Entrevista con la diputada comunista Camila Vallejo
El Desconcierto
La
diputada comunista analiza su paso de la FECH al parlamento, las
diferencias en el oficialismo, la demanda de Bolivia y el cambio de
gabinete. Y advierte que si los ministros que trabajaron con Enrique
Correa traen sus prácticas, sería un golpe al corazón de la Nueva
Mayoría.
Lamentablemente
Chile es un país institucional y culturalmente presidencialista y por
lo mismo, para el análisis político, se le da una gran importancia a
los nombres y características personales de cada ministra o ministro y
esta Constitución hace que en muchos planos tengan más atribuciones que
los parlamentarios, que sí somos electos por la población.
Lo
más importante, independientemente de nombres específicos, es que
existe la oportunidad de salir del debate marcado por los medios y
recuperar la agenda para seguir impulsando las transformaciones
comprometidas con la gente. Y desde la mirada del PC, podemos destacar
la incorporación de otro compañero al gabinete, sobre todo en un
ministerio tan interesante como Desarrollo Social. Sin embargo, esto no
se trata de cupos más o cupos menos, sino de la constitución de un
equipo que implemente el programa.
Varias voces han afirmado
que los nuevos nombres en el equipo político y Hacienda tranquilizan
mucho más a los defensores del statu quo que a los que quieren cambios
¿Comparte esa apreciación?
Espero que lo que prime sea el
compromiso programático y el planteamiento explícito de la Presidenta
de que el rumbo de este gobierno no está en cuestión. En esa misma
línea, espero que cuando se habla de mejorar y aumentar los espacios de
dialogo sobre las reformas, se comprenda que dicho dialogo debe ser con
todos los sectores sociales y no solo en las cuatro paredes del
Congreso, sobre todo pensando que la realidad nos ha demostrado que hay
un número importante de parlamentarios que responden a intereses
económicos.
Ése es el mismo criterio que tengo, respecto de la
necesidad de culminar el proceso constituyente con una Asamblea
Constituyente Yo me tomo de las palabras de la Presidenta, cuando dijo
que su liderazgo no estaba disponible para arreglines.
Dos
de los nuevos integrantes del equipo político son muy cercanos a
Enrique Correa ¿Cómo interpretar esto para efecto del esclarecimiento
de los escándalos de corrupción, teniendo en cuenta la vinculación
actual del lobbysta con Penta y SQM?
Claro que la gente tiene
derecho a preocuparse, pues Enrique Correa refleja todo lo que no
queremos de la política: el lobby, la relación entre poder económico y
política, sin importar los principios, esa nefasta política de los 90
cimentada desde la Constitución pinochetista.
Creo que si la
Presidenta los designa para cumplir un programa que no tiene nada que
ver con lo que simboliza Correa, es porque la anterior relación laboral
de ambos ministros con él no implicará que traigan dichas prácticas. Si
eso ocurriera, sería un disparo al corazón de la Nueva Mayoría.
Balances sobre el gobierno de la Nueva Mayoría
¿Qué ha sido, desde tu punto de vista, lo mejor y lo peor del gobierno en su primera etapa?
Lo
mejor es que se ha dado mucho impulso a las reformas. Pienso que no se
ha perdido el ritmo, de hecho, se ha acelerado bastante en algunos
casos para poder tramitar leyes en un periodo de gobierno que es
bastante acotado. Esto, con todos los intereses en juego que se tocan,
a pesar de que no son reformas de corte socialista ni nada de eso, pero
que han generado mucha conmoción. Especialmente, y más allá de las
críticas del mundo social que siempre van a estar, desde el poder
económico y desde quienes lo representan como clase dentro del
Parlamento.
En lo negativo, creo que le ha pasado un poco la
cuenta a la Nueva Mayoría, pero particularmente a los partidos que eran
antes de la Concertación, la pérdida de vínculo con el mundo social a
la hora de legitimar las reformas desde la base. Ha habido una
estrategia comunicacional muy débil que es, en el fondo, un problema
político, respecto al trabajo en terreno. Hubo tiempo en que no se hizo
y quizás por eso he visto temor, medidas de precaución sobre los
diálogos, pero cada vez se ha dinamizado más.
