Vía Campesina
Adital
LVC denuncia que los procesos legislativos y de
políticas internacionales, de decisión supuestamente democrática y
ciudadana, están cada vez más dominados por los intereses de las
grandes multinacionales y esto con la complicidad de la clase
gobernante [1]. Además, se constata una creciente criminalización
de los pueblos que luchan por sus derechos y una impunidad
estructural respecto a los crímenes cometidos por esas mismas
transnacionales.
A nivel internacional, regional, nacional y local observamos cada vez más que los marcos legislativos se diseñan, interpretan e implementan adaptándose a los intereses de las grandes empresas y empresas transnacionales, a pesar de la resistencia de los movimientos y organizaciones que abogan por otros caminos y por el bien colectivo. Esto se suma a una falta de transparencia hacia la sociedad civil.
Por
ejemplo, los marcos comerciales internacionales con mecanismos de
protección de inversiones y desregulación del comercio y de la
producción y el abandono de criterios sociales y sanitarios que
queda patente en los actuales TTIP, TPP, CETA, APEs y TISA responden
a las solicitudes de las empresas transnacionales y no a los
intereses de los pueblos.
Se
crea también una confusión permanente entre el rol de las
organizaciones que representan a la sociedad civil y el interés
público y el papel de aquellos que defienden los intereses privados.
Se trata a las multinacionales de la misma manera que organizaciones
de la sociedad civil cuando en realidad no representan a nadie, sólo
buscan el beneficio de sus accionistas. Así se reduce el espacio
público.
También
se crean y apoyan de manera activa entidades mixtas, mesas redondas o
plataformas de múltiples actores compuestos por instituciones
gubernamentales, organismos de investigación, donantes, ONG y
organizaciones civiles donde la autonomía de los movimientos
sociales no está garantizada y mucho menos apoyada. Estos espacios
obligan a diluir las posiciones y ocultan las realidades en el
terreno. Un ejemplo de ello sería la ILC (International Land
Coalition), un organismo que ha contado con un aumento de fondos en
los últimos años y que de manera oportunista se presenta como
organismo de investigación, donante y representante de la sociedad
civil y que, en realidad, trabaja para mitigar los efectos negativos
del acaparamiento de tierras en lugar de acabar con el acaparamiento.
Como
movimiento social de campesino/as, trabajadores agrícolas,
sin-tierra y pueblos indígenas nos enfrentamos a una visión del
mundo reductora y sumamente capitalista basada en paradigmas de
crecimiento a cualquier precio , a un mercado que lo dirige y
resuelve todo y a un desarrollo occidental impuesto.
Este
modelo incluye la privatización y mercantilización de los bienes
comunes y los derechos básicos, como el agua o la alimentación.
Incluye el desdén hacia los movimientos sociales y el culto a la
empresa como único actor "útil” de la sociedad. La caza del
beneficio privado es el factor dominante en la toma decisiones y la
visión del mundo. Se vende una visión patriarcal, capitalista,
individualista y occidental del bienestar lo que nos lleva a la
uniformidad en un mercado global.
En
esta visión se reducen y consideran obsoletos tanto el papel como la
responsabilidad de los Estados. Esto reduce la capacidad de
incidencia y acción por parte de los actores de base.
Se
crean nuevos mercados para, supuestamente, resolver los problemas que
este mismo mercado ha creado. Un ejemplo sencillo de ello son los
mercados de carbono (REDD) que han originado especulación,
deshaucios forzados de comunidades y más contaminación, en lugar de
reducir las emisiones del carbono. Se venden soluciones tecnológicas,
como los transgénicos y los fertilizantes, con una falta de análisis
de los poderes e intereses activos y sin visión a largo plazo. Se
crean mercados de problemas sociales, como los mercados de cadastro
social de los afectados por represas. Aquí mencionamos los
partenariados público-privados donde las empresas reemplazan a los
Estados en construcciones opacas que solo benefician a estas mismas
empresas. La tierra, el agua, las semillas y nuestros territorios,
bienes comunes gestionados por las comunidades, se convierten en
mercancías bajo el dictado del título de propiedad, el patentar la
vida a través de las leyes de la tierra y semillas orquestradas,
desposeyendo a las personas de sus derechos, garantes del futuro del
planeta y de la humanidad.
Se
llevan a cabo iniciativas con el pretexto de "la lucha contra el
hambre en el mundo" con la complicidad de los países
occidentales y con presión sobre muchos estados como la Nueva
Alianza para la Seguridad Alimentaria y Nutrición (Nasan) apoyada
por el G8 o la Alianza para una Revolución verde en África (AGRA)
que se integran insidiosamente en programas de desarrollo agrícola
subregionales y nacionales para imponer un modelo occidental de
agricultura y la introducción de transgénicos, los productos
prohibidos en los países y monopolizar sus recursos naturales como
la tierra y el agua.
Existe
una falta constante de soluciones estructurales y sostenibles, debido
a la presión de mantener un status quo o el miedo a limitar los
beneficios de unos pocos.
Vivimos
un aumento de la criminalización de sindicalistas,
medioambientalistas y campesinos y campesinas que luchan por sus
derechos o los de la naturaleza. Solo en Honduras hay cientos de
campesinos y campesinas procesados por defender sus derechos. La
violencia contra los medioambientalistas se ha incrementado
exponencialmente en los últimos años. [2]
Señalamos
la importancia de abrir los espacios donde se debaten y adoptan
normas internacionales a las organizaciones de base y de desarrollar
mecanismos de consulta, transparencia, información y divulgación
liderados por estos mismos movimientos. Aquí mencionamos la
Declaración de derechos de los campesinos y personas trabajando en
zonas rurales que se está desarrollando en el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU como ejemplo positivo [3] .
Necesitamos
nuevos procesos de democratización participativos, transparentes
desde la base, que nos permitan ejercer la soberanía del pueblo en
el mundo de hoy y no lo opriman.
Necesitamos
mecanismos internacionales, regionales, nacionales vinculantes para
frenar los crímenes contra la humanidad por parte de las empresas
transnacionales. En este sentido, damos la bienvenida a la iniciativa
en el Consejo de DDHH que tiene como meta adoptar un Tratado
vinculante para llevar a juicio las transnacionales y apoyamos la
Campaña para desmantelar el poder corporativo [4] .
Reconocemos
que el rol de los Estados es de representar el interés de los
pueblos. Por lo tanto, el Estado tiene el deber de oponerse a toda
política o tratado internacional que menoscabe los derechos humanos
y su propia soberanía. Hace falta fortalecer la soberanía y
responsabilidad de los Estados, no socavarla a nivel internacional.
Desde
La Vía Campesina abogamos por la soberanía alimentaria como utopía
insurgente a este sistema explotador. Construimos nuestras
alternativas de manera solidaria todos los días desde abajo.
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