*Herencia del invasor que no termina en el Continente
*País cuyos crímenes están impunes, espejo de tantos
*El problema de las drogas, un lastre violento y ajeno
El
español trajo consigo el sello de la muerte y exterminó cientos y miles
de nativos “indígenas”; epidemias aparte. “Muchos de ellos murieron
—escribió el queridísimo Gabriel García Márquez— sin saber de dónde
habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde
estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos
de saber quiénes somos”. Identidad arrebatada por el encuentro de “Dos Mundos”, como se define la impostura.
Desde entonces y con el paso de los años, los herederos orquestaran facciones, liberales y conservadores, para disfrazar la continuidad del arrebato de las riquezas, unos antes que otros y viceversa. Todo a costa, primero de los originarios,
los indígenas, luego de los campesinos. Los trabajadores de las
ciudades, más reciente, cuando llegó la “industrialización” a estas
tierras. Ni siquiera los movimientos libertarios, como el de Simón
Bolívar, lograron sacudir tamaña herencia denigrante. Hasta aquí, sin
fobias ni filias; solo la historia que describe al traidor.
Entrada
la época moderna, Colombia ve la luz del siglo XX envuelto en la
violencia. Las diferencias entre facciones no cejan. Arrebatos por la
riqueza económica, así como por el poder político. Atizan como el fuego
a la pólvora que se funden en uno. La “Guerra de los mil días” entre
“liberales y conservadores”, 1899-1902, dejó 130,000 muertos. Al final,
por una treta doble, el desembarco de marines y un presunto
“alzamiento” independentista armado —la construcción del Canal estaba
en proyecto con Francia antes de la aparición de los gringos—, Colombia
pierde Panamá. Es la época del “gran garrote” de Estados Unidos que
llega al relevo español.
Entre 1905 y 1920 llega el
florecimiento de la plantación y exportación del café. Pero entre 1930
y 1946, los gobiernos liberales que no resuelven el problema de la
tenencia de la tierra, generan confrontaciones entre campesinos y
terratenientes. En 1948, el famoso bogotazo por el asesinato
del líder izquierdista del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán,
activa las revueltas que se generalizan por el país. Esta fase terminó
en 1964 con 200,000 muertes. La crisis económica de los años 60 por la
caída de los precios internacionales del café, y la profundización de
los conflictos de tierras dan motivo al surgimiento de la guerrilla.
El
mismo año de 1964 nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Ambos producto de
las confrontaciones internas, en su acepción de los años 50 a los 70,
como lucha armada contra los gobiernos conservadores, terratenientes y
capitalistas. Para EUA representan una amenaza y un peligro por la
posible expansión de la Unión Soviética hacia el “patio trasero”. Son
los años recios de la guerra fría.
La tirria
de los gobiernos estadounidenses en esas décadas desató la reacción
contra los movimientos guerrilleros en América Latina, el asesinato de
líderes visibles como Ernesto El Che Guevara (en Cuba el triunfo de 1959), del presidente Salvador Allende a manos de Pinochet y luego la guerra de baja intensidad
en Centroamérica. Golpes de Estado, y juicios contra el peligro de sus
previamente aliados, como el caso del general Noriega en Panamá; la CIA
primero, y la DEA después.
Fueron los años de la política
exterior de Henry Kissinger, del activismo de la CIA y los Marines, del
espionaje a la antigüita operado desde las embajadas de EUA; los
tiempos de la compra de voluntades, la instalación de las bases
militares así como de los peores crímenes contra la juventud
revolucionaria. Son los años de la Operación Cóndor en el sur del
Continente, de las dictaduras militares pero también de la Revolución
Cubana que se erigió libre gracias a un puñado de soñadores que derrocó a un dictador, como tantos otros apoyados desde afuera. Sin dislocar la historia.
