Luego
de más de 54 años de mantener congeladas las relaciones diplomáticas
entre sí, Cuba y Estados Unidos reabrirán sus respectivas embajadas. A
partir del primer minuto de hoy, las secciones de intereses cubana y
estadunidense se convertirán en legaciones diplomáticas con plenos
derechos y funcionamiento, con lo que ambos países concretan el gesto
más significativo y el paso más sólido en los siete meses transcurridos
desde que sus gobiernos anunciaron que habían mantenido conversaciones
secretas para lograr un deshielo de la relación bilateral.
Se trata de un hecho histórico que debe saludarse no sólo por cuanto
pone fin a uno de los distanciamientos diplomáticos más anacrónicos del
mundo contemporáneo, sino también porque se logra sin que la isla haya
cedido a las presiones políticas ejercidas desde Washington en contra
de su soberanía y su derecho a la autodeterminación.Debe recordarse
que, durante la conferencia que sirvió de marco al anuncio de la
reapertura de embajadas, Barack Obama admitió también que no se espera
una transformación rápida del régimen cubano, con lo que el político
afroestadunidense tomó distancia de la tradicional retórica imperial
que apelaba al derrocamiento del gobierno emanado de la revolución como
condición sine qua non para emprender un acercamiento con Cuba.
En ese sentido, las posturas de ambos gobiernos sientan las bases
para el restablecimiento de una relación diplomática basada en el
respeto y el entendimiento sobre las similitudes y, sobre todo, las
diferencias que prevalecen entre ambos países, lo que les permitirá
afrontar con otra perspectiva sus dinámicas políticas internas.
Por supuesto, como han reconocido los involucrados en las
negociaciones, la distensión coyuntural entre los gobiernos de
Washington y La Habana no es suficiente para poner fin a la política
injusta, agresiva y contraria a la legalidad que el primero ha ejercido
contra la isla durante más de medio siglo. El gran pendiente en la
agenda bilateral sigue siendo la derogación de las leyes que sustentan
el bloqueo económico que Estados Unidos mantiene contra Cuba desde
octubre de 1960, las cuales se mantienen a pesar de la solicitud
expresa formulada por el propio Obama para su anulación.
Como
ha reconocido el propio mandatario estadunidense, los cambios
legislativos señalados están en manos de los republicanos –férreos
opositores al acercamiento entre ambos países– y su concreción puede
tomar años de discusiones en el Capitolio. No obstante, es de esperar
que el restablecimiento formal de relaciones diplomáticas, en conjunto
con otras decisiones administrativas, como el relajamiento en las
restricciones para viajar a Cuba, gravite en favor del cambio de
percepción entre la población y los medios estadunidenses sobre el
acercamiento con la isla: al día de hoy, según datos de la encuestadora
Gallup, 59 por ciento de los estadunidenses se manifiestan en favor de
poner fin al bloqueo a Cuba.
Es previsible que, si esa tendencia se mantiene, los legisladores
estadunidenses tendrán que ponderar el costo político de mantener vivo
un rescoldo de la guerra fría, como es el referido bloqueo,
que goza de creciente impopularidad entre los habitantes del vecino
país del norte. Otro tanto puede decirse del sucesor o sucesora de
Obama en la presidencia de Estados Unidos, con independencia del
partido al que pertenezca.
Todo parece indicar, en suma, que el mundo asiste a un punto de
inflexión en la historia de las relaciones entre Washington y La
Habana. Es de suponer que el acercamiento que hoy se inicia tendrá que
atravesar por circunstancias difíciles y será un proceso tardado y
hasta accidentado, pero cabe esperar que ambas naciones, sus
respectivas autoridades y poblaciones, tengan la altura de miras
necesaria para llevar esa transformación a buen puerto.
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