Enrique Dussel *
Imágenes y bustos de Óscar Arnulfo Romero se comercializan en plazas
públicas previo a su beatificación en San Salvador. El arzobispo, icono
de la Iglesia católica latinoamericana, fue asesinado en 1980Foto Reuters
A comienzos
de este mes estuve en las universidades John Hopkins, de Frankfurt y de
Heidelberg dando un ciclo de conferencias. El profesor Ulrich Duchrow,
de la última casa de estudios mencionada, me informó sobre recientes
investigaciones en torno a las circunstancias históricas que pudieron
estar en el origen de las religiones universales (como la mesopotámica
y egipcia, y en el taoísmo, el budismo, los profetas de Israel, el
cristianismo y el islam) y de la misma filosofía (como entre los
presocráticos). Es un tema apasionante en este comienzo del siglo XXI,
que tiene relación con lo que el profesor de Frankfurt Matthias
Lutz-Bachmann denomina en su último libro del 2015 que me obsequió: una
edad postsecular. Se trata de una coyuntura económica política en la
que las antiguas civilizaciones nombradas (de Mesopotamia o Egipto, en
China, India, Palestina o Grecia) llegaron a una madurez estructural
que les permitió comenzar a acuñar monedas metálicas (de plata u oro,
especialmente), garantizada por Estados imperiales que las usaban,
entre otros menesteres pero principalmente, en el pago de salarios a
los soldados de ejércitos, frecuentemente de mercenarios. Esto exigía
el desarrollo de la minería (de dichos metales preciosos) y abría la
posibilidad a mercados de gran extensión geopolítica, ya que dichas
monedas metálicas tenían el valor que significaban (una moneda de plata
poseía el mismo valor como moneda que como alhaja. Ese mercado
monetarizado se articulaba igualmente al derecho a la propiedad privada
de la tierra, pero también al poder pedir créditos poniendo como
garantía el mismo terreno. Cuando el campesino no podía pagar la deuda
y el interés acordado, el prestamista se apropiaba de los bienes del
trabajador, que aún podía quedar como esclavo si la deuda era de mayor
cuantía. Así aparecieron estratos muy ricos de la sociedad que
acumularon riqueza y la mayoría de un pueblo empobrecido. Los críticos
de esta situación de miseria de las masas empobrecidas tuvieron rápida
y entusiasta respuesta de las víctimas de esa situación de injustica.
Así surgieron los religiones universales y los primeros filósofos. En
Mileto se acuñó por primera vez la moneda de metal precioso en la
Hélade, y allí apareció el primer filósofo griego, Tales de Mileto (de
familia fenicia, dicho sea de paso).
Contra la opinión de la Ilustración, si es verdad que las religiones
se institucionalizan y fetichizan burocráticamente con posterioridad,
el retorno a sus orígenes se da intermitentemente en la historia de las
religiones. En América Latina la crítica de la teología, la Iglesia y
la religión fetichizadas, invertidas diría Marx, se produjo gracias a
una generación sumamente profética que se enfrentó a la inversión del
cristianismo. El arzobispo de San Salvador, Óscar A. Romero, es un
ejemplo paradigmático de esa función no sólo de su patria
centroamericana, sino de toda América Latina y del sur postcolonial
mundial, en las tenebrosas décadas de la represión militar de
dictaduras impuestas por Estados Unidos (por el Departamento de Estado
y el Pentágono) entre 1964 y 1984.
Tuve muchos contactos con monseñor Romero desde la década de los 70
del siglo pasado. Recuerdo un curso para más de 50 obispos (él era
obispo auxiliar en 1972) realizado por la Celam en Medellín. Era yo en
ese entonces profesor de historia de la Iglesia en América Latina y
dictaba ese tema junto con otros profesores, con el fin de actualizar
la reflexión de esos obispos responsables de la Iglesia en diversos
países.
Esos cursos se repitieron en Guatemala la Antigua, con la presencia
de 27 obispos. Monseñor Romero era el organizador de ese encuentro.
Recuerdo su rostro sonriente, como de un chiquillo haciendo una
travesura, cuando nos escuchaba observando la reacción de los otros
obispos, siendo muchos de ellos conservadores que nunca habían oído
exponer el cristianismo desde las categorías de la teología de la
liberación. Ahí estaban invitados, por Romero, pensadores críticos
jóvenes (yo tenía 37 años), como Juan Luis Segundo, Gustavo Gutiérrez,
José Comblin, Segundo Galilea y tantos otros. Él garantizaba la
presencia institucional.
