Entrevista a Mirian Huezo, hondureña y reportera independiente
Mirian
Huezo es hondureña y reportera independiente, junto a su compañero Dick
Emanuelsson, periodista sueco experto en Colombia. Ambos visitaron la
redacción de GARA en el marco de una reciente gira por Euskal Herria.
Militarización, cooptación de las instituciones por parte del
narcotráfico, feminicidio, jóvenes descuartizados, una elevada tasa de
desempleo... es la cruda realidad que describe la reportera Mirian
Huezo de su país, Honduras, cuya población asistió en 2008 a lo que se
denominó «golpe técnico» contra el presidente Manuel Zelaya. Pero,
aquel golpe de Estado encubierto supuso el renacer de una conciencia
social, según Huezo.
-¿Qué supuso el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2008?
A
raíz del golpe de Estado, la población abrió los ojos sobre quiénes son
los verdaderos dueños del país. La gente tiene ahora un mayor nivel de
conciencia; antes era muy indiferente a lo que ocurría en el país.
Cuando ocurrió el golpe, nadie sabía lo que estaba sucediendo; solo se
veía el sobrevuelo de helicópteros y aviones, y militares en las
calles. Cuando ya tomó cuerpo, mucha gente de los departamentos y de
las comunidades vinieron a la capital a protestar y a exigir soberanía.
La ciudadanía se mantuvo durante seis meses en la calle manifestándose,
marchando y organizándose. Y, poco a poco, fueron quedando al
descubierto las mentiras. En un primer momento, dijeron que el
presidente Manuel Zelaya, en calidad de jefe de Estado, había remitido
una carta al Congreso Nacional renunciando a la presidencia por
enfermedad de su madre y que nombraba a un sucesor, cuando en realidad
lo habían sacado de su casa en pijama. Además, en Honduras, no existe
la sucesión constitucional excepto en caso de muerte.
-¿Cómo lo vivió?
-Una
semana antes se hablaba en los medios sobre la posibilidad de un «golpe
técnico». Pero, los hondureños no pensábamos que algo así fuera
posible. A lo largo de su mandato, Zelaya se fue acercando al fallecido
presidente Hugo Chávez, se adhirió al ALBA, subió el salario mínimo y
adoptó otra serie de medidas como la obligación de subvencionar el pago
de la factura eléctrica, que por lo general es alta, o la compra
medicamentos genéricos en detrimento del monopolio de las grandes
farmacéuticas. Estas medidas no gustaron en ciertos sectores y el
ambiente político se tensionó. Los principales medios, cuyos dueños
también lo son del país, comenzaron a presentar a Zelaya como una
persona que estaba conduciendo a Honduras al comunismo y que quería
perpetuarse en el poder. El de «Mel» representaba un Gobierno
diferente, de ahí la indignación e incertidumbre de la gente. No
sabíamos qué iba a pasar ni qué hacer. Desde entonces, muchos líderes
del Frente de Resistencia Popular y de su brazo político LIBRE han sido
perseguidos y asesinados; la lista asciende ya a 200. Han matado a 40
periodistas. Con el actual Gobierno de Juan Orlando Hernández asistimos
a una creciente militarización de las calles; los jóvenes están siendo
ajusticiados como parte de una especie de limpieza social; el
presidente se desplaza de su casa al Palacio presidencial en
helicóptero y ahora quiere comprarse un avión que vale 30 millones de
dólares. Vaya a donde vaya, le acompaña un amplio séquito de militares
como si estuviéramos en guerra. Recuerdo una entrevista que realizamos
a un dirigente popular en la que se preguntaba de qué se asustaba la
gente si en Honduras cada cuatro años hay un golpe de Estado. En mi
caso, trabajar como comunicadora social representa en sí un riesgo. Los
teléfonos están intervenidos, no puedes hacer un trabajo transparente
ni andar tranquilamente como lo hacen ustedes. A partir de las 18.00
debes estar en casa.
-La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos acaba de condenar las muertes violentas de niños y
adolescentes, instando al Gobierno a que investigue los hechos y
aplique las sanciones. ¿Qué está pasando?
