A 8 meses de la desaparición de los 43 normalistas
Ayotzinapa, fase superior del capitalismo del siglo XXI
Los
huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada
búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales
incendiados y las fosas cargadas de restos humanos.
Los acompañan las voces solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá…
Eduardo Galeano
Nada
es casualidad. El país que protagonizó la primera gran revolución del
siglo XX, revolución hecha en defensa de la tierra; el primer país de
América Latina en el que, a pesar del robo electoral, la izquierda ganó
unas elecciones presidenciales en mitad de la larga noche neoliberal;
el país que un año después, en 1989, parió un instrumento político para
disputar el poder electoral (mucho antes de que en Venezuela surgiera
el Movimiento V República o en Bolivia el MAS-IPSP); el país donde en
1994 hubo un alzamiento indígena y guerrillero para decir basta al
neoliberalismo y sus instrumentos, los tratados de libre comercio; ese
país que tiene la desgracia de estar tan cerca de los Estados Unidos,
convirtiéndose de facto en su frontera sur, transita hoy en el furgón
de cola del cambio de época en America Latina y el Caribe.
La
izquierda vive hoy de derrota en derrota en la democracia tutelada en
que se ha convertido México. No solo el sistema de cómputo electoral se
“cayó” aquella noche del 6 de julio de 1988, sino que la llegada al
poder de Salinas de Gortari, redujo las esperanzas de derrotar un
sistema que al contrario de lo que muchas veces se especula, no ha
producido un Estado fallido sino un engranaje perfectamente diseñado
para ponerse al servicio de unas elites políticas y económicas. Ese
engranaje tiene grietas (muchas por abajo en forma de permanentes
conflictos sociales, ambientales o en el ámbito educativo) que de vez
en cuando se ensanchan, como cuando en 2006 López Obrador derrotó en
las urnas al régimen del PRIAN; pero de nuevo lo que en cualquier otro
país hubiese sido suficiente para que la izquierda gobernase, ganar las
elecciones mediante la vía electoral, en México se demostró
insuficiente.
A pesar de algunas explosiones movilizadoras en
los últimos años, la última de ellas del #YoSoy132, movilizaciones que
proviniendo de universidades privadas y mediante el uso de las redes
sociales llegaron a amplios sectores de la juventud mexicana, no se ha
podido hilvanar una continuidad entre movilización y ruptura.
Pero
si esas grietas (que hasta el momento el sistema ha podido asumir) no
se ensanchan, este trata de recomponerse y reducirlas. México camina de
la democracia tutelada a la democracia administrada1
en el que la entrega parcial de soberanía se ha consumado mediante el
Pacto por México (firmado también por la corriente Nueva Izquierda que
domina el PRD), la reforma energética y la reciente ley que permite a
agentes estadounidenses portar armas de manera legal en suelo mexicano.
Ayotzinapa y el disciplinamiento mediante el terror
Esta
democracia administrada nace en la medida en que México no sufrió, al
contrario que muchos países de la región, la imposición de un régimen
militar. El PRI gobernó México durante la mayor parte del siglo XX
mediante una dictadura institucional en el que se conjugaba el consenso
y la coerción, pero la falta de una dictadura militar generó la
imposibilidad de una transición, una revolución democrática y cultural
que dejara atrás el régimen anterior.
Fue en los 12 años de
gobiernos panistas (2000-2012) de Vicente Fox y sobre todo Felipe
Calderón, donde el consenso que comenzó a romperse en 19682 se quiebra definitivamente y México se sumerge de lleno en una crisis de legitimidad, representación política y seguridad.
La criminalización de la protesta, algo habitual durante la pax social
priista, sufrió una vuelta de tuerca bajo la excusa de la guerra contra
el narcotráfico, y el capital no encontró otra forma de desarrollar una
nueva etapa del neoliberalismo que mediante la doctrina del shock,
respaldada por un Estado que garantiza la impunidad. Luis Hernández,
basándose en diferentes estudios de grupos de Derechos Humanos, calcula3
que en los últimos 8 años y bajo el pretexto de la guerra contra el
narcotráfico, 120.000 personas han sido asesinadas, al mismo tiempo que
desaparecían a otras 30.000. De Acteal a Tlatlaya, pasando por Atenco,
en México se ha fraguado una reactualización del Plan Cóndor que
aterrorizó Sudamérica en la década de los 80.