En
la conferencia latinoamericana de obispos en Puebla (1979), monseñor
Romero era el encargado de redactar la parte histórica inicial del
documento final. Formábamos equipos externos que elaborábamos textos
que los obispos en la asamblea después corregían y adoptaban. Me tocó
redactar uno de esos escritos; se los entregaba a monseñor Romero,
quien los introdujo en el indicado documento final. Por ello
aparecieron figuras ejemplares, como Bartolomé de las Casas, primer
obispo de Chiapas, o monseñor Valdivieso, quien fue asesinado en 1550,
en Nicaragua, por su lucha en la defensa de los pueblos originarios.
Sin embargo, monseñor Romero no había dado el paso definitivo. Fue
un hecho inesperado que lo lanzó a la esfera política, profética,
mesiánica. Se trató del asesinato de Rutilio Grande (1928-1977),
nuestro alumno en los cursos del IPLA desde 1967 en Quito, organizados
por la Celam, con el mismo grupo de profesores que dieron una nueva
visión crítica del cristianismo en las reuniones de obispos arriba
mencionadas. Recuerdo a Rutilio, un sacerdote jesuita conservador. Al
comienzo de nuestros cursos objetaba las exposiciones, tenía dudas, no
acepta el retorno al origen profético del cristianismo. En las dos
semanas de mi curso pude observar una completa transformación. Había
comprendido aquello de
¡bienaventurados los pobres!y la expresión de Jeshúa:
¡Hay de ustedes los ricos! Es más fácil que un camello pase por el agujero de un aguja que uno de ustedes entre al reino de los cielos!Era la crítica de Jeshúa a la economía monetarizada del imperio romano, que producía multitudes de pobres. Rutilio volvió a su parroquia de Aguilares, en El Salvador, y se transformó en militante cristiano completamente comprometido con su pueblo. Formó centenares de catequistas (como Samuel Ruiz, en Chiapas). Por ello cayó bajo la mira represora de la dictadura militar. Fue asesinado junto con más de 200 de sus catequistas. Una persecución casi tan numerosa como la desatada por Dioclesiano en el imperio romano contra los cristianos. Monseñor Romero era lo que en ese tiempo se llamaba
director espiritualde Rutilio. Conocía hasta su inconciente. Sabía quién era y además era su maestro. Ante su cuerpo inerte, en Aguilares, monseñor Romero se convirtió en defensor del pueblo y en crítico decidido contra la dictadura militar, a la que enfrentó valiente y directamente.
Las homilías de monseñor Romero en la catedral eran seguidas por
multitudes que no sólo llenaban el templo, sino también la plaza de
enfrente de la catedral. Era realmente entusiasta, seguido por todos,
principalmente por jóvenes, pobres, campesinos e indígenas. Por ello
fue asesinado como mesías, como el
servidor sufrienteque da su vida por la multitud.
Una vez ultimado la Iglesia conservadora salvadoreña ocultó su
cadáver en la cripta de la catedral, con el débil argumento de que no
debía ser venerado hasta que Roma lo decidiera. Monseñor Romero era
temido, aún muerto. Había sido secuestrado para que su pueblo no
pudiera honrarlo como símbolo de la lucha de una época de la patria, de
América Latina. Es el destino de los héroes y de los santos.
Y de ahí que se alargaba el proceso de su beatificación en Roma; se
decía que había muerto por causas políticas y no por ser mártir de la
fe. Como si el fundador del cristianismo, Jeshúa de Nazareth, no
hubiera sido acusado ante Pilatos del
crimen políticode rebelar al pueblo contra el imperio, y como si no se hubiera puesto sobre su cruz (la “silla eléctrica romana de los que se levantaban políticamente contra el César) un título de clara connotación política:
Jeshúa de Nazaret, rey de los judíos(el famoso INRI).
Hubo necesidad de que un Papa latinoamericano reconociera que Romero
era un mártir de la fe, que se jugó defendiendo políticamente a su
pueblo reprimido, para que pueda ahora ser venerado como figura
mesiánica ejemplar. Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI podían desafiar a
la oligarquía salvadoreña, latinoamericana y norteamericana dando ese
paso. ¡Ahora es posible, aunque nunca se sabe por cuánto tiempo!
* Filósofo
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