus bosques, y la Revolución Verde contaminó las aguas y los

suelos en las dos situaciones extremas: acidificación y salinización.

Las nuevas pasturas africanas, como el kikuyo, el orchoro y el puntero, invadieron

el antiguo paisaje natural de nuestros valles bajos e intramontanos, con el fin de

suplir las altas demandas de biomasa de las nuevas ganaderías introducidas.

Finalmente, las coberturas de café impactaron gravemente la diversidad de aves,

llegando incluso a la desaparición de toches y copetones en varias veredas de

pisos templados.

Para principios del siglo XXI los cambios en la oferta hídrica y la temperatura

ambiental son realmente preocupantes. El río Coello pasó de tener 4.5 metros de

profundidad en verano (para 1801 en el antiguo paso de Coello-Gualanday) a 1

metro en el mismo sitio medido en un estiaje de 2012. Los ríos Combeima y

Cocora han perdido en los últimos 60 años un 50% del caudal promedio.

Manifestaciones directas del impacto que ha generado la deforestación sostenida

desde la Colonia hasta nuestros días. Ciertamente, con los datos más antiguos

disponibles, hemos calculado tasas de deforestación para el periodo 1959-2011 de

330 has/año. 

En lo relativo a la temperatura, el impacto de la pérdida de humedales y bosques

en la mesa de Ibagué se puede evidenciar en los registros históricos de la

Estación Buenos Aires. Desde sus primeras mediciones, la temperatura promedio

anual pasó de 24 a 28 °C en un periodo de ochenta años. Lo que en efecto generó

el aumento de la temperatura del suelo arrocero y del pie de monte ibaguereño.

De hecho, para los años cincuenta del siglo XX, la vereda El Totumo gozaba de

una importante producción cafetera. Y en el actual contexto de cambio climático,

es realmente lamentable que no tengamos estos disipadores naturales de calor.  

      

Actualmente, y a pesar de esta apretada historia ambiental sobre los destructivos

impactos generados por la actividad productiva del municipio en los últimos cinco

siglos, nuestro territorio sigue ofreciendo al mundo importantes valores ecológicos.

Después de consolidar una enorme cantidad de datos disponibles y adicionar

registros nuevos, podemos decir con certeza que Ibagué cuenta con una oferta

hídrica superficial de más de 30.000 litros por segundo. En su montaña, registra

más de 521 especies de aves, 34 especies de peces, 30 especies de mamíferos,

260 especies y familias de herbáceas y arbustivos, y 184 especies de arbóreos. Y

en la mesa ibaguereña, cuenta con más de 242 especies de aves, 48 especies de

peces, 15 especies de mamíferos, 38 especies y familias de herbáceas y

arbustivos, y 57 especies de arbóreos. Toda ellas desarrollando una vida silvestre

a plenitud.

Este verdadero patrimonio ambiental para la humanidad, que en apenas 1500 Km2

contiene diversidades que dejarían pasmada a cualquier persona sensible con los

problemas socioambientales, no solo debe llamarnos a votar contra los usos

mineros intensivos en Ibagué, sino también a aceptar que este territorio no puede

seguir destruyendo su riqueza natural, pues es evidente que las tendencias

históricas de los usos irresponsables del ambiente deben ser reversadas o por lo

menos congeladas. Una decisión estratégica en esta dirección deberá empezar

por proscribir cualquier uso minero de mediano y alto impacto. 

Finalmente, a los actores promineros, especialmente la Procuraduría y el

Ministerio de Minas, les corresponde demostrar que lo que se ha argumentado

aquí, y en otros valiosos estudios, es producto del “fanatismo ambientalista”. Y si

estos elementos no son suficientes para probar que en el camino hacia la

destrucción del ambiente, Ibagué ya hizo un enorme sacrificio, entonces estamos

enfrentados a verdaderos fanáticos del desarrollismo, que justificados por la

demagogia del “desarrollo sostenible” quieren violar la prevalencia del derecho

constitucional a un “ambiente sano” para todos los ibaguereños de hoy y las

subsiguientes generaciones.

Notas:

(*)  La información histórica y empírica aquí mencionada se extrae del libro de mi

autoría “Descolonizar el ambiente. Saberes y políticas para otro Ibagué”,

Universidad del Tolima, 2015, Ibagué, Colombia, págs. 1-206.

(**) Profesor de la Universidad del Tolima. Grupo de Investigación en Desarrollo

Rural Sostenible.

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