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Por Koldo Campos
Dedicado a Mey.
Y sí, Fidel
es una de las más luminosas referencias de la historia, de las más
dignas, como es Cuba un ejemplo, un gigantesco ejemplo de un pueblo
diminuto, de una isla flotando en el Caribe en las mismas narices del
Imperio. Y saberlo y decirlo es para mí, también, una manera de
agradecérselo.
Nadie en este manicomio en que han convertido al mundo quienes
dictan su destino, disfruta de la cordura de Cuba, de su sensatez y de
su juicio, de su capacidad de lucha, de su vergüenza.
Y todo ello cuando aún sin haber terminado de nacer, ya caían sobre
ella agresiones, calumnias, sabotajes, pestes, invasiones… Y también el
embargo, el aislamiento, el bloqueo… Y también la necesidad de
transformar, solo con el empeño, aquel Casino-Hotel Club en un país,
después de haber sido, en mala hora, descubierta, convertida a la fe y
a la colonia y condenada al monocultivo de un azúcar amargo.
Y Cuba, sin más ayuda que el comercio que durante algunos años tuvo
con la URSS en mejores condiciones que la usura habitual del llamado
mundo libre, reciclando, reutilizando, apelando al ingenio, cuidando lo
que había, cuando andar en Cuba en bicicleta era mofa habitual de
quienes han arruinado el planeta y hoy hasta es impresentable una gran
capital que se tenga por modelo y no estimule el uso de las dos ruedas
sin motor, sin combustible, sin humos, sin ruidos, así es que sigue
Cuba.
Apenas ha pasado poco más de medio siglo sin que se desarmaran
contra Cuba ni amenazas ni agresiones y, cualquiera que sea honesto
convendrá conmigo, en que bastaría cotejar la sociedad cubana con el
resto de islas caribeñas después de más de un siglo de progreso y
desarrollo capitalista en ellas, para apreciar la diferencia.
Todavía mueren en Cuba recién nacidos, pero en mucha menor medida
que en cualquier otro país americano, incluyendo Estados Unidos. Y es
verdad, sí, es verdad, muchos edificios en La Habana, para no hablar de
Santiago, necesitan capas de pintura para sus fachadas, pero cuando
llega la noche no hay indigentes en las calles cubanas buscando un
portal donde pasar la noche, como tampoco hay una niña sin escuela o un
niño sin atención médica.
A diferencia de la democracia mexicana, en Cuba estudiar magisterio
y ejercerlo no cuesta la vida; ni el periodismo, como en Honduras,
provoca la muerte; ni el sindicalismo mata como en Colombia. En Cuba no
se muere de colesterol ni de hambre. En Cuba las artes, la danza, la
pintura, no son malas palabras y el teatro tampoco un acertijo. La
cultura respira, aunque a veces haya que procurársela asistida.
Cuba nunca es noticia porque sus estudiantes protagonicen matanzas
en las escuelas o porque perturbados que siempre actúan solos y al
servicio de nadie le pongan la nota de sangre al día. En Cuba no se
tortura ni se practica ninguno de los tantos eufemismos y proporciones
al uso en Europa y los Estados Unidos, ni aparecen fosas comunes con
cientos de cadáveres, ni sería concebible Guantánamo. Tampoco sus
policías semejan fantasmas cubiertos de escafandras y armados de armas
largas, de perros y caballos. Hasta me atrevería a asegurar que en Cuba
la policía parece gente, ni siquiera llevan pistola.
Durante todos estos años en Cuba se ha ido minando, se sigue en
ello, la xenofobia, el racismo, el machismo, todos las ancestrales
mentiras que nos impiden reconocernos como iguales, y en todas esas
luchas de largo recorrido los progresos de Cuba son notables. Las
comparaciones también ayudarían a entenderlo.
Y, a pesar de las limitaciones, de sus pocos recursos, Cuba ha
impulsado proyectos tan hermosos, (casi iba a decir “cristianos”) como una universidad de medicina
en la que formar gratuitamente a miles de estudiantes latinoamericanos
sin recursos, y escuelas de arte, de cine, gestionadas con los mismos
fines. Y ha tenido arrestos para hacerse presente en África respaldando
los legítimos sueños de pueblos sojuzgados por regímenes racistas o combatiendo el Ébola, o enseñando a leer en muchas patrias americanas, contribuyendo a la salud de pueblos vecinos.
Y ahí sigue trabajando, estudiando, investigando, haciendo
importantes aportes a la salud y educación del mundo y, sobre todo, a
los conceptos más imprescindibles para la humanidad: la solidaridad por
ejemplo. Cuba ha contribuido más que nadie, lo sigue haciendo, al
cuidado de miles de niñas y niños afectados en Chernobil. En el Sahara,
aquella colonia que el Estado español vendió a Marruecos con todo y su
gente a pesar de haber empeñado su palabra y su compromiso con Naciones
Unidas de dejar la República Árabe Saharaui en manos de sus ciudadanos,
pues hay miles de saharauis que son conocidos popularmente como “los
cubanos”, porque fue en Cuba que pudieron crecer, vivir y formarse como
profesionales. Es más el castellano de esos saharauis que estudiaron en
Cuba que el que sobrevivió a la colonia y la traición española.
Buena parte del sistema de salud de Haití ha estado en manos cubanas
mientras el pueblo haitiano espera que le llegue la ayuda económica
prometida de la “comunidad internacional”. La misma que ayer estranguló
a Haití y que hoy extorsiona a Grecia.
Y si, también es verdad, Fidel dijo una vez que no se hace un
paraíso en la falda de un volcán. Yo, más prosaico, agregaría que
alguna vez se rompe un plato, pero que lo sepan los necios a los que
cantara Silvio, yo no voy de una fábula a llorar un responso, ni acepto
un desenlace por una controversia, ni voy por un pecado a ignorar el
Infierno, ni por un desatino transijo una condena, que un funeral
descargue de culpa al cementerio o que una discrepancia culmine en
anatema. Yo no voy de una lágrima a invitar a un sepelio, ni
intercambio aspavientos por pagados aplausos ni divinos naufragios por
humanas tormentas. No voy de un eslabón a hacer una cadena ni me duele
una cruz más que sangra un calvario, ni un rescoldo me inquieta como
alarma un incendio o me aflige una cuenta tanto como un rosario y un
disparo me aturde más que un parte de guerra.
En fin que, gracias Cuba. Te debo mis mejores sueños.
(Tomado de Rebelión)
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