El
conflicto en Colombia surge y se generaliza en este contexto; una
historia no resuelta y con hondas raíces. Por lo mismo, el caso
colombiano es complejo y no caben el simplismo ni el reduccionismo. Por
ejemplo: Colombia no es solo la confrontación entre FARC y gobierno,
pese a los 51 años. Dejar de lado los estereotipos. Si México no es el
Plan Mérida, tampoco Colombia es el Plan Colombia; México no es Joaquín
El Chapo Guzmán, ni Colombia es Pablo Escobar; no todos los mexicanos son narcos, tampoco los colombianos. Colombia no es solo Gabo, como México no es solo Paz; es decir, que ni reduccionismo ni estereotipos.
Mejor
dicho, ambos países, así como el resto de latinoamericanos, resultan
víctimas de un negocio cuyas directrices están en el norte; los
principales organizadores y narcotraficantes, los de cuello blanco, del
sector financiero internacional son gringos. Aparte, si el negocio es
global y el resto de los procesos igualmente, el problema de las drogas
es erróneo desde las políticas que parten de Washington en los tiempos
de Nixon. El problema no es solo de México o de Colombia. Los
implicados son todos. Los lastres no funcionarían sin los políticos y
la protección desde arriba.
Incluso los asuntos propios igualmente son herencia, o forman parte del ser
de los conflictos. Es el reparto de tierras, de los títulos de
propiedad irresuelto así en Colombia como México y el resto de países.
Porque en el trasfondo hay un reparto desigual de las riquezas, de
recursos o generada. Luego entonces, la complejidad es añeja, nace en
la Conquista y llega a nuestros días. Las diferencias son de clase, de
poseedores y desposeídos. Se agravan con la violencia generada por el
negocio de las drogas y el tráfico de armas. Son las multinacionales,
particularmente gringas, que por ajenas explotan a la gente a
cambio de pobreza. Colombia y México deben alejarse de la estrategia de
Washington para comenzar a resolver el problema.
Durante
las décadas de los 80s y 90s, los gobiernos colombianos le apostaron al
terror, mezclando narcotráfico con paramilitarismo, para desgastar a
las guerrillas. Pronto se dieron cuenta que violencia genera más
violencia y en 1991 se creó una nueva Constitución. Ni el gobierno de
Andrés Pastrana (1998-2002), ni el de Álvaro Uribe (dos periodos de
cuatro años: de 2002 a 2010) lograron desactivar el conflicto. Las
confrontaciones continuaron entre sendos bandos, con secuestros y
liberaciones (como el de la excandidata presidencial Ingrid
Betancourt), hasta que en 2010 Juan Manuel Santos es electo Presidente.
El
abril de 2011 se dan las movilizaciones sociales más importantes desde
1970, para demandar reformas del sistema educativo. Y en agosto
Colombia entra a formar parte de la Unasur. En noviembre de 2012
inician en Cuba —la calidad moral para intermediar; aparte, Fidel Castro estuvo durante el bogotazo
en el 48 y se había entrevistado con Gaitán— las pláticas para la paz
entre las partes. Las negociaciones siguen a la fecha, sin saber cuándo
termina un conflicto más viejo de América Latina, que ha desangrado a
un país hermano. Hay avance en algunos puntos, faltan otros que están
sobre la mesa. Atender los orígenes es buscar la salida.
El proceso de negociación que inició en 2012, y sigue, tiene sus ritmos. Y principios: para el gobierno es la terminación del conflicto; para las FARC es paz con justicia
social. Los puntos son: Política de desarrollo agrario; Participación
política; Fin del conflicto; Solución al problema de las drogas
ilícitas; Determinar quiénes son víctimas del conflicto armado. Hay
avance, más no soluciones todavía.
No obstante, tres
factores deben estar presentes cuando las partes logren limar las
asperezas: a) responder a las necesidades de la gente, la población que
ha sido la principal víctima; b) que el proceso culmine sin ventajas
para las partes sino para el país en su conjunto; c) cuidarse del
entrometimiento de Washington, que actúa por cuenta propia. Otros como
la permanencia de las bases militares del Comando Sur; o las
concesiones para la explotación del carbón y el oro, si es para mineras
locales o extranjeras, entre otros asuntos.
Que la historia sirva, no de poco sino de mucho.
Correo: sgonzalez@reportemexico.com.mx
Twitter: @sal_briceo.
http://www.alainet.org/es/articulo/171399
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