¿Cuánto peso
tiene eso, teniendo en cuenta que -más allá de las voluntades
individuales- muchos de esos partidos no tienen base social y la
participación estatal no es vinculante?
Ahí tenemos un
problema estructural de nuestra institucionalidad política. La falta de
participación y de involucramiento de la ciudadanía en los espacios de
decisión política no se debe solo a que los partidos mismos se han ido
alejando, producto de que durante los gobiernos de la Concertación el
esfuerzo estuvo centrado a mantener un consenso político con la
derecha. Tiene que ver también con una ley 20.500 con muchos problemas.
A mí me toca conversar con juntas de vecinos, grupos comunitarios,
clubes de adulto mayor y no hay organización de barrio que no tenga
problemas por trabas burocráticas, por la falta de capacidad de los
tribunales para validar los estatutos y las elecciones.
Entonces
la gente de repente se cansa de participar, porque siente que no lleva
a ninguna parte y que su opinión no se tradujo en ningún cambio
sustantivo. Y más allá de lo local, en instancias nacionales tampoco
hay plebiscitos vinculantes ni iniciativas populares de ley. Si a esto
le sumamos que la propia democracia representativa es muy débil,
entonces tenemos un problema muy serio con la relación entre
construcción de democracia y toma de decisiones.
¿La Nueva Mayoría reemplazó a la Concertación o hay una disputa en desarrollo? Y si la alternativa es B ¿quién va ganando?
(Risas)
Yo creo que la alternativa es B. Históricamente somos uno de los
partidos que más apuesta por hacer alianzas y generar unidad, en este
caso en torno a un programa, pero sabíamos que iba a haber elementos de
tensión producto de las diferencias ideológicas, de que en los partidos
que eran de la Concertación transversalmente hay representantes que
tienen posiciones más conservadoras. No se trata simplemente de la DC o
necesariamente de una cuestión generacional.
Ahora, quien va
ganando o no, creo que eso es mejor verlo al final del partido, porque
mientras dura las cosas cambian, de repente alguien va ganando y se
producen virajes inesperados. Ahora, los pasos que ha dado el Gobierno
demuestran que sí estamos avanzando lo que está comprometido en el
programa. Y eso debiese beneficiarnos no solamente a los partidos que
lo levantamos, sino también a la ciudadanía. Y esto será más notorio
cuando empecemos a ver los impactos que tiene, por ejemplo, el proyecto
de inclusión que garantiza la gratuidad en el sistema escolar
financiado por el Estado, que termina con el negocio, que prohíbe la
selección, o cuando veamos el 2016 los avances en gratuidad en
educación superior, como lo comprometió la Presidenta.
¿Es
realmente posible que una coalición que –ahora se sabe- está en su
financiamento altamente capturada por el poder económico, pueda hacer
el giro hacia el cumplimiento de un programa de cambios profundos?
Lo
veo como un proceso. A pesar de que nosotros siempre supimos que esto
pasaba y como partido siempre supimos que había una relación media
espuria entre el poder económico, los negocios y la política, el que se
haya puesto en evidencia es muy positivo. Trae, es cierto, más
complicaciones políticas, porque los medios están centrados en eso,
porque invisibiliza la agenda del programa, porque pone en una
situación muy compleja a la Presidenta a partir del Caso Caval, pero
también abre una tremenda oportunidad. Que hoy se esté discutiendo, que
la ciudadanía lo haya repudiado con toda su fuerza, realmente es
positivo. Ojalá después de esto sigamos rechazando esta situación, pero
también poniéndole freno.
Para ello no solamente hay que
impulsar proyectos de ley que sean pro-transparencia y probidad, sino
que también hay que pensar en el problema estructural. Porque a mí me
cabe la legítima duda de si, una vez aprobadas las leyes, el poder
económico no va a seguir influenciando la política de otra manera.
Entonces el problema de fondo es cómo están hechas las reglas de juego
de la democracia y el modelo de desarrollo económico que genera una
acumulación del capital en manos de unos pocos. Si eso no cambia, van a
seguir teniendo las garantías que les permitan poder presionar.
Los mínimos aceptables
¿Qué
es lo que tiene que ocurrir de aquí al 11 de marzo del 2018 para que
este sea un primer gobierno de un nuevo ciclo político, como lo
prometió la presidenta Bachelet la noche que ganó la elección, y no
termine convirtiéndose en el último o en el penúltimo del viejo ciclo?
