Gilberto López y Rivas
El pasado 8 de mayo,
Peter Herlihy, operador académico de las Expediciones Bowman, fue
invitado a un conversatorio en la Universidad Nacional de Costa Rica
para responder a las denuncias que desde esta columna se han hecho
sobre el Proyecto Centroamérica indígena, intitulado por su
investigador principal, Jerome E. Dobson:
La geografía humana de la resiliencia y del cambio: los derechos de tierra y la estabilidad en las sociedades indígenas de América Central.
Acusándome de fabricar discursos para entorpecer su trabajo en México, Honduras y Costa Rica,
grabarlos en la mente de profesores y alumnos, y de mentir sobre su relación con los militares estadunidenses, Herlihy declara sentirse
orgullosode recibir fondos (3 millones de dólares durante los primeros tres años) a través de la considerada por el investigador
prestigiosaIniciativa Minerva, un consorcio que, como se recordará, estableció el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos en 2008 con el propósito de financiar investigaciones de interés estratégico para la
seguridad nacionalde ese país. Sostiene, con humor involuntario, que recibir financiamiento de Minerva
es como una beca en el Departamento de Educacióny que dicho consorcio
no tiene fines militares sino educativos. El profesor Herlihy, quien no escatima en adjetivos para calificar su trabajo de 30 años
para beneficio de los pueblos indígenas, afirma tajantemente que
no está trabajando para el ejército,
no tenemos vínculos o contactos,
no tenemos amigos,
no hemos entregado información al ejército.
¿Será cierto que los militares estadunidenses adjudican a esforzados
investigadores, protectores de los pueblos indígenas, millones de
dólares para no recibir nada a cambio? ¿Que al igual que las
oblatas de María o los franciscanos, hacen el bien sin ver a quién?
Para consternación de los geógrafos ¿ingenuos?, la propia página de la Iniciativa Minerva
se encarga de refutar tales aseveraciones, ya que establece, sin lugar
a dudas, el propósito por el cual fue fundada: “Al igual que nuestras
fuerzas militares no podrían funcionar eficazmente sin entender el
terreno y el entorno físico, la detección de los actores radicales y
las rupturas de régimen está limitada por nuestra comprensión de los
ambientes culturales y políticos en los que se desarrollan esas
amenazas. La Iniciativa de Investigación Minerva… producirá decisiones
políticas estratégicas y operacionales más eficaces. Los académicos
(financiados por) Minerva ya han informado ideas relevantes para el
soldado en combate (warfighter) a altos funcionarios como el
jefe del Estado Mayor Conjunto, a quienes toman decisiones en la
política de la comunidad de defensa y, en el terreno, a nuestros
comandos combatientes”.
En su charla universitaria en Costa Rica, Herlihy tampoco informó
sobre la presencia en el equipo coordinador de las Expediciones Bowman
del teniente coronel Geoffrey Demarest, doctorado en geografía
precisamente por la Universidad de Kansas (alma mater de las
Expediciones Bowman), cuya hoja de servicios distinguidos en la
contrainsurgencia en América Latina (Escuela de las Américas,
Guatemala, Colombia…) ha sido difundida ampliamente, al igual que su
conocida hipótesis de trabajo sobre que la tenencia comunal de la
tierra es la matriz del crimen y la insurgencia. Este teórico de la
guerra asimétrica, en su primer libro (Geopropiedad: seguridad nacional y derechos de propiedad) sostiene
que la tenencia de la tierra es un asunto crucial para la seguridad
nacional de Estados Unidos, mientras que en su publicación más reciente
(Ganando guerras insurgentes: regreso a lo básico), este amigo
de Herlihy sostiene que el éxito de una guerra contrainsurgente
requiere del control de la tierra y es vital un conocimiento empírico
de la geografía, tanto física como humana, ambas inseparables. (ver “El factor Demarest”).
También en esa charla fue convenientemente silenciado el señalamiento hecho por el colega Joe Bryan sobre el Informe final del Proyecto México indígena presentado
por el mismo Herlihy a la Oficina de Estudios Militares Extranjeros
(FMSO), así como la visita que hicieron éste y Dobson el 20 de octubre
de 2006 al Fuerte Levenworth, donde se reunieron con el general David
Petraeus, quien apoyó el uso de antropólogos empotrados en las brigadas
de combate en Irak y Afganistán, y con quien conversaron acerca de las
bondades de la
geografía digital del terreno humano, por medio de la cual se puede identificar en un mapa multiescalas un lugar específico y el pueblo que lo habita, “mostrando el idioma, la etnicidad, religión, afiliación política y otras características consideradas importantes por razones humanitarias, militares, científicas y económicas… Después de esa reunión, disfrutaron de una visita privada a la base, que incluyó una foto frente a la estatua del Soldado Búfalo, que conmemora precisamente las
guerras indiasestadunidenses, y una miradita al cuartel del general George Armstrong Custer (Joe Bryan,
Multiplicadores de fuerza: geografía, militarismo, y las Expediciones Bowman).
En el alegato de Herlihy, básicamente laudatorio, empirista y
autoexculpatorio, no sólo no existe una historia del proyecto y su
cauda de denuncias y controversias sobre lo que se calificó como
geopiratería en la primera de las Expediciones Bowman con el Proyecto
México indígena, que obligó a la Asociación Estadunidense de Geógrafos
(AAG, por sus siglas en inglés) a conformar una comisión que
investigara si había habido violaciones a su código de ética. Tampoco
hay una mención, al menos, del contexto sociopolítico en tiempos del
capitalismo neoliberal y del papel que juega Estados Unidos en esta
guerra planetaria contra los pueblos indígenas y no indígenas en busca
de su desterritorialización y desposesión de los recursos naturales y
estratégicos. Sin historia, memoria, contexto o teoría, el Proyecto
Centroamérica indígena es la expresión misma de una ciencia al servicio
de quienes pagan las investigaciones y centralizan las informaciones:
en este caso, los militares estadunidenses.
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