Carolina Escobar Sarti
Chernobyl nos trajo el mañana cuando se vio en el espejo de la reciente catástrofe nuclear de Fukushima. Así es como el pasado y el presente se dan la mano y se normalizan las tragedias de las cuales nada aprendemos. Un 26 de abril de 1986, hace un cuarto de siglo, explotó el reactor nuclear ucraniano de Chernobyl, cien kilómetros al norte de Kiev, y provocó una de las catástrofes ambientales más grandes de la historia. La explosión liberó entonces 200 veces más radiación que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki
y dejó, además de todas las personas muertas y desalojadas, casi la mitad del territorio europeo contaminado.
Hoy, esa ruina aún contiene aproximadamente 95 por ciento del combustible original, altamente radiactivo. Como no habrá dinero hasta el 2015 para finalizar el segundo sarcófago que permitirá enterrarlo herméticamente, la radiación actual del sitio, cien veces superior a la “normal” y tremendamente mortal, se seguirá escapando por los agujeros que tiene el actual reactor. Expertos nucleares y ambientalistas aseguran que, debido a esta alta radiactividad, es imposible trabajar cerca del reactor, por lo cual el nuevo sarcófago, con un valor de US$2,300 millones, es construido en otra parte y tendrá que ser transportado en rieles al momento de su culminación.
El estudio “Consecuencias para la salud de Chernobyl —25 años después”, realizado por la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (AIMPGN), señala que Chernobyl mató a 112 mil “liquidadores”, soldados y empleados estatales que trabajaron en la construcción del primer ataúd en los meses siguientes a la explosión. Además, hasta 90 por ciento de las 830 mil personas que trabajaron en la contención del desastre padecen hoy cáncer o lo padecieron. Otras cinco mil murieron en Europa, a causa de la nube radiactiva que emitió el reactor y que cubrió todo el continente, desde los países nórdicos hasta Italia y España, en el sur. Mutaciones genéticas en miles de niños y niñas nacidos tras la catástrofe, más de 50 mil de ellos padeciendo o siendo proclives a padecer cáncer de tiroides y entre 30 mil, son las cifras de otros estudios de Naciones Unidas. Y aunque es imposible tener cifras definitivas, Chernobyl mató a unas 900 mil personas en aquel continente.
Fukushima se refleja ahora en Chernobyl. Y aunque es muy temprano para medir el impacto total de esta nueva tragedia, sabemos que la percepción inicial de tener un total control sobre el peligro se ha desplazado hacia la impotencia y el miedo. El debate sobre la energía nuclear versus otras energías más limpias sigue abierto, pero si hay algo que es obvio es la falta de controles y regulaciones acordes al tamaño de la amenaza que este tipo de reactores representa. Las partes responsables ante este tipo de desastres se tiran la chibolita entre sí y ninguna termina asumiendo su compromiso, no sólo de cara al presente y al pasado, sino al futuro.
¿Es que nada o poco se ha hecho durante las últimas décadas y por ello habrá necesidad de reabrir el debate y analizar las políticas de radiación nuclear en el mundo? Según los expertos, Fukushima, Chernobyl y todas las centrales nucleares del mundo están rodeadas por unos 410 millones de personas que viven en un radio de 30 kilómetros de esos focos de peligro. Ante tremenda amenaza no es difícil asegurar que el mañana ya está aquí.
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