Los
principales elementos del programa a lo menos, aunque obviamente yo
esperaría el 100 por ciento. Hay cosas que se han comprometido que ya
se han despachado, pero en materia educacional tenemos que cumplir
todo. Eso implica hacer toda la pega que se nos viene en la Comisión de
Educación, porque tenemos que sacar tres proyectos muy complejos, muy
estructurales, y que van a tocar intereses que se han estado
manteniendo durante décadas.
La reforma laboral también es muy
importante. Si me hablan de combatir la desigualdad es fundamental
darles más fuerza y dignidad a los trabajadores a través de su
principal herramienta de organización y de negociación colectiva. Que
éste o un próximo gobierno puedan profundizar las transformaciones
también depende de la posición en que esté el mundo social, ya que hoy
tenemos un sindicalismo muy bajo. Por eso necesitamos fortalecer la
asociación y al principal sujeto de transformación, que son los
trabajadores y trabajadoras.
Y, por último, la nueva constitución. Al menos tiene que estar encaminado un proceso que sea constituyente y no constitucional.
El
diputado Andrade decía que no había que distraerse en el mecanismo para
la nueva Constitución ¿cuán secundario o central es el mecanismo para
efectos del resultado?
Es muy central. Justamente por lo que
está pasando ahora: la desconfianza en la institucionalidad y el
descredito de la política. Esta concepción del que se vayan todos y no quede nadie
me parece, de repente, de un apoliticismo brutal. Puede tener una
traducción política de dejar que decidan los de siempre, en vez de ser
parte y demandar una asamblea constituyente para que el pueblo defina
cuáles van a ser las reglas del juego en democracia. Eso permite que la
gente conozca más cómo funciona el país, cómo se relaciona el Estado
con la sociedad y con el mercado. O sea junto con el proceso
constituyente se genera también una formación cívica ciudadana.
En
la campaña, Bachelet prometió nueva constitución, pero dijo que el
mecanismo se vería en el gobierno. Luego anunció “proceso
constituyente” y dejó más dudas que certezas. Si tuviera voluntad de
hacerlo ¿no lo habría dicho ya?
Es que ¿qué es el gobierno?
Está compuesto por partidos de la Nueva Mayoría. Y si tú ves las
opiniones de los presidentes hay discrepancias respecto al mecanismo.
Tú mismo citabas a Andrade, pero el presidente del PC Guillermo
Teillier dice que sí es relevante el mecanismo. Si dependiera de
nosotros haríamos asamblea constituyente, pero hay más partidos. Y, más
que todo eso, depende de la exigencia social.
Yo creo que sí es
importante el anuncio de la Presidenta, aunque algunos creen que es
ambiguo, porque hay un elemento fundamental cuando hablamos de proceso
constituyente y no constitucional. Y porque pone una fecha de inicio
que antes no existía, cuando los que queríamos AC éramos los únicos que
estábamos haciendo foros, charlas y poniendo nuestra voluntad política
para discutir esto.
Ahora va a ser un llamado, una convocatoria
desde la Presidenta, y entonces en ese diálogo se abre la posibilidad
de dar la disputa más claramente. Nosotros estamos impulsando la
tramitación de un proyecto de plebiscito y ya tenemos al presidente de
la Comisión de Constitución (Leonardo Soto, PS) a favor de esto. Vamos
hacer todas las presiones y también queremos que este proceso
constituyente sirva como campaña de concientización para que el día de
mañana, si logramos aprobar el plebiscito, el resultado sea por una
asamblea constituyente. Entonces hay otros factores, no le quito
responsabilidad a la Presidenta, no quiero que se me entienda así.
Siempre se habla de la necesidad de su liderazgo…
Como
si todo lo resolviera un liderazgo. Tenemos que hacernos de nuestra
responsabilidad, y hablo de un nosotros no solamente desde los
parlamentarios, si no por sobre todo de las organizaciones sociales que
tienen que activarse para demandar esto. Desde los sindicatos, la CUT,
la CONFECH, CONES, la federación de pobladores, miles de organizaciones
que hoy día deben pedir cambio a la constitución a través de una
asamblea constituyente. Queremos esa fuerza viva expresada y trabajando
para que seamos muchos más los que la pidamos. Si hablamos de
liderazgo, los verdaderos son los que se apoyan en el pueblo, pero si
el pueblo no se está expresando fuerte y decididamente en esto, de
dónde va a surgir ¿de una Nueva Mayoría que no se pone de acuerdo en el
mecanismo? Eso sería casi un suicidio político.