-Aunque las maras
y el narco son una realidad porque Honduras es un país de paso, muchos
de los jóvenes muertos son líderes del partido LIBRE. La aparición de
jóvenes descuartizados en sacos, tirados al río o a basureros se ha
convertido en algo habitual. A otros se los llevan a comisaría sin
tener antecedentes y, casualmente, a la salida los matan. Las
autoridades siempre se escudan en las maras y en las pandillas. Mira,
en mi mismo barrio en Tegucigalpa, durante una celebración por el Día
del Padre, llegaron unos tipos encapuchados, con chalecos antibalas y
comenzaron a disparar indiscriminadamente contra los jóvenes, matando a
cinco personas. Hicieron un montaje diciendo que habían obtenido
muestras de ADN de los autores y que éstos pertenecían a las maras,
pero los integrantes de éstas nunca van encapuchados ni con chalecos
antibalas y, mucho menos, en coches blindados. Honduras es un país
joven y una gran parte de esa juventud desea impulsar un profundo
cambio. Y eso no gusta.
-¿Hasta dónde llega la infiltración del narcotráfico?
-Como
ocurre en los países vecinos, es evidente la cooptación de jueces y
fiscales. Estados Unidos tiene las manos bien metidas. Se supone que
colabora con el Gobierno hondureño para evitar el tránsito de
avionetas, pero desde nuestra casa escucho habitualmente el ruido de
avionetas a la una de la madrugada cuando se supone que el aeropuerto
cierra sus puertas a las diez de la noche. Al presidente Zelaya lo
acusaban de que había muchas narco avionetas y que Honduras era un
narco Estado dependiente de Venezuela. En Honduras, el Gobierno ha
instaurado las llamadas «ciudades modelo», que se traducen en una
cesión del territorio nacional por un periodo de 99 años a empresas
nacionales. Es decir, el Estado renuncia a una parte de su soberanía
nacional. En La Mosquitia -ubicada en el oriente del país, en el
departamento de Gracias a Dios-, por ejemplo el narcotráfico ha
comprado al alcalde y a la Policía local. Los narcos pasan por los
controles militares en la Costa Caribe sin problema en sus carros
blindados y con cristales polarizados. Y eso que los militares están
equipados con ametralladoras AK-47. Manejan mucho dinero y, además,
tienen vínculos con los carteles colombianos y mexicanos.
-La elevada tasa de feminicidio también resulta alarmante.
-Las
organizaciones feministas presentaron un proyecto de ley para castigar
el feminicidio, porque este término no aparece como tal en las leyes ni
en el Código Penal. Obviamente, no fue aprobado. Están, incluso,
quitando la personería jurídica a las organizaciones feministas que
investigan este fenómeno. Los números son alarmantes; 612 mujeres
muertas en 2013, cuando en 2009, fueron cerca de 170. La creciente
militarización de la sociedad desde el golpe de Estado ha influido en
este dramático aumento. Tres días después de que Porfirio Lobo asumiera
la presidencia el 27 de enero de 2010, a cinco meses del golpe, llegó
el expresidente colombiano Alvaro Uribe y en tres horas ambos
mandatarios firmaron un convenio de colaboración para luchar contra el
narcotráfico y el «terrorismo». A partir de ese momento, empezaron a
llegar oficiales y militares de Colombia para capacitar a los cuerpos
policiales y militares hondureños, reemplazando en cierta medida a los
asesores norteamericanos. Están militarizando a toda la sociedad con
nuevos comandos mixtos entre policías y militares; comandos tigres,
comandos cobra, comandos jungla compuestos por 1.500 militares armados
hasta los dientes y entrenados para saltar desde helicópteros a
campamentos guerrilleros, pero se da la paradoja de que en Honduras no
hay guerrillas y menos estamos en guerra. El Ejército está en cada
esquina y eso genera una situación de gran zozobra. Con el constante
goteo de jóvenes asesinados, mujeres descuartizadas... están
trasladando a la sociedad el mensaje de que deben seguir con la
militarización como mecanismo de protección. El elevado desempleo y la
ausencia total de derechos sociales y de coberturas sanitarias están
empujando a jóvenes, mujeres, madres solteras... a traficar con droga
como forma de sobrevivir. La propia situación socioeconómica del país
los convierte en presas fáciles de los carteles. Y en ese mundo es muy
fácil enemistarse con alguien. Ni las organizaciones de mujeres se
atreven a investigar a fondo el feminicidio; se limitan a presentar
estadísticas.
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