La estirpe revolucionaria de ese pueblo es la de entonces, pero ahora es mucho más instruido, diverso y culto políticamente, como pudo confirmarse en los sustanciosos debates populares que antecedieron al congreso y en las comisiones de trabajo de éste. Y es que lo que allí se hizo fue dar los toques finales al Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del partido y la revolución, que ya en ese momento constituían un mandato de gran parte del pueblo cubano en cuanto al profundo cambio de conceptos, estructuras y mentalidad que exige la preservación y perfeccionamiento del socialismo en Cuba. Como apuntó Raúl Castro en su informe al congreso: No sería infundado expresar que, en su esencia, el congreso ya se celebró en medio de ese magnífico debate con la población
. Tomando como base las propuestas formuladas en 163 mil reuniones, más de dos tercios de los lineamientos fueron modificados antes de redactar la versión finalmente presentada a los mil delegados al congreso. En síntesis, en una fluida interacción entre el pueblo y el partido, fue decidido el futuro de la revolución y, por tanto, de la nación. Significativo contraste con lo que se practica en las democracias de libre mercado donde despóticamente, sin consulta alguna a los afectados, se hipoteca el futuro de generaciones con los planes de ajuste y reformas
con tal de continuar enriqueciendo a una elite insensible y codiciosa.
El informe y las conclusiones del congreso presentados por Raúl así como los mencionados lineamientos son documentos de gran interés para quienes luchan por alternativas a la suicida y devastadora globalización neoliberal y también para los convencidos de que el socialismo en sus diversas formas nacionales es lo único que ofrece una alternativa viable a la amenaza de desaparición de nuestra especie entrañada en el capitalismo. Raúl planteó crudamente dos problemas centrales: uno es el indispensable cambio de mentalidad de los cuadros del partido y del Estado como requisito para introducir los grandes cambios que requieren la economía y la sociedad cubanas, y el otro, el de la incapacidad mostrada por la organización partidista para crear una reserva de sustitutos de la generación histórica y para que sus órganos de dirección sean verdaderamente representativos en raza y género de la composición del pueblo cubano. Dos tareas en las que ya viene trabajando el partido hace meses y en las que va la vida de la revolución. En el nuevo Comité Central se registra un incremento importante en el número de negros, mestizos y mujeres pero será la conferencia del partido, en enero próximo, la que abordará a fondo esta problemática.
A Raúl se le vio en las sesiones del congreso, en su peculiar estilo, como el estadista de altos quilates que se veía venir en él, ahora más delineado en una personalidad profundamente crítica y autocrítica, transparente y exigente, aglutinadora no sólo del partido sino de todas las corrientes políticas y denominaciones religiosas patrióticas que conviven en la sociedad cubana. El fomento de la unidad nacional fue subrayado en su informe como misión primordial del partido así como la política exterior latinoamericanista y tercermundista.
Aunque ninguna otra persona puede sustituir a alguien tan excepcional como Fidel, Raúl está demostrando convincentemente que es su digno sucesor. Con la fortuna, además, de seguir disponiendo del comandante como consejero y arma estratégica de la revolución: soldado, como se asume a sí mismo, de la batalla de ideas.
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