El PC en el Gobierno
Los
dos principales partidos de clase obrera en el siglo XX fueron el
Partido Socialista y el Comunista. El PS era un partido de masas pero
en un discurso de hace pocos años, Camilo Escalona reconoció
autocríticamente que se había convertido en un partido de funcionarios
públicos ¿han pensado en ese paralelo, a luz de lo que podría pasarle
–o no- al PC en el Gobierno?
No solo yo, sino que es una
discusión muy presente en las células en el partido, en la Jota, en los
plenos. Tenemos claro que no podemos burocratizarnos por participar en
un gobierno. El desafío es cómo logramos que teniendo incidencia,
porque necesitamos también disputar los espacios, no exista un
vaciamiento hacia los poderes del Estado, que se pierda por lo tanto el
vínculo y el trabajo de base en las organizaciones sindicales, sociales
y territoriales. Fue una discusión desde antes de ser parte de la Nueva
Mayoría y está presente también ahora, porque no somos un partido
grande, pero las exigencias que nos ponemos nosotros mismos son
tremendas. Entonces tenemos que duplicarnos y triplicarnos en el
trabajo territorial, junto con nuestras funciones políticas y públicas.
También
estamos pensando cómo crecer y cómo abrir más el partido. Por ejemplo,
hace poco hubo un traspaso importante de militantes de la Jota al
partido, lo que implica que la Jota entonces no se quede corta. Por lo
tanto el partido al pedir el ingreso de militantes jóvenes también
asume de alguna manera un compromiso de renovación, oxigenación y
tensionamiento para adquirir una dinámica que esté a la altura de los
desafíos del siglo XXI. Por razones que todos conocen, la lógica del
temor que está presente en las generaciones de nuestros padres y
abuelos está mucho más presente en un partido que vivió en carne propia
la tortura, el exilio y las infiltraciones. Entonces aquellas células
que mantienen los compañeros de mayor edad, en algunos casos, tienden a
ensimismarse. Es muy comprensible, pero es un miedo que no tenemos
nosotros.
En resumen, todo este tensionamiento que se nos
produce internamente por participar en el gobierno es un momento
importante para pensar cómo funcionamos. No puede significar una
burocratización, el apernamiento, porque a la larga eso significaría
disputar la institucionalidad para mantenerla, para administrarla y no
para transformarla.
¿Ha pagado costos el PC en el movimiento social por estar en el gobierno?
No
sé si costos. En general al PC se le exige mucho más que a otros
partidos. Cuando nosotros decidimos ser parte del gobierno también
decidimos tener un pie ahí y otro en la calle, o sea seguir siendo
parte del movimiento social, de las organizaciones estudiantiles, es
porque es parte de nuestro trabajo militante desde siempre. Se nos
decía que eso era imposible y se nos acusaba después de gobernistas,
mientras que por el lado de la Nueva Mayoría a veces nos acusan casi
que de marcar disidencia.
¿Costos? No sé, por ejemplo yo perdí
las elecciones de la FECH antes de se tomara esta decisión. Y las
razones son varias: debilidades propias, de trabajo, dedicarse mucho a
un movimiento nacional y que de repente lo local se viera mermado, en
fin. Creo que son ciclos que ha tenido el partido y a pesar de estar en
el gobierno, tenemos mucha presencia universitaria todavía, menos en la
CONFECH pero seguimos teniendo presencia en federaciones y centros de
estudiantes de la CONES, en el Colegio de Profesores, en la CUT, en las
organizaciones de pobladores, en las juntas de vecinos. Nuestro partido
en términos del mundo social sigue muy vivo.
