François Houtart *
Gracias
al papa Francisco, monseñor Romero, considerado mártir desde hace mucho
tiempo por el pueblo, será beatificado en San Salvador el 23 de mayo.
Sus homilías, difundidas por la radio, revelan el contenido de su
trayectoria pastoral, con una evolución entre una concepción
tradicional del ministerio episcopal hasta su compromiso social
progresivamente radical frente a las injusticias de su país. Se siente
paso a paso el dolor del pastor, quien descubre el sufrimiento de su
pueblo y se identifica con él hasta su muerte. Una profunda emoción
invade al lector al descubrir al mismo tiempo los horrores de un
sistema económico y político que oprime a los pobres y la acción de un
obispo preocupado por conjugar el Evangelio, su filiación a la Iglesia
y su identificación a los oprimidos. Se observa a través de una intensa
vida espiritual, la conciliación difícil entre estos tres objetivos.
No es posible entender la trayectoria de monseñor Romero sin
referirse constantemente al contexto social de El Salvador. En América
Latina en general y en particular en América central la independencia
de las naciones fue propulsada por las élites, cuya prioridad era
preservar y aumentar sus privilegios. A finales del siglo XIX las
antiguas oligarquías agrarias se convirtieron en empresas cafeteras,
bananeras, algodoneras y ganaderas, y sus productos en general se
exportaban. Cuando este tipo de inversión se hizo predominante, algunas
empresas locales se convirtieron en intermediarias de los intereses
económicos extranjeros. Esto exigía una mano de obra abundante y
barata, a la cual se exigía docilidad.
El pueblo comprendió poco a poco que se le explotaba y empezó a
organizarse, con frecuencia con la ayuda de intelectuales de izquierda
y más tarde de mujeres y hombres de la Iglesia; la reacción de las
clases pudientes fue viva. En los años 30 hubo en El Salvador una
represión cruenta. En los años 50, en nombre de sus convicciones
religiosas, la Juventud Obrera Cristiana (JOC) ayudó a los jóvenes de
los medios populares a resistir. En los años 60 y 70 los diferentes
movimientos emancipadores en el mundo se opusieron a las dictaduras
militares que preparaban la era neoliberal. En toda América central, en
particular en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, nacieron movimientos
de liberación inspirados por la revolución cubana y sus conquistas
sociales. Las comunidades eclesiales de base, fruto de la inspiración
del Concilio Vaticano II, hicieron el lazo entre la fe de los pueblos y
el proyecto de emancipación social. La teología de la liberación
colocaba a Dios en el seno mismo de la historia dando de nuevo sentido
a la evangelización para realizar concretamente los valores del reino
de Dios: justicia e igualdad en la condición humana, amor, paz, no
violencia activa y lucha contra el sistema de muerte que era el
resultado de la lógica económica dominante.
Todo esto se inscribía en el contexto más amplio de la guerra fría
y la lucha contra el comunismo, lo cual había hecho que los poderes
occidentales se aliaran con los gobiernos de derecha de sudamérica y
que ignoraran las exacciones que hacían en el nombre de la defensa de
los valores occidentales. Una parte importante de la jerarquía católica
participaba en este proceso, desde los arzobispados locales hasta las
altas autoridades romanas.
Es notable que monseñor Romero haya ilustrado pertinentemente el
mensaje positivo del Evangelio. Él nunca perdió confianza en el hombre
que Dios habita, a pesar de haber vivido los peores horrores, de haber
descrito semana tras semana torturas, asesinatos y encarcelamientos
perpetrados por un ejército al servicio de los ricos deseosos de
conservar y aumentar su poder económico, político y cultural. Decía en
uno de sus sermones:
El ser humano no se caracteriza por la fuerza bruta, sino por la razón y el amor.
Él
no tenía una visión pesimista de los seres humanos. Por el contrario,
creía en la fuerza de la conversión y del perdón. Al mismo tiempo
estaba consciente de la existencia del mal y del pecado, y esto le
impedía caer en un optimismo beato, pero siempre recalcaba que el ser
humano no puede reducirse a este aspecto. Es por esto que interpeló
siempre las consciencias de todos los actores de este drama social, que
él vivía profundamente. Le tomó mucho tiempo antes de concluir que en
algunas circunstancias la lucha armada de un pueblo oprimido y
aplastado puede ser legítima. Su rechazo de la violencia era el fruto
de la convicción profunda de la dignidad del ser humano, aun del que ha
cometido un crimen. Esta actitud lo llevó constantemente a establecer
un diálogo con todos los actores del drama, pero al mismo tiempo era
claro y despiadado cuando condenaba la injusticia y la represión. Se
entiende que la oligarquía lo haya odiado y que la mayoría de sus
colegas en el arzobispado lo hayan renegado.
Las homilías de monseñor Romero son un verdadero tratado sobre la
Iglesia que se construye alrededor del discurso y de la práctica. Es la
aplicación de la definición del Vaticano II, la Iglesia del pueblo de
Dios que invierte la imagen piramidal de una institución definida por
su institución jerárquica. En estas páginas se revela la vida del
pueblo creyente con su reserva extraordinaria de fe y con la traducción
social de la misma. Un pastor acompaña a este pueblo recordándole
constantemente que el amor al prójimo debe prevalecer sobre los
intereses de los más fuertes y que la esperanza debe inspirar los
momentos más oscuros de la existencia. Para monseñor Romero es
imposible concebir una Iglesia abstracta y reivindicar la unidad
artificial de la institución, puesto que en su seno existen verdaderas
contradicciones. Para él, la fidelidad a la Iglesia de Jesucristo exige
la verdad.
El conjunto de sus sermones es también un tratado de espiritualidad
que se expresa aún en situaciones extremas y le permite superar todo
deseo de venganza, el pesimismo y también, como escribe en sus notas
personales, evitar lo que podría convertirse en sentimientos vanidosos
ante la admiración de los que se inspiran en la firmeza de sus
convicciones y en el valor de sus actitudes. Es emocionante leer sus
últimas notas sobre la muerte que veía acercarse inexorablemente, ya
que estaba consciente del destino que le reservaban en El Salvador,
aquellos que en nombre de los valores de la civilización reproducen la
injusticia utilizando la fuerza de la policía y del ejército para
mantener el poder.
Que esté clara la pertinencia actual de estos textos es todavía
oportuno, cuando se conocen situaciones como las de países vecinos, por
ejemplo Guatemala y Honduras. Para concluir podemos decir que la
persona de monseñor Romero refleja en la época actual la de Jesucristo
mismo, ejecutado porque sus prédicas y práctica recordaban los valores
del reino de Dios oponiéndose a los poderes temporales: colonial y
local, político y económico , social y religioso. Los separan dos mil
años, pero los une el mismo espíritu.
* Profesor en el IAEN.
Sacerdote católico, fundador del Centro Tricontinental de la Universidad Católica de Lovaina.
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