Dilemas latinoamericanos
CELAG
I- Yo
consumo. El pueblo es una operación política, una invención, un
conjunto de actores y ciudadanos, pero también es un universo de
consumidores e individualidades que presionan sobre la política. Que
están ahí, exigiendo ampliar sus posibilidades. La subjetividad
posmoderna, la individuación y su vinculación con el consumo se han
transformado en un problema electoral, y también político. Es un dilema
para todos los gobiernos. El mercado -no solo en su dimensión
compra-venta- se ha metido en la cama de la política. En los últimos
años, el consumo fue incorporado como política pública: ampliar el
mercado interno, el empleo, el salario, etc. Pero poco fue pensado como
condición de la subjetividad posmoderna y global. Como práctica donde se
realiza lo privado y una identidad vinculada a éste. El consumo es el
territorio social de la diferenciación, la jerarquización y un indicador
social del ascenso. El momento de lo privado que acecha a lo público.
El ciudadano-consumidor es un voto en sí mismo.
II-La mayoría de los proyectos de cambio (Venezuela, Argentina, Bolivia,
Ecuador) partieron de un pacto social y económico basado en la lógica
ganar-ganar. La gobernabilidad fue viable –por un tiempo- para los
intereses de todos los actores. El Estado asumió un papel protagónico
reapropiándose de los sectores estratégicos, redistribuyendo la riqueza a
través de políticas públicas activas. Logró incluir a las mayorías
sociales en clave de consumo gracias a la mejora en el empleo y salario.
Mayorías y consumidores se articularon y se expresaron al mismo tiempo.
Una asociación que no siempre va de la mano, sobre todo, cuando los
problemas económicos aparecen y el Estado ya no aparece como
“garantizador” del consumo. Ante coyunturas críticas, la figura del
consumidor demanda lo mismo (a veces más) sin preocupación por el
interés colectivo. Lo general es su enemigo. Emerge un consumidor
liberal que no desea discutir sobre lo estatal ni sobre políticas
gubernamentales. Lo que busca es seguir consumiendo.
III- La demanda interna creció y se democratizó significativamente en estos
años. El mercado interno no pudo de ninguna manera ser satisfecho por el
sector público. Pero la oferta privada nacional tampoco logró ser la
respuesta a este nuevo fenómeno económico inclusivo. Fue imposible
producir internamente al mismo ritmo que lo hacía el consumo interno. El
mercado, sus intereses y actores, se expandió más allá del Estado. Se
multiplicó y tomó su propio rumbo sin posibilidad real de ser gestionado
ni controlado por las políticas públicas. He aquí la nueva cuestión de
época.
IV- Existe una
vida social contemporánea que por momentos no es captada en su
complejidad por los gobiernos. Un poder en ciernes y en transformación,
cuya velocidad muchas veces no puede captarla. La gran avenida del
consumo cobijó a todos aquellos que mejoraron su situación. Les tendió
la mano. Con “lo social” satisfecho, el consumo se volvió la gran madre
de la movilización ascendente.
V- Tras las bambalinas del consumo, se fragua el dilema de época para
estos procesos de cambio. A medida que el Estado recuperaba -por
distintas vías- las divisas, se forjaba una mayor dependencia del
capital privado en el uso de las mismas para importar bienes y
servicios. Cuando la divisa se hizo escasa la política se encontró con
el mercado y con ese mundo privado dispuesto a todo. Mientras tanto, los
consumidores fueron a elecciones y votaron.
VI- En este cambio de época se avanzó en materia de derechos sociales
gracias a todo lo realizado en la esfera pública. Sin embargo, los
gobiernos progresistas no pudieron limitar ni desgastar el consumismo y
su lógica aspiracional. Paradójicamente, su estrategia de integración
fue a través del mismo. Por tanto, se encontraron con el segundo dilema:
aceptar la fuerza globalizadora de la cultura del consumo, mientras
necesitaban limitar las exigencias venidas de los actores
económicos-financieros globales. Este dilema se encuentra en el centro
de la escena gubernamental. Es un proceso que no es considerado por los
ciudadanos en su vida cotidiana. Solo es un dilema para el Gobierno; la
persona consume y se encarga de su vida. Participa en la polis con su
“bolsillo” pero no como un homo consumis sino con la resignificación
política-social de su nueva condición de consumidor/ciudadano. Más allá,
de su inclusión a través del universo de políticas sociales, privilegia
opciones políticas que busquen saciar su propia individualidad y
diferenciación. Esta defensa del “derecho individual de consumo” se
enfrenta con los imaginarios de las políticas que le permitieron gozar
de su condición actual. En momentos de turbulencias económicas, esta
subjetividad puede ser expresada por opciones de derecha, cada vez más
preocupada por la rebelión de “lo privado” y representada en una
discursividad de lo cotidiano que evade e impugna los grandes relatos
hiperideologizados. En el territorio de la subjetividad posmoderna ha
encontrado su votante.
VII - La izquierda debe lidiar con una subjetividad que también le pertenece y
necesita. Deberá “descender” al mundo del individuo y de los actores
para repensar sus prácticas en contextos de intensa globalización.
Tendrá que pensar en el votante y en sus capacidades -siempre mínimas-
de erosionar o reconducir esta subjetividad que puede poner en riesgos
proyectos democratizadores, inclusivos y bienestaristas. La opción de
votar por órdenes decididamente desiguales es una posibilidad que brinda
el mundo contemporáneo y la lógica cultural del consumo. La izquierda
no puede darle la espalda. Le tocará afrontar esta contradicción propia
del proceso de cambio. La clave está en hacerlo creativamente.
Alfredo Serrano Mancilla, Esteban De Gori -- CELAG.
Fuente: http://www.celag.org/consumir-
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