Una pregunta
personal-política. Cuando el PC decide apoyar la candidatura de
Michelle Bachelet una de las cosas que se dijo era que Camila Vallejo
aportaba el capital simbólico del movimiento estudiantil. Ésa es una
apuesta política, pero nos encontramos con un presente en el que el
movimiento estudiantil del que tú provienes está, en buena medida, en
contra de las reformas que se están llevando a cabo ¿Cómo lo ves tú,
desde el punto de vista de la apuesta?
Primero, yo creo que
en la política no se juega solo en lo simbólico. Quien haya creído que
porque yo era parte de la Nueva Mayoría se resolvían futuros conflictos
con el movimiento social, estaba muy equivocado o equivocada. El acto
de participar, en lo personal y en lo político, fue como parte una
decisión colectiva y es porque -yo dije- si hay un programa que habla
de educación gratuita, de calidad, de desmunicipalización, entonces se
abre la oportunidad para realmente ganarlo y no solamente ir a pelearlo
contra un muro, que es lo que nos pasó el 2011 con el presidente Piñera.
Al
momento de que el programa contemplara la reforma educacional, se abría
la oportunidad para ir a disputarlo dentro del parlamento, ya no éramos
solo los locos de la calle los que lo exigíamos. Hay una teoría de
diferenciación de las éticas: unos que tienen una ética más estética, y
otros que, como nosotros, no tenemos perdida las nociones de lo
estético y de lo simbólico, pero también la ligamos a la
responsabilidad, entendida, por cierto, no como avanzar en la medida de
lo posible, sino que como la realización de pasos tácticos para empujar
las transformaciones, en vez de simplemente esperar el todo o el nada.
Cuando
caemos en el todo o el nada, nos condenamos a una posición
estéticamente revolucionaria, pero en la práctica conservadora.
¿Cómo ves al movimiento estudiantil actual?
Está
en una posición crítica, se entiende, hay una conducción de izquierda
distinta a la que tuvimos nosotros durante el 2011 con Giorgio, es
legítimo, pero eso no quiere decir que estemos ante un movimiento que
sea contrario a las reformas en educación. Es crítico a lo que se ha
sabido hasta el momento, a lo que se ha enunciado desde el Gobierno ¿Es
eso para mí un problema? No, es importante que el movimiento social y
estudiantil mantengan su independencia y autonomía, que no sean
neutrales y que incidan, que sean proactivos y que lleguen con
propuestas, que es lo que necesitamos de todos los movimientos.
Tiene
que ver con los principios, y asumir responsabilidades con ellos
implica también un grado de pragmatismo que diferencie lo táctico de lo
estratégico. Y aquí estamos, abiertos totalmente a que el movimiento
estudiantil -de hecho ya me junté con ellos- sea incidente en este
proceso.
Bolivia
En marzo de 2013
dijiste que entendías la posición del gobierno chileno en el conflicto
con Bolivia, pero que considerabas que era bueno que ese país tuviera
una salida soberana al mar. ¿Reafirmas esa posición?
Nuestra
posición como partido y la mía como militante ha sido bastante clara al
respecto. Lo que pasa es que el escenario actual es complejo, tenemos
opiniones en algunos casos críticas de cómo se ha llevado el proceso,
pero siempre vamos a sostener que estamos por la integración
latinoamericana, por buscar soluciones que beneficien a todos los
pueblos de Latinoamérica, y no pensar los intereses nacionales como
aislados de lo que pasa en Bolivia, Argentina o en Brasil. Nuestra
perspectiva siempre ha sido latinoamericanista, de integración, donde
podamos ganar todos y no que algunos pierdan, como es la lógica de la
guerra. Eso lo vamos a mantener siempre, independientemente de las
difíciles circunstancias en las que estamos hoy día.
En
circunstancias como éstas en Chile se dice que hay que tener una
posición de Estado, lo que implica ponerse detrás de la Presidenta y
que el debate se clausure ¿compartes esa mirada?
Yo no
comparto eso. Creo que la discusión y el debate se tienen que seguir
dando, el tema es si lo das por los medios o no. Eso, sinceramente, no
lo tengo resuelto, de si en estas circunstancias es positivo que
explicitemos nuestras diferencias abiertamente. Pero no creo que porque
sea un tema de Estado tengamos que quedarnos callados y clausurar
nuestra propia opinión de cómo tiene que ser Chile para con sus
vecinos. Sería poco revolucionario, desde nuestro punto de vista al
menos.
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