Pero el mismo 2014
en que sucedía la matanza de 22 jóvenes a manos del ejército en
Tlatlaya, el terror adoptaba en Ayotzinapa una forma superior. El lugar
de las tortugas, según su denominación en náhuatl, pasó a convertirse
en el lugar de las torturas, donde se produjo un crimen de lesa
humanidad al mismo nivel que los cometidos por los nazis durante el
holocausto.
En Ayotzinapa se concentran las peores esencias de
un Estado-no-fallido; policía, corrupción y militarismo sumados a la
alianza entre la clase política local y el narco. Pero el problema no
es ninguna de las anteriores por sí misma, sino la conjunción de todas
ellas pasadas por la thermomix del capitalismo, que produce horrores
como el secuestro, tortura y desaparición de los 43 compañeros
normalistas.
Ayotzinapa, como nos recuerda el EZLN, es una
grieta en el sistema. Ayotzinapa supone una anomalía incluso para el
horror cotidiano al que estamos acostumbrados en México, anomalía que
debe ser utilizada como impulso para articular y cohesionar
políticamente a un pueblo frente a las elites políticas y económicas
que prefieren ver como se desangra el país que ver reducida su tasa de
ganancia. Ese mismo pueblo que se echó a las calles semana tras semana
y mes tras mes, pero en forma de multitud, protagonizando marchas
multitudinarias donde no se podían identificar organizaciones o líderes
de referencia, solo miles y miles de personas marchando.
Tan
solo los padres de los normalistas emergieron como única figura
legítima y catalizadora del descontento y la rabia. “Fue el Estado”
representa el horizonte de interpelación, la posibilidad de transformar
la rabia en un movimiento organizado en primer lugar, y en la
posibilidad de recuperar un proyecto de nación desde y para las clases
populares.
¿Y la izquierda?
La izquierda, la
institucional al menos, no está y no sabemos si se la espera. Ningún
partido político de la izquierda mexicana pudo tener ningún
protagonismo en las marchas de protesta pues de una forma u otra, y en
grados diferentes, los principales partidos tenían algún tipo de
vínculo con lo sucedido, por acción u omisión. De hecho es
significativo que ninguna formación política de la izquierda mexicana
haya querido enarbolar la bandera de Ayotzinapa, manteniendo un perfil
bajo ante la masacre, pues no cuentan con la legitimidad para
representarles ni de los padres ni de la gente que marcha en las calles.
El
8 de junio tocará hacer el recuento de daños tras las elecciones de
medio término, y es muy posible que encontremos una izquierda inmersa
en la peor crisis de las últimas décadas, con un PRD que no termina de
morir (a pesar de que el proyecto histórico ya lo enterraron los
chuchos tras la firma del Pacto por México, las elecciones internas y
su implicación en los sucesos de Iguala) y un Morena que no termina de
nacer (las encuestas le sitúan en torno al 10-12% de intención de voto
sin poder arrastrar gran porcentaje del voto cautivo y corporativo que
mantiene el PRD, aunque sí sumando el voto de izquierda más
ideologizado).
Elecciones que ganará, con un porcentaje superior
al 30%, el PRI. Las encuestas le otorgan a todas las “izquierdas”
(Morena-PT-MC-PRD) un porcentaje también de en torno al 30%, único dato
esperanzador que puede permitir pensar en impulsar algún tipo de
confluencia de cara a las presidenciales de 2018.
Dice Luis Humberto Méndez y Berrueta4
que legitimado o no, el poder en México siempre se ha ejercido, en lo
esencial, fuera de la legalidad. En México hoy se ha roto de manera
definitiva el vínculo entre legalidad y legitimidad. Ayotzinapa implica
el punto de quiebre, y una ventana de oportunidad para construir un
proyecto desde abajo, desde las mayorías populares, que interpele el
poder establecido todavía bajo un aparente manto de legalidad, y
construya un proyecto nacional-popular que luche contra la corrupción y
la crisis de legitimidad, representación política y seguridad que vive
México.
En memoria de Julio Cesar Mondragón y los 43 normalistas; con todo el cariño y amor para sus familiares
Gracias a Luis Hernández Navarro por la revisión crítica del texto
Notas:
1 Ver “Democracy Inc.: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism” de Sheldon Wolin2 Año en que se produce la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco por parte del Ejercito y grupos paramilitares que deja un saldo de decenas de muertos y desaparecidos
3 Ayotzinapa: el dolor y la esperanza (revista El cotidiano de la UAM Azcapotzalco)
4 Del nacimiento de un nuevo-viejo PRI y de su sepulturero, Ayotzinapa (revista El cotidiano de la UAM Azcapotzalco)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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